Año nuevo, vida nueva. Este aforismo castellano representa el cambio de año como una oportunidad de mejorar las expectativas de futuro. El comienzo de año es el momento de los buenos propósitos, aprender idiomas, ir al gimnasio, leer más y un sinfín de objetivos pendientes para la mayoría de los mortales. El año que comienza lo hace con pocos cambios sobre la realidad del año que ha terminado. La expectativa económica y social para el presente ejercicio tiene la inercia de los acontecimientos del pasado reciente. Sigue la invasión en Ucrania con un riesgo alto de cronificación como tantos conflictos que perduran en el tiempo. La inflación sigue en una senda alcista, lejos del dos por ciento marcado por los organismos multilaterales como deseable. La deuda pública sigue creciendo en valor absoluto, aunque intentemos relativizarla midiéndola en porcentaje sobre el Producto Interior Bruto. Los intereses de la deuda pública, en claro ascenso que ahondará el déficit. Ese incremento en el precio del dinero hace que la renta libre disponible de las familias haya caído junto con el ahorro y la 'letra' de la hipoteca ahora es más cara. 

Este año se verá marcado por las citas electorales y la presidencia española de la Unión Europea en el segundo semestre del año. Llevamos años en campaña electoral perpetua, como si de un castigo se tratara. Este año se agudizará y disfrutaremos de más promesas y más reproches de los acostumbrados para no movernos del sitio. Volveremos a ver cómo todos ganan, aunque algunos pierdan. Decidiremos los gobernantes más cercanos al ciudadano en las elecciones locales. Y como colofón al año que ahora comienza se celebrarán las elecciones generales. Si echamos la vista atrás, recordando cómo comenzó el año dos mil veintidós, y analizamos cómo ha finalizado, creo que el resultado ha sido mucho mejor de lo esperado. Ni la subida de precios, ni el aumento de los intereses, ni la situación geopolítica ha evitado que la sociedad en su conjunto haya avanzado en la creación de bienestar.