El sueño de dar la vuelta al mundo

B.D.
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Marina López Ortega ha logrado culminar su reto de recorrer a pie los más de 3.000 kilómetros entre España y Noruega. Tras demostrarse que es capaz de todo, se quiere preparar para dar la vuelta al globo caminando

Esta joven burgalesa reconoce que lo mejor del viaje ha sido la sensación de libertad. - Foto: Alberto Rodrigo

Su pasión por caminar la llevó a un reto único que empezó el 9 de junio en Gijón y culminó el 1 de octubre en Oslo tras recorrer Europa en solitario por caminos, veredas y carreteras. Ahora, 3.200 kilómetros después, Marina López Ortega, una joven burgalesa de 32 años, quiere convertirse en la primera mujer española en dar la vuelta al mundo caminando. Una hazaña dura, pero alcanzable. Especialmente si la aventura y el contacto con la naturaleza son una pasión, como ocurre en este caso. «Con el viaje hasta Noruega me he demostrado que soy capaz. Sé lo que se siente y hasta dónde responde mi cuerpo. El esfuerzo será enorme pero lo quiero conseguir como reto deportivo y personal», reconoce esta mujer de indomable espíritu de superación. 

Con la experiencia ya interiorizada (en su ruta hasta Oslo no han faltado algunos sustos y sobresaltos), Marina asegura que en su decisión de volverse a colgar la mochila a lo grande ha pesado la idea de los handicap a los que se enfrentan las mujeres a la hora de afrontar una aventura como ésta y que no encuentran ellos. «Si un hombre se plantea dar la vuelta al mundo, nadie le va a preguntar si tiene miedo, cuando a nosotras siempre nos advierten de los peligros con los que nos podemos topar. Si nadie abre el camino, si todas nos quedamos en casa sin poder hacer realidad nuestros sueños, ninguna podrá hacerlo en un futuro», admite. 

Es precisamente ese sentimiento de vulnerabilidad lo que peor ha llevado durante los cuatro meses que ha estado recorriendo Europa. De hecho, en la última parte del viaje estuvo a punto de tirar la toalla y volver a casa tras una amarga experiencia una de las noches que tuvo que dormir a la intemperie en una calle de una ciudad sueca. «Pensaba quedarme en la estación de autobuses pero me echaron y tuve que ir a un callejón. A las seis de la mañana me despertó un mendigo borracho y me empezó a gritar. Tuve miedo», relata, tras confesar que todas las noches dormía en su saco con un spray de defensa en la mano. De ahí que bromee con el aprendizaje de artes marciales antes de emprender su reto más difícil. Frente a las muchas vicisitudes vividas, lo mejor -señala- ha sido la sensación de libertad que ha tenido.

Antes de ponerse de nuevo las botas, tiene intención de prepararse física y psicológicamente durante un año, tiempo en el que además tendrá que rehacer su hucha, ya que todos los ahorros se le han ido en su periplo hacia Noruega. Físicamente asegura que está bien y desde el plano psicológico quiere reforzar aquellas cuestiones que peor ha llevado en la experiencia de este verano, como superar el sentimiento de soledad constante. «Los últimos días tuve una crisis; pensé en darme la vuelta pero reaccioné porque de haberlo hecho me hubiera arrepentido toda la vida».