«Somos primates con armas de destrucción masiva a mano»

R. PÉREZ BARREDO
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El palontropólogo José María Bermúdez de Castro, flamante nuevo académico de la RAE, va a alternar fósiles y palabras desde su sillón de la letra K. «El hecho de que tengamos cultura no significa que seamos superiores a otras especies», advierte

Paleontropólogo, codirector de Atapuerca y flamante nuevo académico de la RAE. - Foto: Juan Lázaro

Flamante nuevo académico de la RAE, no pierde nunca ni la sencillez, ni la humildad. Va a alternar fósiles y palabras este paleoantropólogo y biólogo, codirector de Atapuerca, divulgador de postín y hombre cabal que aspirará, desde su sillón de la letra K, a que nuestro diccionario se enriquezca desde la ciencia. A José María Bermúdez de Castro le toca ahora limpiar, fijar y dar esplendor.

¿Cómo es pasar del trabajo de campo, de las excavaciones, o del laboratorio en el que se investiga, a un lugar tan solemne que 'limpia, fija y da esplendor'?
Aunque pasamos mucho tiempo haciendo trabajo de laboratorio, en centros de investigación, la parte de campo es la más atractiva. Qué mejor que estar al aire libre... Es muy ameno estar con los compañeros, estar con la ilusión de que te salga un fósil... Es muy emocionante. Cuando vine por primera vez a excavar a Atapuerca hace cuarenta años dije que quería volver. Volví cada año desde 1983, y hasta ahora. Son momentos inolvidables, que siempre me recordaron a cuando era niño, que me gustaba mucho estar en el campo. Pasar a un lugar tan solemne como la Real Academia quizás esté más acorde con mi edad. Produce una cierta inquietud, sólo he estado unas pocas veces. Pero hay que adaptarse, como hay que adaptarse a todas las situaciones. Tendré que ponerme una corbata, porque hay que guardar cierto decoro y es una costumbre.

¿Se siente una suerte de intruso?
Un poquito sí. Pero creo que por una cuestión histórica. La Real Academia va en paralelo a las ciencias españolas; y éstas, por cuestiones históricas y supongo que también por tradición, han ido bastante por detrás de países de habla inglesa. Reino Unido y Estados Unidos forman un bloque importantísimo en ciencia. Es la suya la ciencia que prevalece (habrá que saber qué va a pasar con China). En cambio, España, que podría tener una influencia importante en países sudamericanos que hablan nuestra lengua, ha ido muy por detrás. En cuestiones como la evolución humana llevamos cien años de retraso, una barbaridad. La Real Academia Española ha seguido a la sociedad española, y al hacerlo, lo que se ha cultivado ha sido especialmente la literatura y las ciencias sociales. Pero desde los años 80 se empezó a asumir la importancia de la ciencia. Y poco a poco hemos ido despegando. Ahora mismo hay un intento de que la ciencia española (aunque seamos un país pequeño) tenga su importancia en el mundo. No es sencillo. Se han hecho intentos y tampoco somos un país multimillonario como para invertir en ciencia todo lo que deberíamos... Seguimos tratando de escalar posiciones y de llegar al sitio que le corresponde.

Paleontropólogo, codirector de Atapuerca y flamante nuevo académico de la RAE.Paleontropólogo, codirector de Atapuerca y flamante nuevo académico de la RAE. - Foto: Juan Lázaro

Que un científico como usted ocupe ahora un sillón de la RAE significa que algo está cambiando...
Es una consecuencia de esto. La ciencia española ha subido muchos peldaños, eso es incuestionable. En los cuarenta años que llevo, ha progresado muchísimo. 

Ha evolucionado, nunca mejor dicho...
Así es: ha evolucionado y hay un sistema de ciencia funcionando. ¿Que necesitaría más apoyos económicos? Por supuesto, pero como todo, como la sanidad, como la educación... Pero hemos progresado una barbaridad. Puedo dar fe. Consecuencia de ello: la RAE se fija en que hay que incluir palabras de ciencia que antes no se usaban. Porque la sociedad española estaba al margen de la ciencia. ¿Qué palabras se pueden incorporar? Aquellas que sean de uso común porque ya mucha gente está familiarizada con la ciencia. Ahora hay mucha divulgación científica. Y eso se expresa con palabras. Por eso la gente ya conoce palabras de uso común en la ciencia. No hablo de los términos técnicos. Pero ya hay palabras de uso común, como big bang, por ejemplo. Aunque sea una palabra inglesa, mucha gente ya sabe lo que es. Y es un término que debe estar -y está ya- recogido en el diccionario.

