En las alas de los ángeles de la guarda

DIEGO PÉREZ LUENGO
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El doctor Aguado y su equipo nos abren las puertas de la enfermería para conocer su crucial labor, con el fin de salvaguardar las vidas de todos los que se la juegan cada tarde de toros en el Coliseum

El equipo médico de la plaza de toros de Burgos en el quirófano junto a todo el material renovado. - Foto: Jesús J. Matías

Entrar en la enfermería de una plaza de toros es pisar un respeto abrumador, es oler la pulcritud blanca del miedo. Es ese lugar que impone vida por ser capaz de salvar la muerte. Y sus protagonistas, sus guardianes, sus héroes en la sombra, los ángeles del toreo son los encargados de que, en un espectáculo en el que están tan presentes los riesgos, sean capaces de tranquilizar a quienes se juegan la vida cada tarde.

Sus paredes recogen recuerdos de tensión y el ladrillo que camufla ha sido testigo de muchas intervenciones de riesgo, donde cada milímetro es cuidado con el tacto de unas manos que obran verdaderos milagros. En Burgos, el doctor Aguado es el encargado de que los que se visten de luces luchando contra los fantasmas de las astas, respiren más aliviados.

Él y su equipo presumen de tener una de las mejores salas de España para intervenir cornadas. Cuatro cirujanos, entre ellos uno cardiovascular, dos anestesistas y una enfermera componen un grupo siempre en vilo. 

Pararse a observar allí dentro es ver prácticamente una escisión de cualquier hospital trasladado al Coliseum. Con todo un arsenal de material sanitario totalmente renovado, el quirófano es la sala estrella. La precede una de reconocimiento donde se examina la herida que haya sufrido el actuante, pero donde de verdad se cruzan los caminos de la vida, donde está siempre todo preparado para operar de urgencia es allí. Dos respiradores y un equipo de monotorización les sirven a los médicos como principales instrumentos externos.

Aunque donde se juega la partida crítica para sobrevivir es en el papel de los anestesistas. Necesitan estabilizar al paciente en el menor tiempo posible para que pueda ser intervenido, eso con el cronómetro corriendo con sangre cayendo en el segundero, se torna vital. «Aquí contamos con el factor en contra de que quien se tumba en la camilla no vienen en ayunas, lo que complica todo el proceso», relataba Juan Manuel de Vicente, uno de sus anestesistas. 

Lo que les sigue a ellos, es la obra de recomponer los pedazos que deja a su paso la fuerza bruta de un toro bravo. Especializados a base de afición y cursos, los cirujanos han recibido últimamente el mérito que siempre han tenido. A raíz de percances como el de Mariano de la Viña o Gonzalo Caballero se ha puesto en valor su imprescindible labor. Siempre tienen que estar pendientes de lo que pasa en el ruedo, de sus ojos nace la primera valoración. Dice el Doctor Aguado que no pasa especial miedo cuando son las figuras las que exponen delante de los pitones, pero aún así en este mundo de arte en el que no entran las matemáticas, nunca baja la guardia. 

Por la ya olvidada enfermería de El Plantío, recuerda él mismo como se han tratado toreros como Vicente barrera o Jesulín. Antes de estrenar este renovado complejo, tuvo que intervenir a Joselito Adame en una furgoneta que hacía de UVI móvil y ahora se le ve orgulloso y más tranquilo del salón en el que le toca bailar. Con dos bolsas de sangre cero negativo en la nevera, una camilla iluminada, un bisturí como cincel y la admirable habilidad para salvar vidas, este equipo médico está listo para una feria en la que ojalá no tengan que actuar.