Jesús de la Gándara

La columnita

Jesús de la Gándara


Desmemoria

11/07/2022

Olvidaremos Ucrania y el Dombás, como olvidamos los nombres de los actores de cine. Olvidaremos al virus y sus daños, como olvidamos al volcán y las casas fundidas. Cuando el polvo del olvido se deposita en las pantallas negras, todo se olvida. Todo pasa y nada queda, por que la vida es pasar y no siempre dejar huella. Nuestras vidas son una estela efímera en el océano de la actualidad, la pavesa voladiza de un culebrón apasionado, el brillo dorado de una vela que se apaga, y poco más. Somos seres memoriosos, pero nos conviene el olvido, porque así nos consolamos con la vida. Afortunados los que gozan de tan buena desmemoria, que conserva lo bueno y olvida lo que no conviene recordar.

Desmemoriados somos y nada podemos hacer por evitarlo. Y si no podemos olvidar, deformamos los recuerdos con tolerancia o disculpa. Los expertos lo llaman a eso deformación catatímica, que unas veces oculta y otras edulcora el drama de la vida. Pero hay quien con eso construye leyendas patrióticas, tragedias griegas o novelas superventas. Así se consigue no olvidarlo del todo y que duela lo justo, compartirlo modelado al gusto de los tiempos, o acomodado a la esa falsa equidad de la conciencia colectiva que lo mitifica o absuelve todo.

Mas en la vida colectiva no conviene olvidar la injusticia cuando aún duele y sangra, no vale la equidistancia con la infamia cuando no hay balanza precisa para tasarla. No conviene novelar la guerra, ni contemplarla como espectadores de las pantallas histriónicas, que abren sus telones negros al el escenario purpúreo del mundo. Y en la intimidad, si tu infancia fue comedia piensa en que quizá hubo algo de drama. Si tu adolescencia fue drama piensa que quizá hubo algo de comedia, y si tu adultez es tragedia consuélate con lo que quizá haya de drama o de comedia.

La desmemoria ayuda a mantener ese inestable equilibrio que es la salud mental cuando consigue comediar el drama y dramatizar la tragedia, pero no al revés, dramatizar la comedia de la vida, o hacer trágico el drama de la existencia no es sano. Pero aceptar eso no es lo mismo que olvidar la injusticia, ni justificar la infamia, actitudes que con tanta prontitud estamos dispuestos a aceptar cuando las cosas feas duran más de lo que conviene a la fugacidad del noticiario, a la hipersónica velocidad de las pantallocracia imperante en el mundo. 

¡Memoriosos seamos, memorables si podemos, mas nunca desmemoriados!