Un regreso muy esperado

Diego Izco (SPC)
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El base canario retorna al Real Madrid después de haber militado en los Philadelphia 76ers, el CSKA de Moscú y el Olimpia Milan. - Foto: M. Bazzi (EFE)

La modernidad nos está regalando prórrogas maravillosas de deportistas que hace unos años, con esta edad, ya estarían jubilados. Pero lejos de arrastrarse por céspedes y parqués, todavía son capaces de ocultar la lógica decadencia física con altas dosis de talento… y sobrevivir ante muchachos a los que casi doblan en edad. En esa tesitura, a los 36 años, Sergio Rodríguez regresa al Real Madrid para prestar su último servicio.

El 'Chacho' vuelve al escenario donde ejecutó su mejor juego y se 'reenamoró' del baloncesto. En la capital de España intentará reconstruir moralmente una sección 'tocada' tras el adiós de Pablo Laso, su padre deportivo, quien lo rescató de un mal viaje por la NBA. 

En cada una de sus jugadas hay un trocito de aquel niño que aprendió el oficio en el colegio de su padre porque en el suyo no había equipo. En esas edades donde se adivina si el crío tiene el 'don' o no, el joven Sergio ya atesoraba el juego descarado, insolente y divertido que luego ha tenido durante toda su carrera. Algo que no llega por poco a ser mágico pero, sin duda, es mucho más que simple baloncesto 'terrenal'. 

Él tiró todas las puertas obligando al aficionado (y al rival y a los propios compañeros en no pocas ocasiones) a preguntarse por dónde había pasado el balón. Era un verso suelto que interpretaba partituras que pocos tocaban por entonces. Debutó en la élite con apenas 17 años (Estudiantes) y un año más tarde ya fue el jugador revelación de la ACB. 

Merecía la pena verle perder dos o tres balones por exceso de creatividad y velocidad a cambio de esas dos o tres genialidades anárquicas, a veces más cercanas al malabarismo extremo que al baloncesto, que revolucionaban el partido. Como aquella inolvidable semifinal del Mundial de Japón 2006, el que bañó de oro al baloncesto español: cuanto peor pintaban las cosas ante Argentina, Sergio demolió los muros grises que contenían el partido y le puso color, cambios de ritmo, reversos, pases imposibles, triples sin buscar una distancia de seguridad respecto al defensor, etcétera. 

Decepción y vuelta

Era imposible contener tanto ingenio en Europa, así que hizo las maletas hacia la NBA, donde se encontró con un muro que ni él mismo fue capaz de tumbar: los rigores tácticos habían asesinado la genialidad improvisada. El canario pensaba demasiado rápido, ejecutaba demasiado rápido, conducía demasiado rápido para lo que los técnicos de Portland, Sacramento y Nueva York pedían.

De una forma brillante, Pablo Laso reclutó a Sergio para devolverle la sonrisa. Fueron seis temporadas en las que el Real Madrid disfrutó del mejor 'Mojo picón' (el apodo que le colgó el inolvidable Andrés Montes): baloncesto eléctrico, fugaz e imprevisible, carrera tras carrera tras carrera, marcadores cercanos a los tres dígitos. La sensación de caos controlado que generaba el 'Chacho' aupó al cuadro merengue a lo más alto... Y con el título de la Euroliga en el bolsillo, dio por saldada su deuda con el club blanco y volvió a cruzar el continente en busca de la gloria americana. 

En Filadelfia estuvo cerca de conseguirla, pero le bastó una temporada para saber que en Europa se jugaba el baloncesto que a él le llenaba: ganó otra Euroliga con el CSKA (los que más pagaron por sus servicios en aquel retorno) y se convirtió en un ídolo en Milán, donde la afición del Olimpia le despedía en junio con gritos de «¡MVP! ¡MVP!». Todo eso y nada más que eso es lo que la ACB tiene de vuelta: una oportunidad de ver en acción (¿y despedir?) al penúltimo genio de nuestro baloncesto.