La alegría del escenario

ALMUDENA SANZ
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La oportunidad de socializar, ejercitar la memoria y divertirse mueve a quienes participan en los grupos de la ONCE, Aulas María Zambrano y Asociación contra el Cáncer

Grupo de teatro de la ONCE. - Foto: Patricia

La evasión que provoca en una paciente oncológica a la que el tratamiento deja hecha polvo, la cuerda de salvación que supone para quien se cae a un profundo pozo cuando pierde la vista de la noche a la mañana o la oportunidad que brinda a una persona mayor de dar esquinazo a la soledad. El teatro se posiciona como una auténtica terapia. Dan fe los asistentes a los grupos formados en la ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles), Aulas María Zambrano y Asociación Española contra el Cáncer. Se sumaron todos ayer al Día Internacional del Teatro. Aunque ellos lo celebran en cada ensayo y cada función. 

Socializar, ejercitar la memoria, mejorar la concentración, olvidarse de las miserias cotidianas y, sobre todo, divertirse son motivos que, cada uno con sus matices, comparten quienes participan en estos tres talleres. Lo que en ningún caso admite medias tintas es la pasión con la que hablan de esta actividad, tanto los alumnos como las profesoras. 

Disfrutan con todo el proceso, desde la selección de la obra que ensayarán al aplauso final del público, un torbellino de emociones que bien daría para parafrasear a Lope de Vega, cambiar el amor por el teatro, y creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor (teatro), quien lo probó lo sabe

Grupo de teatro de las Aulas María Zambrano.Grupo de teatro de las Aulas María Zambrano. - Foto: Luis López Araico

Todas las miradas

Un vivaz '¡La función va a empezar!' se escucha al fondo del pasillo. Los cómicos han llegado al salón de actos de la sede de la ONCE. Manuel, Presen, Enrique, Rosa, Javier, Marina, Charo, Josefina y Consuelo van de pueblo en pueblo cantando las coplas de ciego de Lope de Rueda. El buen humor y la alegría mandan en la compañía. Los lamentos se dejan en la puerta. El teatro se ha convertido en la mejor luz para quienes ensayan subidos a las tablas. 

«El teatro fue un reto. Había perdido la vista, tenía un poco de complejo y me ayudó a superarlo», confiesa Manuel, que hace 14 años encontró esa cuerda para salir del pozo. Esa misma sensación la sintió Presen. «Me apunté para evadirme de los problemas que hay en la vida; murió mi marido, me quedé sin ojos, tenía miedo a salir, a estar con la gente..., y ahora estoy sumamente contenta», destaca esta mujer a la que hace 10 años se le cayó el mundo encima y ahora lo sostiene.

Grupo de teatro de la Asociación Contra el Cáncer. Grupo de teatro de la Asociación Contra el Cáncer. - Foto: Valdivielso

Apartar la zozobra que produce la discapacidad visual, ejercitar la memoria y la oportunidad de socializar se dibujan como las bondades de este taller. O colgar en el armario la vergüenza de hablar en público, como hizo Enrique hace ocho años, cuando se jubiló como vendedor de cupones. «Antes era muy cortado», enfatiza, con su fiel Troilo a sus pies, que ni un gruñido suelta. Desde hace seis meses comparte esta pasión con su mujer, Consuelo, que, ella misma se lo dice, es muy tímida, aunque parezca mentira. Con gracia anota que, aunque le gusta más el móvil que estudiar, sigue adelante, y que en su debut, con La tierra de Jauja, se olvidó del texto, improvisó y nadie se dio cuenta...

Cada maestrillo tiene su librillo. Unos estudian el texto en braille, otros lo graban y lo escuchan, a veces en la voz de la profesora, con acotaciones, y algunos lo tienen en papel con la letra a mayor tamaño. Se han atrevido con los grandes, como Chéjov o Darío Fo, también preparan recitales de poesía y monólogos. Todo bajo la dirección de Mariví Ramos. «Me pareció un reto, no había trabajado con personas sin visión. Venía con prejuicios y no hay ningún problema», arguye y explica que suelen actuar a ras del suelo y cuando hay escenario ponen una cuerda o plástico de burbujas en el borde, los compañeros que ven ayudan al resto... «Una vez que estás metido en el papel te olvidas de lo que está en el suelo, enfrente...», se cuela la voz de Manuel, que tira de humor negro para bromear con la ventaja del ciego, que no ve al público. Si le ve Josefina, voluntaria de la ONCE, que «de la vista ando bien, ando mal de otras cosas».

«El teatro trabaja con emociones, cuando tenemos que simularlas tiramos de las nuestras y se generan unas relaciones muy bonitas entre ellos, muy de verdad», remacha Ramos con el asentimiento de Marina, orgullosa de la familia que ha hallado en este lugar. 

Porque además de la ilusión del reencuentro cada semana -ensayan una hora y media los miércoles y los viernes-, quedan a comer, a tomar un café... Hace hincapié en ello Charo, que presume del título de abuela del grupo, donde desembarcó tras sufrir un ictus, que le provocó la pérdida progresiva de la vista: «Para mí el teatro es lo más, dejo cualquier cosa para no faltar». 

