Todos los años la misma rutina. Llega el 1 de julio y se oficializa la entrada del verano, centrándose la atención mediática en los diferentes períodos vacacionales del personal. Suele ir por quincenas: el 1, el 15, el 31, así durante los dos meses estivales.
¿La temática? Pues variada pero reiterativa también. Hay temas intrínsecos a estas fechas: los atascos, las huelgas de trenes o aviones, el precio de la gasolina, los destinos preferidos, la ocupación hotelera o el estado de nuestras playas, que suelen ser el lugar más buscado para disfrutar de unos días de relax.
Otros afectan a la vida vacacional de los españoles según el momento; por ejemplo, la inflación, o la covid (aún) y su repercusión en los hospitales en esta época.
También reaparecen algunos muy tristes, como el incremento de la migración arriesgada, en pateras o intentando saltar los muros que colocamos los países que nos llamamos desarrollados. Nos vaya como nos vaya, las vacaciones son sagradas. Y si no da para subirse a un avión o surcar los mares en un crucero, nos ingeniamos con el primo o el amigo para compartir el apartamento cerca de la playa, o adecentamos la camper y nos vamos en familia o con amigos a disfrutar la naturaleza.
Aunque ahora el mar y la montaña tienen un fuerte competidor: el pueblo. Sí, esos pequeños lugares donde niños y padres conocen jornadas sin horarios ni limitaciones derivadas de la falta de seguridad; donde se pueden encontrar hasta campamentos o colonias veraniegas, o unas refrescantes piscinas, bares para tomar algo, campo infinito para relajarse o practicar algún deporte, actividades culturales, festivales y verbenas… Hoy en día incluso pueden 'pillar' wifi gratis en algunos rincones. Y si te llevas bien con el vecino, productos de la huerta ecológicos. Vamos, un destino B (bueno, bonito, barato).
Que ustedes lo disfruten.