El hecho de que tengamos cultura no significa que seamos superiores a otras especies»

En su discurso de toma de posesión del sillón K dijo que siempre nos han hecho creer en una frontera inquebrantable entre el ámbito de la ciencia y de las letras. ¿Va a desmontar ese muro? ¿Y cómo?
Es muy difícil. Muy complicado. La dicotomía entre ciencias y letras se fortalece en siglo XIX. Tanto en el colegio como en la universidad se ha diferenciado entre los de ciencias y los de letras, ¿verdad? Pero el origen de esa dicotomía está en la Grecia clásica. ¿Cómo derribar un muro que lleva tantos siglos levantado? Es complicado, pero hay que entender que la ciencia se escribe con palabras, con letras. Yo no puedo expresarme sin el lenguaje. Y tengo que dominar las palabras lo mejor posible para poder llegar no sólo a los investigadores, sino también al gran público. Para la divulgación es esencial la técnica de la gramática. Así que para la ciencia son importantes las letras; sin ellas, ésta no se podría entender.

Su pasión por descubrir le abrió la pasión por divulgar. Y eso exige lo que decía: el dominio de una herramienta fundamental, la lengua, que es otro yacimiento infinito, casi como el de Atapuerca...
Es infinito, sí. Y yo no me considero escritor, sólo faltaría. Me dedico a la ciencia, pero trato de escribir. Y de hacerlo lo más claro posible para que haya un discurso fluido que entienda la gente. Yo ahora estoy aprendiendo un poquito más de técnica, que también es importante. Quizás mi 'estilo' ya no cambie, pero quizás sí pueda mejorar, tanto en la técnica como en el vocabulario. Pero tampoco aspiro a escribir como los grandes, sería una tontería.

El hombre comparte cerca del 99% del genoma con los chimpancés. Pero en ese algo más de 1 por ciento nos diferencia el conocimiento, la cultura. Ese es el abismo. 
Y es un abismo importante. Hay también, es cierto, otros rasgos anatómicos que nos diferencian. Pero si nos quitamos la ropa y nos meten en la jaula con un chimpancé... En fin, nos empezamos a parecer un poquito más. Es la cultura la que nos ha ido distanciando. El chimpancé puede ser violento si hay escasez de recursos; pero eso también nos pasa a nosotros. Ahí no hay diferencia: el otro día unas imágenes terribles de Ucrania en las que había personas pegándose por unas galletas. Jane Goodall [etóloga británica que ha dedicado su vida y su obra al estudio y comportamiento de los chimpancés] ha sido una gran influencia para mí y parte del discurso de mi ingreso en la academia está inspirado por la lectura de su obra.

La RAE se ha dado cuenta de que hay que incluir palabras de ciencia que antes no se usaban y que ahora son de uso común»

¿Se ha alejado la cultura -el ser humano- de la naturaleza? 
Nosotros, al tener cultura, hemos ido escalando una serie de posiciones dentro de nuestro ecosistema; y al final, hemos subido unos escalones ficticios. Parece que estamos alejados de la naturaleza, a la que miramos desde lejos. Miramos a las demás especies con displicencia, como diciendo: 'aquí estamos nosotros, que somos los superiores'. No somos superiores: somos iguales. Distintos, diferentes a otras especies porque tenemos otras características. Pero el hecho de que tengamos cultura no significa que seamos superiores. Todos cumplimos un papel en el ecosistema. Y nuestro papel no es que esté siendo demasiado bueno.

Parece que el hombre no hace sino agredir a la naturaleza... ¿Nos estamos acercando a un precipicio?
Sí. Cuando hemos sido cazadores y recolectores hemos estado en un cierto equilibro con nuestro medio. Matábamos lo que necesitábamos para comer; cogíamos los frutos que necesitábamos para alimentarnos, como hace cualquier especie: un león mata porque tiene hambre y quiere comer. Nosotros hicimos eso durante miles y miles de años. Ahora hemos pasado a un estatus totalmente diferente, en el que la cultura tiene un predominio tal en nuestra vida que necesitamos más y más y más. Y no nos conformamos con menos. Por una cuestión biológica, somos muchos en el planeta (8.500 millones de seres humanos). Y eso tiene consecuencias. Estamos devorando los recursos. Y cada vez necesitamos más espacio para vivir y construimos en cualquier sitio. Luego llega la naturaleza, que no es que vaya contra el hombre, porque la naturaleza no piensa ni tiene voluntad, pero ocurre lo que ocurre y se producen catástrofes. Hemos llegado a una situación en la que nos estamos pasando de frenada. Y la naturaleza quiere ocupar su lugar. Se rebela contra una agresión tan fuerte.

¿Eso no sucede precisamente por ese alejamiento de la naturaleza?
Claro. Ahora mucha gente decide pasar su ocio en el campo, que está muy bien. Pero no lo entiende. Quienes sí la entienden son quienes, afortunadamente, todavía viven en é. Quienes están integrados. Los demás somos domingueros. Nos gusta, pero estamos perdidos. Los urbanitas lo observamos con distancia.

