Aquí sí hay relevo asegurado

L. NÚÑEZ
-

En un momento en el que la falta de sucesión constriñe a sectores con necesidades de personal, Victoria, Patricia, Martín, Raquel, Silvia y Diego han decidido continuar con los negocios de sus padres en Aranda de Duero y la Ribera

En la actualidad, Vicente está a punto de jubilarse y Diego, a sus 35 años, suma más de 20 en un sector como la ebanistería que cuenta con pocos jóvenes. - Foto: DB

Con apenas 15 años, Diego Rodero ya pasaba multitud de tardes en el taller de carpintería de su padre. Cuenta que Vicente le mandaba lijar madera y así se aseguraba de que no provocaba trastadas por Roa de Duero. A los 16, una vez terminó el graduado escolar, debutó en el mundo laboral y con 18 se dio de alta como autónomo. Ahora, con 35, suma más de media vida dedicada a una profesión en la que cuesta horrores encontrar relevo. Él, de alguna manera, representa la excepción. Ninguno de sus amigos ha seguido los pasos de unos progenitores que ejercen como fontaneros o pintores.  Y eso, dice, que «te puedes ganar la vida muy bien si eres serio y comprometido».  

Rodero asegura que los oficios tradicionales representan una buena salida laboral y advierte de la importancia de que no se pierdan, aunque admite que el futuro se presenta muy negro, sobre todo, «desde que quitaron las escuelas-taller». Así las cosas, quedan pocos profesionales y los que hay acarician la jubilación. Es el caso de su padre, que empezó a trabajar con 12 años. La abuela de Diego le aplicó la misma fórmula que el propio Vicente a él. Cuando salía del colegio le mandaba con «un señor» del pueblo para que mezclara la cola. Apenas le pagaba, pero al menos no la liaba. Luego se marchó unos años a Barcelona, donde aprendió carpintería, y a su vuelta a Roa montó su propia empresa.

Los Rodero reconocen que discuten a menudo, pero se llevan bien. «Después merendamos juntos», dice Diego entre risas, aunque, eso sí, cada uno trabaja a un lado del taller. No les faltan pedidos, desde suelos, a puertas, armarios, escaleras, mesas de merendero o techos. Tanto es así que el tiempo de espera oscila entre dos y tres meses. Aprovecharon el confinamiento para reformar el taller y recientemente han sumado otro obrero, lo que permite a Diego tener algo más de tiempo ya que se ocupa de todo el proceso: desde medir, a hacer presupuestos, vender, serrar y montar muebles.

Charo y Patricia abrieron juntas su comercio. Charo y Patricia abrieron juntas su comercio. - Foto: DB

Diego Rodero ejemplifica la otra cara de la moneda. Igual que Patricia del Cura, quien con 21 años decidió poner en marcha una pescadería en Aranda con su madre Charo Fernández. O Raquel Rodríguez, que comparte el mostrador de la carnicería con su padre Óscar desde hace unos cuantos años. Los tres aseguran un ansiado relevo. Dan continuidad a oficios de toda la vida en un momento en el que faltan camioneros, agricultores y un largo número de profesionales como fontaneros o soldadores. 

En la mayoría de casos, han mamado la pasión por los negocios familiares desde pequeños. Es el caso de Martín Pascual Andray, quien prácticamente empezó a gatear detrás de la barra del mesón Los Arcos. Allí encadena 20 años de pura adrenalina, acompañado por su padre, Martín Pascual Sanz.  

También los hay que han salido, se han formado, han ganado experiencia en su ámbito profesional y después han decidido asumir las riendas del negocio familiar e imprimir un aire de vitalidad, como Victoria Moreno. El tándem experiencia y frescura es insuperable.

Óscar, junto a su nieto y sus hijas, Raquel y Silvia.Óscar, junto a su nieto y sus hijas, Raquel y Silvia. - Foto: DB

Charo y Patricia abrieron juntas su comercio: «Seguramente sea la pescadera más joven que hay en todo Aranda»

Charo Fernández y Patricia del Cura, madre e hija, decidieron abrir juntas una pescadería hace justo ocho años. Una se había quedado sin trabajo y, poco después, la otra finalizó sus estudios de peluquería en Madrid. Unieron fuerzas y «a base de lucha» el negocio camina viento en popa. Patricia es consciente de que mucha gente no se plantea este oficio y que ella lo hizo por su madre. Ahora, entre risas, admite que «seguramente sea la pescadera más joven de todo Aranda».

