Amor y muerte en la Belle Époque

R. PÉREZ BARREDO
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El Museo de la Automoción de Salamanca exhibe una joya tras la que se esconde una gran historia: es el mismo vehículo con el que, en 1909, perdió la vida en un accidente en Burgos Óscar Zulueta, llamado a heredar la gran bodega de Rioja Viña Tondonia

Vecinos de San Medel en torno al vehículo siniestrado el 26 de mayo de 1909. - Foto: Archivo Bodegas López de Heredia Viña Tondonia

Óscar Zulueta estaba llamado a convertirse en uno de los bodegueros más importantes de España. Era el sobrino y yerno de Rafael López de Heredia Landeta, audaz pionero que puso los cimientos de una empresa vinícola que pronto se conocería -y aún se conoce- con el nombre de Viña Tondonia, a la sazón una de las primeras y más señeras bodegas riojanas, cuyos orígenes se encuentran en el Haro finisecular del siglo XIX. La empresa sigue siendo familiar 145 años después de su fundación, con la cuarta generación al frente, pero no son los descendientes de Zulueta quienes mantienen vivo el sueño de López de Heredia porque el malhadado destino se cruzó en su camino, muy cerquita de Burgos, un día de mayo del año 1909.

Zulueta tenía 24 años; era un joven apuesto, inteligente y atesoraba una amplísima educación: hablaba alemán, inglés y francés. Cuando se desposó con Adelaida López de Heredia Aransáez, que era su prima carnal, el padre de la joven y fundador del negocio pensó en ese yerno como la persona ideal para, cuando él se retirara o ya no estuviera sobre el mundo, tomara las riendas del mismo. Adelaida era, además, su primogénita. El futuro, después de muchos años de trabajo y esfuerzo, se atisbaba resplandeciente para Rafael López de Heredia, que había conocido no pocas tribulaciones antes de degustar las mieles del éxito: hijo de emigrantes vascos emigrados a Chile, nació (1857) y creció en Santiago, la capital del país del Cono sur americano; cuando contaba con catorce años, fue enviado por sus padres junto a un hermano dos años menor a España, donde ingresó en un colegio jesuita de Orduña del que se escaparía poco más tarde para alistarse con los carlistas; al perder su bando la guerra, conoció la cárcel y el exilio en Francia. Pero aquel destierro forzado terminaría siendo fecundo.

No en vano, estudió y trabajó en el país vecino, donde conoció a dos marchantes de vino que tenían un almacén en Haro.El resto es historia: su olfato y su carácter emprendedor le llevaron a adquirir una finca y a poseer viñedos propios asesorado por las mejores bodegas de Francia, de Chateau Haut-Brion a Margaux. Su ambición era clara: hacer el mejor y más elegante vino de Rioja. Y a ello se dedicó en cuerpo y alma. La primogénita de López de Heredia y Óscar Zulueta se casaron en 1907. Tanto el joven como su suegro eran aficionados a aquel invento que había hecho su irrupción apenas un par de décadas antes: el automóvil. Poco tiempo después del enlace, adquirió Zulueta un vehículo formidable, un Delaunay Belleville 28 HP, que matricularía en Logroño con el número 14; se trataba de una marca francesa que rivalizó durante las primeras décadas del siglo XX, en plena Belle Époque, con las mejores firmas de automóviles del momento como Rolls-Royce, Hispano Suiza, Isotta Fraschini... Su reputación fue avalada por grandes personalidades de la época que eligieron a ese fabricante de automóviles; fue el caso del Zar Nicolás II o del rey de España Alfonso XIII, entre otros. 

Símbolo de los vehículos que rodaban por las carreteras de Europa a principios del siglo XX, es una obra de arte. Pues bien: ese mismo vehículo, exactamente el mismo que adquirió Óscar Zulueta, es la 'pieza del mes' del Museo de la Automoción de Salamanca. Hoy es propiedad del Real Automóvil Club de España (RACE), que lo adquirió en los años 50 del pasado siglo para devolverle su esplendor. Un brillo y un lustre que perdió en Burgos el 26 de mayo de 1909, a la altura de San Medel. Este periódico hizo una amplia cobertura del suceso, que conmocionó a la sociedad burgalesa y riojana.Según los relatos de la época, a primera hora de la mañana Zulueta, acompañado por su amigo Enrique Ruiz Laramendi y un chófer llamado Ramón Aguirrizábal, salió de Haro con destinoMadrid; el objetivo en la capital de España era recoger y trasladar a la localidad jarrera a la cantante de ópera Lucrecia Arana, quien debía protagonizar una zarzuela en Haro unos días después.

