Apuesta por una vida sostenible en Villanueva

B.A. / Villanueva Río Ubierna
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Davinia Moreno y Mario Modesto, investigadores del Cenieh, se mudaron a la localidad de la Merindad de Río Ubierna hace dos años. Viven en una casa bioclimática, tienen huerto y han hallado algo que echaban de menos en un piso, relaciones más humanas

Davinia y Mario con su gata Ubi (de Ubierna), delante de la casa bioclimática que adquirieron. - Foto: Patricia

Atapuerca es el satélite que gira sobre las vidas de Davinia Moreno y Mario Modesto, influyendo en muchas de las decisiones que han ido tomando desde hace dos décadas, cuando pisaron Ibeas de Juarros por primera vez. Sus carreras profesionales están orbitadas por este gran yacimiento que tantas respuestas está ofreciendo sobre la evolución humana, y gracias también a él se conocieron. Pareja desde hace más de 6 años, ella geóloga de Zaragoza y él biólogo de Extremadura, decidieron dar hace dos años un giro a su vida, dejar la capital y apostar por vivir en el medio rural «por principios y por contribuir a la desmasificación de las ciudades, aunque Burgos no es una gran ciudad y es cómoda para vivir», reconocen mientras ultiman la recogida de algunas de las bondades que ha producido su huerto, ecológico, un motivo más para ese cambio que les llevó hasta Villanueva de Río Ubierna, a 12 kilómetros de la capital y que no llega a los 60 censados. 

Ubi, de Ubierna, su gata, se sumó a la familia en ese momento. Ronronea junto a Davinia mientras explica por qué se mudaron. «Queríamos tener una vida más sostenible y en un piso era imposible». Vivir en un pueblo encaja con su filosofía de vida, en la que intentan generar los mínimos residuos posibles y establecer con sus habitantes unas relaciones más humanas, algo que se les escapaba en la capital . «Yo cuido de las gatas de mi vecina María cuando no está y ella del nuestro si nos vamos. Y el otro día me trajo un bizcocho porque simplemente le apetecía», comenta Davinia, satisfecha de esa cercanía y agradecida por el trato y la acogida de un pueblo al que llegaron casi por casualidad. 

Buscaban vivir en el medio rural, en un radio de unos 15 kilómetros de la capital, donde ambos trabajan y fue ver la casa de Villanueva y enamorarse de ella. «Era la guinda del pastel de trasladarnos a un pueblo. Es bioclimática y está diseñada y construida para que pierda el mínimo de energía y gasta también el mínimo en calentarse», comenta orgullosa sobre su vivienda, levantada con adobes rellenos de corcho natural, lo que ha provocado que no haya subido de los 25 grados este caluroso verano y que no baje de los 16 a pesar de las gélidas noches burgalesas de invierno. En ella han instalado placas solares, lo que les permiten consumir la energía que ellos mismas generan, y tuvieron que pasar un casting para poderla comprar. «Los anteriores dueños no querían vendérsela a cualquiera, sino a alguien que entendiera como está construida y por qué, que compartiera su filosofía», comenta Mario, que explica que Davinia se ha propuesto escribir un libro sobre la vivienda, de la que ha recopilado fotos de sus fases de construcción. 

Transporte. En la capital ya trataban de llevar una vida lo más sostenible posible, evitando las grandes superficies comerciales, acudiendo al Mercado Sur con tapers, a El Granero a por legumbres con sus propios envases y también a comprar productos de limpieza a granel, e iban en bici siempre. «Es la única parte negativa de vivir aquí, que tenemos que usar el coche. Me parece inconcebible que estando a apenas 12 kilómetros de Burgos no haya mejor comunicación con autobús», señala Davinia, acostumbrada a moverse siempre en dos ruedas. «Mario tiene una eléctrica y aunque llueva o haga frío va con ella a Burgos en media hora». 

Él ha vivido en Tokio y Nueva York, ella en París e Irlanda, y ha sido cuando han llegado a Villanueva cuando han sentido que todo encajaba y que su vida cobraba más sentido. «Hay gente que piensa que quien se queda en un pueblo es un fracasado y yo creo que es más inteligente. Nosotros no estamos aquí porque no hayamos hecho nada en la vida, estamos porque queremos estar. Es necesario reivindicar la vida en el pueblo, donde se vive muy bien». 

Davinia Moreno forma parte del Equipo de Investigación de Atapuerca desde el 2007. Su primer contacto con el yacimiento burgalés fue en 2004, como voluntaria un verano, aún sin terminar su licenciatura y éste ya se quedó en su vida para siempre. Cursó el máster Cuaternario y Prehistoria y durante el desarrollo de su tesis doctoral, en París, aprendió a aplicar la Resonancia Paramagnética Electrónica para datar yacimientos arqueológicos. «No lo elegí, me lo encargaron. Me seleccionaron para una beca predoctoral FPI y los codirectores de Atapuerca me dijeron que tenía que hacer la datación de Gran Dolina usando esta técnica». Es la única persona en España con un doctorado en esta aplicación, y trabaja en el único laboratorio que hay en el país para poder hacerlo, el que hay en el Cenieh, donde lleva desarrollando su investigación desde el 2014. Utilizando la radioactividad natural, se encarga de establecer la edad de los granitos de cuarzo que se encuentran en el sedimento que envuelve a los fósiles dentro de las distintas cavidades de los yacimientos de Atapuerca. 

Mario Modesto, «el famoso Mario o el niño de Atapuerca», como lo define Davinia, llegó a las excavaciones siendo un niño. «Era muy pesado con este tema, tanto que ni mis padres me aguantaban. Un verano, con 15 años, mi padre me montó en el coche y me llevó a Atapuerca. Preguntó si podía excavar y allí me hicieron un hueco. Hoy en día sería algo imposible. Me dejó pagado un hotel y se marchó a Madrid», explica el biólogo, que cursó el mismo máster que Davinia y formó parte del equipo de Antropología Dental con José María Bermúdez de Castro y María Martinón-Torres. Es paleoantropólogo, especialista en el desarrollo dental humano y segundo firmante del artículo de la Chica de la Gran Dolina, el que ofreció la verdad sobre el sexo de este ejemplar. Ahora trabaja en el Cenieh junto a la investigadora Leslea Hlusko en un proyecto financiado con casi 2,5 millones de euros     y que se centra en la influencia que tiene la variación genética en los cambios dentales y c    ómo ha evolucionado esa relación en el tiempo.