Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


El Cantábrico que abrió a Castilla las rutas del mar del norte

19/12/2021

A unas doce millas de la mar, se contempla un arco de costa que se extiende del cabo Machichaco hasta el monte de Santoña; pero el cabo Ajo es el punto más occidental del arco, y el mayor saliente de la costa cántabra. 
Ese espacio, que se podría calificar de golfo, ensenada, bahía o estuario (porque en él desembocan el río Nervión y el Asón, además de otros ríos menores), en los documentos y mapas antiguos se lee Abra, refiriéndose al Nervión afluyendo en la mar; Abra es la variante de la francesa Havre, o angloflamenca Harbour. 
Ese arco del Cantábrico fue un privilegiado estuario (privilegiado no sólo en sentido metafórico, sino por el designio de la reina Juana, quien otorgó a Bilbao una Casa de contratación y Consulado mercantil en 1511), y a través de sus aguas se concentraría mayormente el comercio castellano con los puertos del norte europeo. 
La ría del Nervión fue el mejor y más seguro (especialmente en situación -casi constante- de guerra) cauce de comunicación comercial, desde Burdeos a La Coruña; mientras Guipúzcoa y otros litorales cantábricos sufrieron ataques y ocupaciones de Francia y de otros reinos europeos, la ría de Bilbao era inexpugnable para los atacantes; entre Portugalete y Bilbao, los navíos sólo podían avanzar si eran remolcados por pinazas a remo. Además de sacar el comercio de las influencias oligárquicas de los parientes mayores, la reina Juana (y su padre Fernando el Católico) concedieron la Casa de Contratación, y el comercio de lanas merinas, a la logística de la ría bilbaína, lo que explicaría por qué tuvo ese privilegio Bilbao, cuando Burgos hacía muy poco que lo tenía, pues el Consulado de Burgos había sido creado por Isabel la Católica en 1494. 
La Castilla ensimismada en su rural vuelta de espaldas al mar y a Europa, aunque sufría las consecuencias del difícil siglo XIX, la Generación del 98 fabricó ese tópico de su falta de iniciativa económica, y ese tópico condicionó, en mi opinión, el divorcio contraproducente entre las regiones y sociedades de Castilla y León y de Cantabria, cuando llegó el momento de aprobar estatutos de autonomía, a partir de 1978. 
Si recorremos la N-629, desde las Merindades de Castilla la Vieja (a partir de Villarcayo), remontando el puerto de Los Tornos, hasta llegar al mar Cantábrico, percibiremos que ese espacio contiene elementos sociales y económicos, y por tanto, fundamentos históricos, que configuran una unidad evidente; esa unidad se hace extensible a la comarca occidental de la ría del Nervión. Castilla amalgamaba ese paisaje complejo.
La carretera cruza la villa cántabra de Ramales de la Victoria (donde el ejército carlista fue derrotado por Espartero), limítrofe con la villa vizcaína de Lanestosa, para entrar en el puerto cántabro de Los Tornos (920 m.), que nos conduce, en paralelo con el río Asón, a la bahía de Santoña, y al mar abierto.
La primera localidad que encontramos a nivel del mar es Colindres. El municipio está dividido en dos núcleos, el contiguo al cruce de carreteras, y cercano al puerto marítimo, intensamente industrializado, y el Colindres de arriba, su casco antiguo, apartado de las miradas de los turistas autopisteros, pero que muestra que Colindres fue un lugar donde la nobleza castellana construyó sus residencias, con los escudos y cuarteles de sus preciados mayorazgos; el condestable de Castilla, Fernández de Velasco, tenía la mayor torre fortificada de la localidad. En los astilleros de Colindres se construyeron, probablemente, La Pinta y la Santa María, siendo esta última propiedad de Juan de la Cosa, el autor del primer mapa de América, al que la villa de Santoña venera como hijo suyo. 
En una de las riberas de la bahía, se encuentra Montehano, un curioso monte piramidal de 183 metros hasta su cima, que se divisa desde lejos en la mar, y que fue una isla, cuando se fundó un convento de franciscanos en la Edad Media, y hoy sigue habitado por una comunidad de frailes capuchinos. 
El convento de Montehano custodia el sepulcro de Bárbara de Blomberg (1527-1597), la encantadora burguesita de Ratisbona, de 19 años de edad, que alegró al viudo emperador Carlos V, fastidiado al negociar con sus nobles luteranos, y que tuvo tiempo de dejarla embarazada, y de tener un hijo famoso, don Juan de Austria, el héroe de Lepanto. Después de una vida renacentista, que prefirió las fiestas que celebraban los nobles en Colindres y alrededores, a profesar de monja, Bárbara, en su vejez, llevó una vida discreta, en la localidad contigua de Ambrosero. 
Los turistas hacen bien adquiriendo anchoas de Santoña, pero para los viajeros, estas historias de Castilla, que en la mar encuentran bastante más que salazones, puede que sean interesantes; en cualquier caso, aún me falta contar algo del mar Cantábrico.