La epidemia que fue el principio del declive de Burgos

A.G.
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El director de la Fernán González, José Manuel López Gómez, recoge en un artículo cómo se vivió y lo que supuso para la ciudad la peste de 1565, cuya presencia se negó un tiempo por las autoridades para que no afectara al comercio

La epidemia que fue el principio del declive de Burgos

Entre una fecha y otra han pasado 454 años pero la ciudad fue la misma y el susto, muy parecido. El  1 de marzo de 2020 llegó al Hospital Santiago Apóstol de Miranda de Ebro el que se convertiría en el paciente ‘cero’ de covid-19 de la provincia y con el que daba inicio una pandemia que año y medio después sigue sin doblar del todo el brazo. Pues en el mismo lugar pero 1564 se advirtieron las primeras señales  (y se tomaron las medidas preventivas iniciales) de lo que sería la llegada de la peste a la provincia de Burgos un año después, tal y como lo cuenta el médico José Manuel López Gómez, historiador de la Medicina y director de la Institución Fernán González, en el artículo El Hospital de la Concepción y la epidemia de peste de 1565 en la ciudad de Burgos, que se publicará próximamente en la revista de la Confederación Española de Centros de Estudios Locales vinculada al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 

Esta tremenda enfermedad, letalísima en la época, entró en España por los puertos de Barcelona y Valencia importada por barcos que llegaban del sur de Francia: «Lentamente se difundió por Cataluña y el Levante español (...) Desde Aragón se extendió a la Rioja alavesa y a la ciudad de Logroño que se vio afectada severamente, la peste estaba ya a las puertas de la provincia de Burgos. Las actas del Ayuntamiento de Miranda de Ebro, en su sesión del 6 de abril de 1564, ofrecen las primeras noticias del temor que sus autoridades y vecinos iban teniendo de que la peste que afectaba a las localidades cercanas, con las que tenían relación y trato comercial frecuentes, les pudiese afectar».

La actuación preventiva que se llevó a cabo -«mandaron que las puertas de esta Villa se cierren y los portillos así mismo»- consiguieron frenar la enfermedad hasta marzo de 1565 y en octubre se declaró el   ‘estado pestilencial’: «Siendo Burgos, en aquellos años, una ciudad eminentemente comercial, con una continuada y abundante entrada de personas y mercancías, era solo cuestión de tiempo que la peste llegara a ella. Es probable que ya en enero de 1565 se dieran los primeros casos en los barrios altos de las faldas del castillo, con población más empobrecida, serían escasos, aislados y contenidos por el tiempo frío del invierno que poco a poco se irían incrementando».

Un par de meses después, cuando se dio la voz de alarma sobre ciertas personas que han fallecido de calenturas, de manera más acelerada de la habitual se tomaron decisiones higiénicas aún más firmes. Así lo cuenta López Gómez: «La Justicia, acompañada de dos médicos, debía cerrar las puertas de la ciudad, regulando la entrada y salida de los vecinos; las zonas donde se habían detectado casos de sospecha pestilencial tenían también que cerrarse, encendiendo hogueras en ellas a costa del Ayuntamiento; se prohibió que los cerdos estuviesen sueltos por las calles, so pena de ser requisados y muertos, y se obligó a los vecinos a limpiar la parte de calle donde estaban sus casas, corriendo la limpieza del resto de cuenta de la ciudad».

Pero todo se quedó ahí por una poderosa razón. Isabel de Valois, esposa de Felipe II había anunciado una visita a Burgos, lo que hizo que se retrasara varios meses la declaración oficial de contagio y que se viviera la paradoja de que los médicos proclamaran la salud de la ciudad y a la vez debatieran  el lugar más adecuado para acoger a los enfermos pobres, que terminó siendo en el Hospital de la Concepción. «Sin duda las presiones que debió ejercer la poderosa Universidad de Mercaderes para que no se declarase el contagio, que tan gravemente perjudicaría sus intereses comerciales, debieron ser poderosas; a las que sin duda se unía el ferviente deseo de los regidores de recibir a la reina en su ciudad; pero analizados los hechos con la perspectiva y el desapasionamiento actuales, no parece haber duda de que en esas fechas la peste se extendía por Burgos. El vecindario experimentaba ya sus fatales efectos, produciéndose alborotos y altercados por la inoperancia de las autoridades», explica el erudito.

El 23 de mayo llega la carta de la reina en la que confirma que no pasará por la ciudad de Burgos por las noticias de la existencia de la peste en ella. A partir de este momento, sigue narrando López Gómez, «los esfuerzos de las autoridades municipales se van a centrar en combatir la epidemia, que en los meses sucesivos adquirirá proporciones devastadoras». Se acuerda así, que médicos, cirujanos y algebristas de la ciudad que se ausenten sin licencia expresa serán multados con 100.000 maravedíes. Las familias con mayores recursos empezaron a abandonar la ciudad, seguidas de eclesiásticos y regidores.

En junio, la morbimortalidad por peste alcanza cotas muy elevadas. Los enfermos afectados, si disponían de una economía saneada  se costeaban una asistencia facultativa cualificada y permanecían en sus casas, donde los médicos,  acudían para asistirles, vigilar su evolución y recetarles medicamentos, siendo atendidos por sus propios familiares, o enfermeros contratados al efecto. Los carentes de bienes podían seguir en sus casas sin recibir asistencia, a la libre evolución de la enfermedad; esperar que alguno de los ‘médicos de pobres’, contratados con este fin por el Ayuntamiento, en general desbordados por el gran número de apestados, acudiese a visitarles, o bien ser llevados al Hospital de la Concepción, que se había adoptado como centro asistencial de los enfermos, en el que podrían ser diagnosticados y tratados y recibir una alimentación suficiente.

La población, además de exhausta, estaba arruinada, por lo que la ciudad se endeudó para evitar que muchos de sus vecinos murieran de hambre y las arcas municipales se vieron comprometidas durante décadas. La enfermedad se vio doblegada llegado noviembre, «ya que la llegada del frío facilitó su erradicación pero fue el comienzo del declive de la ciudad de Burgos y de su floreciente comercio, que se consumaría con al siguiente gran epidemia en 1599».