Los deseados caracoles del señor Cayo

P.C.P.
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Alfonso Jiménez, bisnieto del vecino de Cortiguera que inspiró a Delibes, y Lluis Marquina querían dar vida a Cubillo del Butrón y abrieron una granja de la que salen 2.000 kilos de moluscos al año

Así estaban a mediados de agosto los caracoles de Los Altos, a falta aún de varias semanas para llegar a su plenitud. - Foto: Jesús J. Matías

Un caracol necesitaría cerca de 9 meses para recorrer los 6,5 kilómetros que separan su 'casa' en Cubillo del Butrón de Cortiguera. Alfonso Jiménez ha precisado de varias generaciones para completar la trayectoria inversa y volver a crear riqueza en la tierra que hizo famosa -y viceversa- su bisabuelo, Claudio Ruiz, como inspiración de Miguel Delibes primero, y de Antonio Giménez-Rico después, en la adaptación al cine de la novela El disputado voto del señor Cayo. 

Sin irse por las ramas, que a los caracoles solo les gusta darse un garbeo por la hierba fresquita y de noche, Alfonso y su socio Lluis Marquina no quisieron explotar la fama familiar -bautizaron su empresa como Karacoles Los Altos (¡ay, si Delibes viera esa k!)- pero sí aprovechar el entorno y la vida rural que el señor Cayo encarnaba, con sus pros y sus contras, además de «poner en el mapa» esta parte menos conocida de la provincia, entre el Cañón delEbro y el Valle de Sedano, a un paso de emplazamientos tan turísticos como Pesquera,Orbaneja, Escalada, Dobro...

Las 3 familias que residen, y resisten, todo el año en Cubillo delButrón-en agosto llegan a la friolera de 15- conviven desde hace dos años con 350.000 caracoles, a los que ya han dedicado incluso una fiesta. Estos peculiares vecinos adoptan ritmos similares a los de los veraneantes: llegan con la primavera, crecen con las amapolas y se van antes de que empiece el frío. 

Por estas fechas, Lluis y Alfonso empiezan a recoger su producción, que oscila entre los 1.500 y los 2.000 kilos, y a venderla por ferias, a particulares y al Carrefour Express de Villarcayo. La mayoría de los compradores llaman de Burgos, pero también en Cantabria, País Vasco y Barcelona saborean sus moluscos.

«En España se produce muy poco caracol para todo el que se demanda en la zona», sobre todo esta variedad, la helix aspersa, la preferida en el norte y Cataluña, explica Lluis. La invasión de Ucrania ha frenado en cierta medida las importaciones desde Lituania, Ucrania, Polonia y Grecia, y ha aumentado las llamadas de compradores que buscan mercancía para revender o de quienes buscan unas cantidades de las que estos peculiares granjeros no disponen.

Pero Karacoles Los Altos se reserva la producción para sus clientes, entre los que no se encuentran restaurantes, salvo contadas excepciones. «No nos interesa porque somos pequeños. La idea es venderlo cerca, para eso hemos montado la granja aquí», añaden, sin descartar a corto o medio plazo ampliar o comercializar caracoles embotados. 

La helicicultura resulta un negocio «lento» y más peliagudo de lo que parece. «Al caracol ni le gusta el exceso de agua, ni le gusta el exceso de sol», además de estar expuesto a hongos y bacterias que pueden extenderse por toda la granja y arruinar el año completo. «A partir de 20 grados, la explotación se convierte en foco de enfermedades», explica Alfonso, que junto a su socio se ha pasado muchas noches de este tórrido verano pendiente del termómetro que los dos controlan desde casa. «Hay muchos días que a las 2 o las 3 de la mañana hemos tenido que venir a poner el riego para refrescar», detalla.Eso sí, entre 2 y 5 minutos, no más, porque tampoco debe inundarse.

Karacoles Los Altos compra en Ciudad Rodrigo (Salamanca) las crías alevines -«son casi transparentes, soplas y los rompes»- y las engorda durante la primavera y el verano. «Al final de la campaña, cuando los recogemos, se supone que cada caracol tiene que haber comido entre un kilo y dos de pienso», calculan para añadir que también ha subido su coste, como el de prácticamente todos los insumos. «Lleva diferentes leguminosas, garbanzos, soja, un poco de trigo, un poco de calcio... Así controlamos que el caracol tiene la carne blanca en vez de verde» y, aunque mucha gente los purga antes de cocinarlos con harina, aseguran sus criadores que con estos no hace falta. «Antes de venderlos ya los purgamos».

Hasta extender a lo largo de la granja las 900 planchas que sirven de cobijo a los gasterópodos, instalar el sistema de riego y colocar la malla perimetral que cubre el techo y evita las visitas de los jabalíes pasaron dos años de trámites.Depender de la Confederación Hidrógráfica delEbro (CHE) y ubicarse dentro de un parque natural no ayuda precisamente a agilizar los permisos, que sí llegaron rápido del Ayuntamiento. Hicieron cursos, se formaron y, salvo el apoyo moral de sus allegados, no han recibido más ayuda. 

«Queríamos venir a vivir aquí trabajando con varias cosas. Se vive con menos, si no gastas más de lo que ganas, claro. Es más cómodo, estás más tranquilo», reconoce Marquina, bastante satisfecho de los resultados pese al esfuerzo para arrancar. Aunque no ha requerido de una gran inversión, el negocio tampoco es el maná. De hecho, para poder vivir los dos socios exclusivamente de él precisarían unos 5.000 metros de granja y ellos disponen solo de 1.300. Así que lo complementan con otros negocios.Alfonso trabaja en una empresa de autobuses y Lluis abrió a mediados de junio en Cubillo del Butrón los apartamentos Marquina Rural, otra de sus ideas de negocio para colocar a este pueblo en el mapa. 

Y lo ha conseguido, con clientes llegados de Estados Unidos y hasta de Arabia Saudí, un amigo de un jeque dueño de un club de fútbol que antes de ir al Camp Nou montó a caballo, conoció el pantano de Arija y disfrutó de tres días de tranquilidad y de las entregas a domicilio del panadero y del fresquero, porque no hay una mediana superficie a una distancia razonable ni tampoco bar en el pueblo.