Tal vez no lo hayan notado. Puede que la anestesia invisible que nos aplican diariamente a través de muy diversos y sofisticados canales les haya hecho pasar por alto la expresión, repetida machaconamente tantas veces como cae la gota malaya desde que hace un par de semanas el presidente del gobierno compareció en el Congreso para hablar de las consecuencias de la invasión de Ucrania, y soltó por primera vez el latiguillo. Sin duda una frase hecha, modelada por el laboratorio de ideas de La Moncloa, que lleva implícita la asociación de ideas que se pretende cale en la opinión pública a fuerza de ser repetida: todos los males que aquejan a este país son consecuencia de lo que está ocurriendo en el este, como dos años antes lo fue la pandemia. La guerra de Putin. No la guerra de Ucrania, ni la invasión o el ataque de Rusia en el corazón de Europa. Es la guerra de Putin, la denominación del conflicto que se repite cada vez que un ministro o dirigente de los partidos cercanos al gobierno menciona este drama, este asesinato masivo, este crimen de lesa humanidad que debería sentar ante un tribunal internacional a sus autores e impulsores. Empezando por Putin, convertido en el salvoconducto que el presidente y sus más cercanos, incluidos los medios afines, han encontrado más a mano para culparle de la inflación, el frenazo al crecimiento, la huelga de los transportistas y la galopante deuda pública y déficit que nos aquejan como país. De repente, Putin subió de golpe los precios en España, que llevaban un año y medio escalando hasta un muy peligroso siete por ciento, nunca visto desde que pagábamos las hipotecas a un interés de casi el veinte.

La obligación de cualquier gobernante en los tiempos que atravesamos es adelantarse a los acontecimientos, no empeñar su credibilidad en explicar los que ya han ocurrido. Y en ese contexto, sólo cabe creer lo que van anunciando los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que han ido adelantando paso a paso todo lo que iba a ocurrir con esta guerra que por supuesto es del sátrapa Putin, pero que ha llegado demasiado tarde como para echarle la culpa de que la economía española sea la que peor remontaba el vuelo en Europa tras el impacto del Covid.

Un poco conocido director de cine ruso, Alexander Sokurov, ha dicho esta semana una de las cosas más interesantes que se han escuchado desde que hace un mes comenzó la infamia de Putin y su autocracia: el autor de El arca rusa cree que su país va camino de repetir la revolución bolchevique de 1917, un golpe revolucionario para derrocar el régimen igual que 105 años antes con los zares. Y la cultura, muchas veces, encuentra esa explicación que la política ni siquiera huele.