La memoria del corazón

R. PÉREZ BARREDO
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La madre de Irene cuidó durante meses a la de Bernard cuando era apenas un bebé y su progenitora se hallaba en la cárcel de mujeres. Aunque no se conocían, se abrazaron emocionados en el nombre de sus madres

Irene Hidalgo y Bernard Roca posan con una fotografía en la que aparecen juntas las madres de ambos. - Foto: Alberto Rodrigo

Irene y Bernard no se habían visto ni hablado nunca, no se conocían, pero se abrazaron larga, intensamente durante varios segundos en un silencio grande, cargado de sentimientos. Fue algo más que un abrazo: en ese ancestral gesto de cariño estaban fundiéndose ellos, sí, pero también sus respectivas madres, unidas por el azar y la tragedia hace más de ochenta años precisamente en el mismo lugar en el que sucede la escena, en la recoleta casita en la que vive Irene, ubicada en la falda del Castillo, mirador privilegiado con vistas estupendas. También se otea, desde allí, el edificio otrora siniestro que entreveró los destinos de los emocionados personajes que se deshacen del abrazo y se sonríen con ternura y celebran conocerse sin poder ocultar la honda emoción que los embarga. "Aquello que se ve allí es la cárcel en la que estaban tu mamá y tu abuela", indica Irene Hidalgo Ramos, y Bernard Roca Carrasco gira la mirada hacia el tejado y los muros del Teatro Clunia, que era cárcel de mujeres en el origen de la historia que hermana a los dos.

Y que arranca en la Guerra Civil, que empujó al político catalán Manuel Carrasco Formiguera a trasladarse al País Vasco porque aunque leal a la República, su condición de nacionalista y cristiano le generó un peligroso hostigamiento por parte de comunistas y anarquistas. En plena travesía entre la localidad francesa de Bayona y Bilbao, el barco en el que viajaban como pasajeros Carrasco Formiguera y su familia fue interceptado por el buque Canarias. Los sublevados dividieron a la familia: varios hijos del político catalán fueron encarcelados en San Sebastián; él, su mujer, Pilar Azemar, y la hija más pequeña de ambos, Rosa María, de apenas cinco meses, recalaron en Burgos. Manuel Carrasco ingresó en el penal central; la mujer, el bebé y la nodriza, en la cárcel de mujeres: se las acusaba del delito de rebelión militar.

Al menos varios meses de 1937 pasó Pilar con su criatura entre rejas, sin apena poder alimentarla porque tanto ella como la nodriza se quedaron sin leche. A duras penas la mantuvieron con agua del rancho y trocitos de sardinas en conserva. "Mi madre siempre contó que por eso padeció de los huesos toda su vida", musita Bernard, para quien Burgos ha representado siempre algo doloroso, el episodio más triste y trágico en la historia de su familia. De hecho, nunca había visitado la ciudad, como si una barrera invisible le hubiese prohibido. Sin embargo, su madre, fallecida en el año 2018, regresó en varias ocasiones, porque aunque también sus recuerdos eran dolorosos había un vínculo de amor al que nunca pudo ni quiso renunciar: Feli Ramos, la madre de Irene, la mujer que, arriesgando mucho, aceptó acoger a aquella criatura cuando las autoridades decidieron liberar a la nodriza y a la niña. Pilar había conocido entre los grises muros de la cárcel a dos hermanas acusadas de socialistas -de la familia Labín-, quienes, conmovidas, le dieron a la nodriza las señas de unos tíos suyos que vivían muy cerca de allí. Eran los padres de Irene. "Mi madre no lo dudó", subraya ésta.

Lo que siguió en las semanas siguientes es una historia de amor. Feli ya tenía dos hijas, una de ellas Irene. Y Rosa María se convirtió en una más. Fue cuidada, alimentada, querida. Aunque la esposa de Carrasco Formiguera le había entregado a la nodriza unas alhajas que pudieran contribuir al mantenimiento de su niña, Feli jamás las vendió, conservándolas y devolviéndoselas con el tiempo. Rosa María aprendió a andar con Feli. La primera fotografía que se hizo a la niña fue gracias a Feli, que la llevó donde el fotógrafo Idelmón, en la calle de San Pablo: la imagen es la de una preciosa y sonriente criatura, metáfora feliz del tiempo que pasó con su familia de acogida. Y Feli fue quien llevó una copia al penal central, para consuelo del padre. Muchas mañanas, recuerda hoy Irene, su madre se echaba a la niña en brazos y se acercaba a la cárcel de mujeres, para que Pilar pudiera ver a su hija tras las rejas. "Mi madre y tu madre mantuvieron siempre relación. Fue una relación como de madre e hija. Eso solía decir. Se llamaban con frecuencia. Y después de que mi madre muriera me llamaba a mí", le cuenta Irene a Bernard, que asiente en silencio, tan emocionado que le cuesta un mundo que afloren las palabras.

Confirma esa preciosa relación una fotografía que Irene exhibe en el salón de su casa. En ella miran a la cámara Feli y Rosa María, juntas y sonrientes, como madre e hija. La valentía y humanidad de Feli Ramos no se limitó a cuidar a Rosa María. Cuando, por mediación de Cruz Roja Internacional, la mujer y los hijos de Carrasco Formiguera fueron canjeados por la familia del general sublevado López Pinto, la burgalesa frecuentó el penal central para visitar al cabeza de familia y llevarle comida. Cuenta el historiador Hilari Raguer que antes de que la mujer y los hijos del político salieran de España se les permitió visitarle en el penal. Y que el director, en un gesto de magnanimidad, les cedió su despacho para la despedida. Allí, en la intimidad, Manuel Carrasco abrazó por último a su hija pequeña, quedándose con uno de sus patucos de lana. Cuando, meses después, fue conducido frente al pelotón de fusilamiento, Carrasco llevaba un crucifijo en una mano y aquel patuco en otra.

Irene es un torrente de recuerdos y evocaciones que Bernard escucha atento y feliz. "Voy a necesitar tiempo para poder expresar bien lo que siento", admite mirando con ternura a Irene. "Cuando te he abrazado he sentido que estaba abrazando a tu madre. Ay, Rosa... Qué felicidad y qué ilusión me hace que hayas venido", dice ella. Escucha Bernard a Irene con los ojos húmedos. Con cariño y gratitud. "El sufrimiento de mi familia fue bestial, mi madre y mi abuela estuvieron encarceladas y a mi abuelo lo terminaron fusilando, pero hasta en ese momento encontraron esperanza gracias a la familia de Irene. Feli, Irene y mi madre siempre tuvieron contacto. Pero yo no. Ahora, al morir mi madre hace tres años, sentí que debía venir. Es como un cerrar un círculo. Quiero mantener el contacto con Irene", apostilla.

Manuel Carrasco Formiguera fue fusilado en Burgos el 9 de abril de 1938 por orden directa de Franco. Su ejecución soliviantó hasta al Vaticano. Pero no hubo piedad para él. Fue enterrado en el cementerio de San José, en una tumba que consiguió para el político catalán un jesuita que le había acompañado en sus últimas horas. Quince años más tarde, su familia pudo trasladar los restos a Cataluña. Antes de hacerlo, adquirió en propiedad la sepultura y se la regaló a la familia Hidalgo Ramos. Ahí descansan los padres de Irene.