Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Sonorama (de día, con niños y sin tregua)

15/08/2022

Por supuesto, fuimos al Sonorama. Alineación: cuatro adultos, dos niñas y un niño (5, 6 y 7 años). Nos plantamos en Aranda a las once y cuarto de la mañana, en la práctica, de la madrugada. Los chavales llevaban días o semanas asalvajándose en el pueblo (el nuestro) y no entendían la razón de abandonar ese entorno primitivo y libre para echar el día en no se sabía dónde. Hubo que adornar la verdad, bueno, mentir, para convencerles. Les expliqué que íbamos a una ciudad que celebraba una guerra de agua por las calles. Cogimos nuestros pistolones acuáticos (muy pros) y al coche. Al llegar, recargamos en la fuente de los Jardines de Don Diego y les solté las normas (dos): al que veáis que lleva pistola se le puede disparar, menos cuando esté recargando o si la lleva vacía. Hasta la guerra tiene sus reglas.

Cuando apenas había acabado mi parlamento pasó por allí un batallón hawaiano (por las camisas, iguales todas además) que fue vapuleado, fusilado con agua hasta el bigote, literalmente. Nos movimos, al Lagar de Isilla, tampoco hicimos una maratón, y allí, fuera, fuimos dando cuenta de todo el que pasaba armado (y de unos torreznos). Tuvimos que repostar en el baño tres veces.

Avanzamos a la Plaza de la Sal. Había concierto, Side Chick, un par de chicas que sonaban a grupos que me gustaban de los noventa. Pillamos una esquina a la entrada, a la sombra, y vaciamos los cargadores, aunque algunos nos respondieron con fiereza. Tuvimos que acercarnos a la fuente de la Plaza Mayor a llenar; en la cola, larguísima, los niños comentaron la jugada con varios grupos de combatientes, todos adultos y con pegatinas-maquillaje de brilli-brilli en la cara.

Un par de escaramuzas más y nos dirigimos a la Plaza del Trigo, queríamos (yo) ver a Las Ginebras. A pesar de toda nuestra potencia de agua (que no era poca) no conseguimos abrirnos paso. Estaba hasta arriba y no pudimos ver ni oír nada desde el final de la calle Isilla, casi más cerca de Lerma que de la plaza. Bajamos a reorganizarnos al Escenario Charco, que patrocina este periódico, al lado del río: sombra, verde, puestos de comida y bebida, una fuente (imprescindible) y rock&roll. Tocaban unos argentinos, Cápsula, que tenían un cantante que parecía un mejicano de película: energía, potencia e intensidad a las tres de la tarde. Bien. Nos quedamos allí a sestear, unos contentos por la música y otros porque, efectivamente, habían ido a una ciudad que celebraba una guerra de agua. Si no fue, se lo perdió.