El fatal siniestro. Todas las crónicas de aquella infausta jornada señalan que a pocos kilómetros de la Cabeza de Castilla, y cuando se encontraba al volante de su flamante automóvil el joven Zulueta, un mastín les salió al camino; el vehículo transitaba en ese momento cercano a la Venta de los Adobes, ubicada en el pueblo de San Medel. Comoquiera que fuera, el conductor realizó una maniobra que resultó letal: el coche viró, chocó contra un árbol y terminó volcado en la cuneta. Larramendi salió impulsado por el impacto, mientras que el chófer tuvo la suerte de caer a una hondonada; ambos salieron ilesos del siniestro. No sucedió así con Óscar Zulueta, cuyo cuerpo quedó atrapado bajo el coche. Se había golpeado violentamente en la nuca, causa probable de su fallecimiento en el acto, y su rostro había completamente quedado desfigurado, toda vez que los anteojos de la escafandra que llevaba puestos cuando sucedió el accidente se le habían incrustado en cara. El vehículo también sufrió notables desperfectos. Los siniestrados fueron rápidamente auxiliados por vecinos de la zona, pero cuando el juez de Cardeñajimeno llegó al lugar de los hechos no pudo más que certificar la muerte del joven Zulueta, poniendo a buen recaudo las pertenencias que llevaba en los bolsillos de su elegante traje azul marino: un reloj de oro con las iniciales grabadas, una cadena también de oro, un llavero, una cartera de bolsillo con tres billetes de banco, cédulas personales, tarjetas, cartas, recibos de telegramas y otros efectos. El cadáver fue trasladado a Burgos mientras la triste noticia llegaba a Haro, a Oñate y a Madrid, de donde salieron con urgencia los familiares del muchacho.

La autopsia certificó que la muerte había sido instantánea: el golpe en la nuca le había roto la segunda y tercera vértebras cervicales; también se le había destrozado la laringe. Al día siguiente, se celebró un solemne funeral en la iglesia de Santa Águeda, siendo posteriormente conducido el cadáver al camposanto de San José, donde recibió cristiana sepultura; años más tarde, fueron trasladados los restos al panteón familiar en la localidad de Oñate, según han confirmado a este periódico fuentes de la familia López de Heredia. El vehículo fue trasladado a Haro días después, permaneciendo en unos almacenes de la bodega riojana hasta 1955, cuando fue adquirido por el RACE, que lo devolvió a estado original.

María José López de Heredia forma parte de la cuarta generación de esta saga de bodegueros y es una apasionada de la historia de su familia, de la que habla con verdadera emoción. En sus archivos atesora toda suerte de documentación relacionada con la familia, entre la que se cuentan numerosos recortes de prensa de la época que recogen el fatal siniestro en el que falleció Óscar Zulueta, a quien usted, lector, puede poner hoy rostro gracias a la generosidad de esta empresaria, que ha cedido la imagen feliz que exhibía el desdichado joven cuando, en viaje de novios por Europa, visitó en compañía de su mujer a un hermano de ésta, Rafael López de Heredia Aransáez, a la sazón abuelo de María José. La imagen está tomada en la localidad alemana de Dresde, donde Rafael, con 17 años, estudiaba en ese momento -marzo de 1907-. Fue durante el largo viaje nupcial cuando Óscar Zulueta adquirió el Delaunay Belleville 28 HP.Lo hizo en París, un mes después de visitar a su cuñado en tierras germanas. Antes de regresar a España hicieron con él cerca de 8.000 kilómetros. No cuesta imaginar la felicidad de aquella pareja exhibiendo su amor por el Viejo Continente, tan dichosos los dos, tan jóvenes, tan libres, tan ajenos a la fatalidad y a la tragedia.