«El Camino ha pasado ya muchas pandemias, nunca se acabará»

P.C.P.
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AL PIE DEL CAMINO (VI) |De Caderechas a Villambistia, donde Asun Hoz no puede estar más agradecida a los vecinos y a los pocos peregrinos que llegan al Albergue San Roque

Asunción Hoz y su marido, Alfredo Giménez, que antes era conductor de autobuses y ahora atiende tras la barra del que también es el bar del pueblo. - Foto: Luis López Araico

¿Quién puede presumir de tener un negocio popular en Corea del Sur? Asun puede, lo que supone un mérito enorme pues está ubicado en un pueblo que no llega a los 50 habitantes, en la comarca de los Montes de Oca, y que resulta difícil de pronunciar hasta para los castellanos. Pero Villambistia se parece mucho al paraíso para quien llega cansado, sudado y dolorido después de caminar horas a más de 30 grados. Y allí se obran milagros, como los de convertir a una arisca peregrina francesa en la mujer más amable del mundo con solo pasar por la ducha.

«Se suele decir que el turista exige y el peregrino agradece y es verdad», apunta Asunción Hoz, desde hace 6 años en el Albergue San Roque. Llegó para trabajar con un hospitalero, se quedó con la siguiente y en cuanto tuvo la oportunidad concursó por la concesión municipal y lo consiguió, el año pasado. «Me gustó desde el principio y cuando vi la oportunidad no me lo pensé», apunta esta mujer, cuya trayectoria profesional en la hostelería ha seguido siempre, en cierto modo, la misma línea. «Empecé hace muchos años en Burgos, en la zona de la Catedral, del monasterio de las Huelgas. Siempre he estado vinculada de alguna manera al Camino», apunta.

En su aventura jacobea ha arrastrado a su marido, Alfredo Giménez, que ha pasado de conducir un autobús a atender tras la barra de lo que también es el bar del pueblo. «Conseguir una persona que trabaje aquí es complicado», reconoce, así que nada «mejor que tu propia familia» para sacar adelante San Roque. La covid-19 lo ha dificultado todo aún más, especialmente a los albergues pequeños. Las 12 plazas de Villambistia se han quedado en 6, pero «con el doble o el triple de trabajo, porque tenga un peregrino o tenga 6, hay que limpiar absolutamente todo, no sabes lo que ha podido tocar y lo que no», explica. No obstante y pese a la reducción del aforo al 50%, desde que abrió el 2 de julio rara es la jornada que llenan. «Tienes algún día con 5, otro ninguno... Yo creo que entre un 80 o un 90% menos», calcula. Extranjeros pocos  y asiáticos ninguno, salvo una coreana residente en España. «De no ser por la taberna, probablemente no tendría abierto», confiesa.

Pero no le cabe ninguna duda que la ruta jacobea sobrevivirá a la covid-19. «No creo que esto acabe nunca. El Camino habrá pasado muchas más pandemias, seguro», aventura esperanzada y enamorada de su trabajo. Aunque este año sabe que no tendrá muchas satisfacciones económicas con él. «Yo cerré antes de que nos confinaran porque me estaba poniendo muy nerviosa. Tenía mucho coreano, mucho italiano y me lo veía venir. Casi, casi doy el año por perdido en relación al peregrino. Creo que esto no volverá a la normalidad hasta que no haya una vacuna efectiva», reconoce. «Mientras tanto, no, porque la gente tiene miedo y es normal», asume. «De hecho, sí que ves algún día grupitos de 4, pero por lo general se juntan menos», reconoce.

Para compensar,  los vecinos de pueblo y sus clientes «se han volcado» con ellos. «Gente que antes se tomaba una consumición, ahora toma dos. Se les ve que están intentado ayudar y se agradece muchísimo», comenta. En Villambistia están acostumbrados de siempre a convivir con el Camino, por lo que muchos peregrinos que solo buscan un vaso de agua se quedan a charlar con los parroquianos. «Es muy curioso verles chapurrear inglés», comenta Asun, que proviene del Valle de Caderechas, mucho más cerrado hasta que en los últimos años ha empezado a penetrar el turismo. «El carácter cambia, aquí es mucho más abierta la gente».

Esas experiencias, en apariencia tan sencillas, hacen que «la gente se quede muy marcada», porque esto supone «un relax» y un paréntesis en el tiempo, sobre todo para caminantes como los coreanos, a quienes «les cambia su visión de todo» el comprobar cómo la gente acude a la taberna a socializarse. Si hay suerte, incluso pueden ver algún concierto improvisado. Y siempre disfrutan de las cenas vigorizantes que les prepara Asun.«Este local es famoso en Corea. Allí se habla de él y de la comida. Me lo dicen cuando vienen y a mi nieto le hace mucha gracia», confiesa orgullosa.

Además de su trabajo, le gusta el entorno.«Vivir en el campo en este momento es un privilegio», recalca para minimizar la importancia de las distancias, en un lugar a 35 minutos de Burgos y unos pocos más de Logroño.