Reconoce que «no tenía ni idea del sector» y le da las gracias a su madre por la paciencia, que define como un don. «La enseñé y ahora ella tiene su propio sistema», dice Charo, quien suma más de dos décadas de experiencia que ahora se ven complementadas por el impulso que Patricia está imprimiendo a la pescadería a través de las redes sociales, «el mejor escaparate posible».

Martín y su hijo regentan Los Arcos desde 1981.Martín y su hijo regentan Los Arcos desde 1981. - Foto: DB

Ambas detallan que su misión es hacer la vida más fácil a la gente para que coman pescado, que venden limpio y fileteado tanto a particulares como hostelería y entregan a domicilio, especialmente a los mayores. 

Óscar, junto a su nieto y sus hijas, Raquel y Silvia: «Mi padre me dijo: 'Te enseño y si te gusta, te quedas en la carnicería'»

 

La fórmula es sencilla. Óscar necesitaba un empleado para su carnicería y su hija Raquel buscaba trabajo. «Me dijo: 'Te enseño y si te gusta, te quedas'». Dicho y hecho. 14 años después continúan juntos. Por temporadas, también cuentan con la ayuda de la más pequeña de la familia, Silvia, de 22 años, que estudia Magisterio en Segovia y al mismo tiempo aprovecha para aprender el oficio de carnicera.  

Victoria aporta frescura y su padre, experiencia.Victoria aporta frescura y su padre, experiencia. - Foto: DB

Ambas cuentan que su padre les exige «más que al resto», porque «quiere que lo hagamos bien», dice Silvia. Eso sí, con total libertad para tomar decisiones, añade Raquel, volcada en dar a conocer el negocio en Instagram. Un comercio de barrio en el que los Rodríguez se ocupan de elaboraciones como los cachopos, el relleno de ternera o las botagueñas. Porque su adobo, dicen, «está buenísimo». La receta es cosa de su padre, con 28 años de oficio. Obviamente no desvela su secreto, pero sí que «es igual al que hacía la abuela en la matanza». Todos hacen de todo. El día a día es un no parar, pero no dudan en recomendar a otros jóvenes que apuesten por el negocio familiar.

Martín y su hijo regentan Los Arcos desde 1981: «Si no te inculcan este oficio desde pequeño, solo aguantas un tiempo»

Martín Pascual Sanz acumula 52 años en el mundo de la hostelería. Empezó con 17. Antes se había dedicado a la trashumancia. El 13 de enero de 1981 abrió el mesón Los Arcos en el barrio de Santa Catalina.

Apenas dos meses antes, el 22 de noviembre de 1980, había nacido su hijo, Martín Pascual Andray, con quien trabaja codo con codo desde hace 20 años. Ambos llevan toda su vida detrás de la barra, como demuestra la imagen en la que el padre tiene al niño en brazos en el mismo sitio donde posan hoy.

Se entienden a la perfección. «Cada uno sabe lo que tiene hacer», asegura su hijo, mientras precisa que, junto con sus siete empleados, todos hacen de todo. Cocina, barra, terraza, comedor y pedidos para fuera del establecimiento. El ritmo es frenético. Lo suyo es pasión por una profesión que, aunque implica muchos sacrificios, también tiene su recompensa. Eso sí, Martín hijo tiene claro que «si no te lo inculcan desde pequeño, aguantas una temporada, no más».

Victoria aporta frescura y su padre, experiencia: «Estoy encantado de tener relevo. Cerrar la tienda sería muy triste»

Victoria Moreno lleva desde pequeña echando una mano en el negocio familiar. Desde hace casi tres años lo hace a tiempo completo. Estudió Empresariales. Después Administración de Empresas. Trabajó en una bodega y una oficina y decidió que su lugar estaba en La Casa de los Colchones, junto con su padre, Jesús Moreno. Cuenta que siempre le ha gustado la tienda y que ahora, con 31 años, aplica sus conocimientos para que su comercio esté a la última, tanto en informatización de las facturas como en nuevas tecnologías. Recientemente han dado un paso más con la ampliación del local, ubicado en la avenida Castilla desde hace un cuarto de siglo. Así las cosas, Jesús aporta experiencia y Victoria, frescura. Ella representa la tercera generación de un negocio que comenzó su abuelo con un caballo y un carro vendiendo por distintos pueblos. La evolución ha sido más que notoria. Ahora, con el relevo asegurado, Jesús se muestra «encantado» porque cerrar, dice, «sería muy triste».