Para la ciencia son importantes las letras; sin ellas, ésta no podría entenderse»

¿Es un desafío pendiente, el volver a relacionarse de forma 'natural' con la naturaleza? ¿Volver a sentir y sentirse en la naturaleza?
Yo he pasado mucho tiempo de mi vida en el campo; reconocía el canto de los pájaros, los árboles... Ahora ya no tanto, aunque aún distinga... Coloca a un niño urbanita del siglo XXI en el campo. Estará perdido.  

¿Deben cultura y naturaleza caminar de la mano?
Sí, claro. Pero tenemos un modelo creado. Y que se ha creado casi sin darnos cuenta. De las urbes fortificadas se pasó a las grandes ciudades. Y nos hemos hecho urbanitas y creado un montón de necesidades. Es un modelo pernicioso, e imposible de cambiar. Al menos yo así lo veo. La gente está atrapada en las grandes ciudades. 

En esa relación con la naturaleza ¿nos hemos creído dioses, o los machos alfa de todas las especies?
Lo de machos alfa... Es que la jerarquía está en nuestro ADN. El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, que es sobre lo que hablo en mi último libro (Dioses y mendigos. Editorial Crítica). Cuando el hombre reflexiona, se da cuenta de que no es nada. Y cae en la humildad. 

Esa actitud de dioses ha acarreado consecuencias...
Y muy negativas. Hay personas que se creen dioses: lo estamos viendo en este momento. 

Se puede poner nombre...
No hace falta porque todo el mundo sabe de quién estoy hablando. A esas personas que se creen por encima del bien y del mal no les importa que otras sufran. 

Cuando el hombre reflexiona se da cuenta de que no es nada. Y cae en la humildad»

¿Y la tecnología? ¿Es un arma de doble filo? ¿Puede ser un peligro?
Sí. La especies evolucionan muy lentamente; nosotros llevamos 250.000 años en el planeta, y no hay gran diferencia entre nosotros y aquellos que empezaron la especie sapiens en África. ¿Pero qué ocurre con la tecnología? Fue muy despacio al principio: la primera vez que ideamos herramientas, que es una transformación de la materia prima, ocurrió hace algo menos de tres millones de años; la primera gran revolución tecnológica de la piedra ocurrió un millón de años después, con el achelense y los bifaces; la segunda revolución industrial llega con los neanderthales, otro millón de años después. Y, de pronto, la tecnología ha avanzado a una velocidad enorme. Biológicamente, no somos tan distintos de ese humano de hace 250.000 años, pero la tecnología está a años luz. Y resulta que un sapiens tan parecido como uno de aquellos primeros tiene bombas nucleares a su disposición... ¡Y eres un primate! Es es el grave problema: hay un decalaje brutal entre naturaleza, evolución biológica y evolución tecnológica. Una distancia brutal. Somos primates con armas de destrucción masiva en nuestras manos. Somos más inteligentes que los chimpancés, naturalmente -tenemos un cerebro tres veces más grande y más complejo-, pero somos muy parecidos. Y el origen de nuestra conducta lo podemos ir siguiendo hacia atrás sin ningún problema. Los chimpancés tienen sentido de la justicia, y hacen política ¡igual que nosotros! Puede no entenderse, pero lo han estudiado muchos investigadores. La territorialidad: somos increíblemente territoriales, y no sólo hablo de naciones: tu casa, tu huerta, tus dominios... La jerarquía, lo mismo. En tu trabajo hay un jefe. No hemos cambiado nada, sólo hemos sofisticado las cosas.

La clave, como siempre, es encontrar un equilibrio.
Así es. El equilibrio siempre. 

Hay palabras de nuestra lengua que se han extinguido aunque haya habido académicos velando por el idioma... ¿Corre nuestra especie algún riesgo similar?
Nos podemos extinguir. Todas las especies terrestres tienen un tiempo de vida. Un millón de años como promedio. Nosotros, como especie, llevamos 250.000 años, todavía nos queda muchísimo, en teoría. El problema está en que hemos dado un acelerón a esa gran adaptación nuestra que es la cultura. Un salto brutal. Hemos dado muchos más pasos adelante que otras especies. A mí me da miedo que tras tantos pasos esté el abismo. Ese es el gran problema. Eudald Carbonell lo suele decir de una manera muy dramática, pero cuidado, yo también advierto: las cosas se nos pueden ir de las manos sin darnos cuenta. En una guerra nuclear, atómica, no hay vencedores: siempre seríamos las víctimas.

¿Pero tiene esperanza?
Sí. Tengo fe en la racionalidad del ser humano. Espero que mentes competentes intenten cambiar el modelo actual, y que lo hagan cuanto antes porque si no, se nos acaba. Quiero tener esperanza porque tengo descendencia. El problema es que uno va haciéndose mayor, y perdiendo un poco la fe en la humanidad.

Pero esa racionalidad de la que habla es, al cabo, lo que nos diferencia de otras especies...
Claro, esa es la que debería prevalecer. Pero también es verdad que están las emociones, las pasiones... 

Hay un decalaje brutal entre naturaleza, evolución humana y evolución tecnológica»