Editorial

A la espera de un nuevo ciclo político que deje atrás el cortoplacismo

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La esperada reunión entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el flamante líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, ha defraudado las expectativas que, quizá de manera exagerada, se habían puesto en ella. El encuentro ha servido para escenificar una falta de acuerdo evidente en el diagnóstico y las recetas para hacer frente a la crisis económica y un modesto avance, sin concretar, en otras cuestiones institucionales como la renovación del Consejo del Poder Judicial o la postura española ante la invasión rusa de Ucrania. Pese al magro resultado de la cita, sin embargo, cabe destacar otros elementos de la escenografía -la duración de la reunión o la bajada de los decibelios en el debate público- que permiten atisbar un tímido cambio de ciclo en la vida política española que habrá de confirmarse.

El nuevo orden mundial derivado de la guerra de Ucrania debe cambiar también las dinámicas políticas internas, que durante demasiado tiempo han basculado en intereses electorales cortoplacistas -en apenas siete años se han celebrado 13 comicios de distinto tipo en el país- y, como consecuencia de ello, en una política de acumulación de fuerzas a izquierda y derecha que polariza, provoca desencanto y acentúa los discursos populistas dentro y fuera de los parlamentos. La gravedad de la situación requiere revertir esa etapa atendiendo de forma más ambiciosa a los intereses generales y, frente a las mediocridades cotidianas, pensar de forma estratégica dónde posicionar globalmente la España del futuro.

En estos procesos de búsqueda de acuerdos amplios se tiende a señalar al partido de la oposición que no siempre sabe conjugar una acción política exigente con un posicionamiento público sereno y razonable. Sin embargo, la carga de la prueba de este verdadero espíritu, que viene marcado por la Constitución de 1978, corresponde, al menos, a los dos partidos que se erigen en garantes de la Carta Magna. No es de recibo que cuestiones de Estado como el cambio de posición sobre el Sáhara no hayan sido consultado con el principal partido de la oposición, como no lo es la negativa a abrir un diálogo efectivo sobre el plan de respuesta a una crisis sin precedentes que golpeará dolorosamente a una clase media ya debilitada por episodios anteriores y que constituye el verdadero pilar en el que se asientan las democracias liberales.

Gobierno y oposición, PSOE y PP, deben entender que de la calidad de sus relaciones depende la credibilidad de la democracia como un sistema que se ocupa de los problemas reales de las mayorías y ello exige trascender de una manera de hacer política cortoplacista, ventajista y electoralista; tan pendiente de las emociones, especialmente a través de las redes sociales, que se olvida de las necesidades materiales de las personas.