El botellón no se destruye; se transforma. Según los ediles de Vox, esto es lo que les ha respondido la concejala Carpintero cuando han puesto en su conocimiento los problemas que genera en Venerables, o sea, que, tal vez sin saberlo, doña Blanca les ha salido al paso con la ley de Lavoisier, que en este caso es lo mismo que salir por peteneras: Ven acá remediadora/ y remédiame mis males/ que si tú no los remedias/ no me los remedia nadie.
La cuestión es que el chavalerío baja del Castillo, como los lobos, silvestre y en manada, a hacer botellón, que en algo tiene que divertirse, y también como los lobos, se cobra sus piezas, y hoy amedrenta a los vecinos, mañana hace grafiti y al día siguiente se inventa otro regocijo feroz. Todo esto y mucho más es el confeti del fin de fiesta del frasco colectivo que se pimpla ahora en Venerables y que según la laxa teoría municipal, es indestructible, como la materia, y si se erradica aquí, se trasladará allá llevando consigo su perfume espeso de inquietud, vileza y vandalismo. Sea donde sea, a los niños traviesos, a las niñas traviesas, les divierte hacer equilibrios sobre el filo de la navaja y dejar rastro de sus hazañas urbanas, como a los vaqueros de las películas del Oeste les gustaba hacer una muesca por muerto en la culata del revólver, pero el sheriff siempre estaba a la vuelta de la esquina para poner fin a la despiadada cuenta, así que aunque el chavalerío no permita que nadie ponga puertas a su incipiente campo delictivo, al menos habrá que intentar poner orden con la obligada contundencia.
Lavoisier murió en la guillotina porque según el terrible Robespierre, que también hacía botellón, la república francesa no necesitaba sabios y él lo era, pero la concejala Carpintero no lo es tanto, porque ha mutilado su ley aplicándola fuera de contexto y le ha quedado la cosa como una gracieta con poca gracia, o sea, ya lo hemos dicho, una salida por peteneras: Ven acá remediadora/ y remédiame mis males,/ que si tú no los remedias… etc., etc., etc.
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