Cascadas

MARTÍN G. BARBADILLO
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"El mero hecho de salir al campo no es una actividad lo suficientemente atractiva para una buena parte del público. Necesitan un objetivo, hacer algo, llegar a un lugar. Unos lo solucionan cogiendo setas y otros acercándose a cascadas"

Cascada de Pedrosa de Tobalina. - Foto: Víctor Herrero

¿Qué es? Se trata de un tramo de una corriente fluvial en la que, a causa de un gran desnivel, el agua cae verticalmente por efecto de la gravedad.

Edad. Los ríos de la Tierra comenzaron a formarse hace unos 4.000 millones de años. Es de suponer que las cascadas también.

Cataratas, caídas, saltos de agua... Efectivamente. Se trata, como has visto, de un fenómeno natural que siempre ha estado ahí pero que vive en estos tiempos un momento de gloria.

¿Tienen mucha agua? Esa no es la cuestión; lo que tienen es ríos y ríos de visitantes. Se han convertido en tendencia, una especie de destino mágico o tierra prometida de muchos de los que se enfundan un uniforme 'Quechua' y se lanzan al campo.

Lo dices como si te molestara. En absoluto. Evidentemente, las cascadas son uno de los fenómenos más bellos de la naturaleza, pero lo han sido siempre. Simplemente, al parecer, se han puesto de moda, y no me extraña porque tienen mucho a favor.

Su espectacularidad. Eso es lo evidente, pero hay más factores que las respaldan. En primer lugar, en muchas ocasiones son un fenómeno efímero; no están ahí siempre. Numerosas caídas solo existen cuando hay mucha agua, producida por lluvias masivas, deshielos... Esta circunstancia hace que los visitantes las atesten en fechas concretas. Y cuando digo atesten es exactamente lo que quiero decir.

Aseguras que no, pero te molesta. Para nada, simplemente prefiero los lugares más tranquilos. El otro punto que respalda su popularidad es más filosófico.

Ya empezamos. Se podría decir que el mero hecho de salir al campo no es una actividad lo suficientemente atractiva para una buena parte del público. Necesitan un objetivo, hacer algo, llegar a un lugar. Unos lo solucionan cogiendo setas y otros acercándose a cascadas, que son algo perfectamente tangible y permite pensar que se ha cumplido un objetivo.

¿Qué tiene de malo? Nada, pero hay otros puntos de vista; para explicarlos recurriremos a los poetas. Es posible, simplemente, estar en la naturaleza, por el sendero que uno marque, dejándose inundar por lo que aparezca y dándose la vuelta cuando a uno le dé la gana. Ya lo explicaba Machado en sus celebérrimos versos: Caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. Y en esa ruta propia uno se puede encontrar con la maravilla no buscada, que podría ser una cascada también, o las cosas mínimas a las que se refería Walt Whitman en su poema Una hoja de Hierba: Creo que una hoja de hierba, no es menos / que el día de trabajo de las estrellas, / y que una hormiga es perfecta... / y que la rana es una obra maestra / digna de los señalados, / y que la zarzamora podría adornar, / los salones del paraíso... Existe pues la opción de sumergirse en la naturaleza sin buscar nada, aunque en estos tiempos creo que no es tendencia.

Me parece muy bien, pero hemos venido aquí a hablar de cascadas. Y eso estamos haciendo. De hecho, quiero sugerirte unas cuantas, pero con algo más por si en un arranque de locura consideras que el camino hacia ellas también es digno de ser disfrutado al mismo nivel.

Empieza. He de decirte que solo hablaré de las que conozco y lo haré de memoria, así que no esperes un catálogo de las muchísimas que hay en esta provincia.

Como no arranques se van a secar antes de que pueda conocerlas. Está bien: Las Merindades son el top de las cascadas en Burgos, por cantidad y belleza. La primera por la que nos pasaremos es la de Las Pisas en Villabáscones de Bezana. Partiendo de ese pueblo, se adentra uno en un espeso hayedo, que, como ya hemos dicho más veces, son las catedrales de la naturaleza. En un hayedo el aire, la luz, la temperatura y el olor son inequívocamente de hayedo, como en las catedrales son de catedrales. Dos kilómetros cuesta abajo y nos topamos con la caída de agua que nos regala el río La Gándara. Su punto fuerte es que parece, y es, un lugar remoto y mágico en medio de un bosque. Si regresas por el mismo camino ten en cuenta que es subida.

Me lo apunto. En la zona también se encuentra la archiconocida del río Jerea en Pedrosa de Tobalina, una cortina ancha que acaba en una apacible zona de baño que rebosa de humanos en verano. También en Las Merindades, en Herrán, está el desfiladero del río Purón con saltos continuos de agua. Es un paseo entre rocas y recovecos que merece la pena y que en su momento fue calzada romana; uno allí puede sentirse miembro de una legión de César.

Buena pinta. Y no muy lejos, relativamente, aparece la que es probablemente el top 1 de las cascadas de la provincia: el Salto del Nervión. Se trata de la caída de agua más alta de la Península Ibérica con 222 metros. Se accede desde el Monte Santiago en una apacible caminata llana entre hayas. Recuerdo haber estado una mañana en la que el sol deshacía la niebla entre las hojas de otoño. En la cascada, el agua cae sobre los valles vascos en un desnivel espectacular. Si vas y no hay agua, la vista merece igual la pena. También hay cascadas urbanas.

¿En la ciudad? No, dentro de pueblos. Hablamos de las de Orbaneja del Castillo, que se deslizan por un hermoso pueblo de piedra y son víctima de su éxito masivo. Pero si vas, puedes dar una vuelta de unos pocos kilómetros remontando el río hasta Villaescusa de Ebro y plantarte en la cascada del Tobazo. Una vez más, el paseo por la ribera es lo bueno. El otro pueblo de cascada es Tobera, al lado de Frías: es una idea parecida a Orbaneja pero no tan masificado. No puedo olvidar una tarde primaveral tomando el sol en el pórtico de la iglesia de San Vicente Mártir, ya fuera del pueblo.

El dolce far niente. Ya me conoces. Seguimos: un básico es Santa Cruz de Valle Urbión: una sucesión de cascadas en plena sierra de la Demanda, en otro hayedo fantástico. Hay que trepar, saltar de piedra en piedra y cruzar varias veces la corriente, lo que ya de por sí justifica la visita. Y hay más.

Claro. En un lugar más improbable, la comarca del Arlanza, en Quintanilla del Coco, se encuentra la efímera cascada del Churrión, a la que se llega atravesando un paisaje de sabinas. En la ruta se divisa el valle que abre el río Mataviejas y parece uno estar en un western como Horizontes lejanos.

Queda claro que no te gustan las cascadas. Claro que me gustan, pero no más que una hoja de hierba, como diría Whitman.

Si quieres parecer integrado. Hazte el inevitable selfie delante de una. Hay variedades infinitas supuestamente graciosas jugando con la perspectiva: haciendo como que bebes, simulando que el agua se posa en tu mano...

Nunca, nunca, nunca... Hagas una ruta de cascadas en agosto. No encontrarás gente, pero tampoco agua.