"No pierdo la esperanza de una vida mejor. Aún estoy viva"

R. PÉREZ BARREDO
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Tetyana desafía al frío homicida del invierno durmiendo en el cerro del Castillo con unas pocas mantas, un precario toldo y la compañía y protección de su perra Amanda, de la que no quiere separarse

Tetyana pasa las noches en el cerro del Castillo. - Foto: Patricia González

Tetyana nunca está sola. Aunque viva en la calle y duerma en un claro del cerro del Castillo arropada por varias mantas y un frágil y maleado toldo rojo que a duras penas puede ahuyentar alguna de las brutales heladas de este invierno. Nunca está sola Tetyana, a quien la intemperie de muchos años no ha conseguido marchitar todos los signos de su belleza eslava. Tiene consigo a Amanda, una perra guardiana que dispersaría al mismísimo demonio con sus intimidatorios ladridos y su porte amenazante. A Tetyana no le duele el pavoroso frío de estas noches que encogen hasta el alma: le aflige no tener casa, no gozar de una normalidad de la que, asegura, disfrutó en otro tiempo, en un pasado que se antoja remoto y casi olvidado. A veces, cuando intenta recordar, baja la mirada, y su voz se vuelve un susurro que se pierde entre las bolsas, las mantas y los envases vacíos de alguno de sus almuerzos.

Está cayendo la noche. A la espalda de Tetyana las luces de las ciudad son como destellos de otro mundo, señales extrañas, ajenas, como si ella no fuese un habitante más de la ciudad y se hallara encerrada, oculta, condenada a cadena perpetua de una realidad que la hubiese expulsado de su latido cotidiano; como si fuera invisible. Como si no existiera. No es del todo cierto: los colectivos sociales que trabajan por gente como ella saben quién es, por dónde suele parar, por qué rehúsa tantas veces su ayuda. Velan por ella todo lo que ella les deja. Que a veces es poco. Dice encontrarse bien, que no tiene ningún problema físico ni quebrada la salud mental. Culpa de su situación a fantasmas que da la impresión de que sólo residen en su cabeza.

Divaga sobre su vida, ofrece pinceladas inconexas, confusas. Presenta un cuadro en el que se mezclan familias de acogida, gente buena y gente mala, la puñetera mala suerte. "Estamos bien, esperando a que nos ofrezcan alguna cosa, un trabajo, una casa...". No deja Tetyana de sujetar a Amanda, que no aparta su mirada de los interlocutores de su dueña, fija su mirada feroz en ellos. Admite que están siendo noches muy duras. Que el frío es dañino y que la oscuridad en ese paraje tan apartado es inquietante. "Lo paso mal, con preocupación e inseguridad más que con frío". Sin embargo, afirma que el parque del Castillo es un lugar mágico. Lo hace levantando la barbilla, exhibiendo una sonrisa franca y mirando a su alrededor, como si se sintiera una duquesa rusa contemplando sus dominios.

Cada día, monta y desmonta su estaribel; pasa la jornada deambulando por la ciudad, en cuyas calles ha pedido alguna vez limosna aunque no sea algo que le guste hacer. Come a menudo en el comedor social de Atalaya. Aunque la pasada semana los servicios sociales del Ayuntamiento la convencieron para que pasara unos días en una pensión a resguardo de Filomena, aceptó a regañadientes, porque eso le obligó a separarse de Amanda, que fue a la perrera. El no querer separarse del animal le impide dormir en el albergue de Cáritas, e incluso en la UME. Por eso sigue en la calle. "No quiero separarme de ella. Lo paso mal. Es todo lo que tengo. Con ella no necesito familia ni amigos. Ella es mi mejor amiga. Y me protege". Por eso es hoy la única persona que, según Cáritas, duerme estos días en la calle.

Soñar. Habla de una futura casa, de que algún miembro de alguna de las familias que integró en su peripecia existencial debería entregarla las llaves de una. Imposible precisar dónde: Tetyana procede de Ucrania, pero asegura haber vivido en Noruega, en Dinamarca y en medio mundo antes de dar son sus huesos en Burgos, donde la primera noticia que se tiene de su presencia se remonta al año 2008. "Me gustaría estar en una casa calentita, con agua y con todo. Y vivir en la calle es muy duro, porque yo estoy acostumbrada a vivir bien, porque yo antes...". Silencio. Caricias a Amanda, que continúa en guardia ofreciendo su hostilidad con gruñidos cuando no prorrumpiendo en potentes ladridos.

Quiere, afirma rotundamente Tetyana, "recuperar" lo suyo porque se siente "estafada y humillada y de todo" por la vida. "Quiero una vida mejor aquí en España o en Noruega, en Ucrania no tengo nada". Porque insiste en que ella tuvo otra vida y porque no puede acostumbrarse a vivir en la calle, porque la calle es dura, y porque no se merece estar así. Así que sueña y sueña Tetyana, súbitamente consciente del pasado y del presente. Y del futuro. "Yo quiero una casa como todo el mundo. La gente debe ser consciente de que nunca sabemos lo que nos espera el día de mañana. De que quizás un día pueda acabar así. Yo no pierdo la esperanza de una vida mejor. Porque todavía estoy viva".