Los galones los visten Rosa y Javier. Ellos vieron nacer a la criatura en 2004. Cinco valientes abrazaron a Talía. Aunque los comienzos fueron tímidos, «ahora estamos consolidados», ríe Rosa y observa orgullosa que aún no les piden autógrafos, pero sí les paran por la calle para felicitarlos. «La gente te conoce a ti, tú a ellos no los ves, yo, como mucho, distingo la primera fila», desvela y es Javier quien resume la verdadera felicidad del actor: «Cuando sales al escenario disfrutas tú y haces disfrutar a los demás. Eso es lo importante». 

Yo de mayor quiero ser artista

Todos están jubilados y tienen más de 60 años, única condición para entrar, por lo que atesoran una mochila cargada que se antoja la mejor herramienta para enfrentarse a cualquier papel. «La experiencia de la vida nos enseña mucho, en todos los sentidos. La vida es teatro y el teatro es vida», apostilla Trini Camarero, la directora del grupo de las Aulas María Zambrano, enmarcado en el programa de Envejecimiento Activo, que lleva un porrón de años levantando el telón. No dijeron eso de 'mamá, quiero ser artista', pero sí han conseguido serlo. Ante esta idea, unos se ríen después de haber interpretado un pedazo de Mi tía y sus cosas, la obra que preparan este curso y muestra orgullosa Charo, la veterana. 

Aunque es Fernando quien enumera las bondades de meterse teatrero a esta edad madura. Después de seis años, habla de memoria, compañerismo, amistad, trabajo en conjunto, alegría... «y algún mal rato alguna vez». ¿? «Cuando fallamos todos nos sentimos un poco culpables». Ahhhh

Cuando lo prueban, tardan poco en abrazarlo para siempre. Petri y Begoña se han enganchado este curso. Esta última, de alguna manera, alcanzaba un sueño de niña, cuando actuaba en el colegio con las monjas. Otras religiosas, las salesianas, también marcaron el camino a Remedios, que hizo sus pinitos de pequeña. «Luego ya, de mayor, no, me puse a trabajar, y luego matrimonio, hijos... Y cuando los eché a todos de casa ¡me apunté a todo!», suelta con guasa. De esto han pasado ocho años. «Para mí es un desahogo. Te sales de lo normal. Es muy satisfactorio. Y luego está la compañía», ahonda y añade Begoña: «Yo suelo estar sola y aquí estoy con gente». 

He ahí uno de los motivos que más mueven hasta la sala de ensayos del Teatro Principal, donde se juntan cada semana en dos grupos. De sus virtudes y sus defectos como hombres y mujeres de escena sabe Camarero, con más de 25 años al frente de esta actividad. 

«Además de trabajar la memoria, una de las cosas importantes, también les sirve para la expresión corporal, soltarse, liberar emociones...», responde sobre lo que les aporta antes de poner la guinda. «Al final, en el teatro se crea una gran familia, todos se llevan bien. Como en todos los sitios, siempre puede haber distintas opiniones, pero se crea un grupo en el que todos se apoyan y se sienten bien. Por eso vienen», resalta y advierte que la inquietud la tienen todos y por eso prueban: «Quien empieza y le gusta, no se va, salvo por circunstancias sobrevenidas (edad, pérdida de movilidad, enfermedad, cuidado de los nietos...)». 

Llama la atención sobre el público. A él se deben, «sin él, los actores no son nada». Y, además de la representación de fin de curso, de la que luego se limitan a hacer unos bolos, todos los viernes realizan una función, ¡Viva el teatro!, dentro del programa municipal La ciudad también enseña, dirigido a escolares, de enero a junio, en la misma sala de ensayos en la que trabajan. «Para ellos es un chute de vida increíble», expresa la profesora. Y ellos le dan la razón. 

«Yo me divierto mucho. Sé que estoy representando a alguien. Sé que no soy yo», aprecia Rosa. «El público infantil, además, es muy agradecido», subraya Emilio y el guirigay se monta cuando suena la palabra aplauso. Esos sí que saben bien y no tienen edad. 

Solo comedias entretenidas

Cuando la bailonga No quiero más dramas en mi vida, solo comedias entretenidas suena a todo trapo en la segunda planta del Foro Solidario los jueves por la tarde, todos saben que el telón se va a levantar. Esta canción abre el taller de teatro de la Asociación Española contra el Cáncer. Bastan esos cuatro minutos de energía para que todas, porque todas son mujeres, empiecen la actividad arriba, muy arriba. 

«Te olvidas de todo absolutamente, desde el minuto cero haces una desconexión total», expresa Esther, una de las que ha comenzado este curso. «Ha sido un acierto total. Te evades porque te hace concentrarte en ese momento que vives. Para mí es una terapia. Vas a teatro, pero a veces parece que es risoterapia. El día que faltas lo sientes porque cargas pilas para toda la semana», ilustra esta paciente que comparte compañía con Dori, Blanca, Cleofé, Pili, Clara Aurora, Yolanda, Belén y Valentina. 

«Pusimos en marcha esta iniciativa por varios motivos, porque muchas pacientes tienen ansiedad y les disminuye la concentración, para evitar el aislamiento, porque mejora mucho su autoestima y su creatividad, ganan confianza en ellas mismas y les ayuda mucho a canalizar sus emociones. Creemos que ha funcionado bien y que los objetivos que nos marcamos se han cumplido», resume la psicóloga de la asociación, Inmaculada Martínez, quien desvía hacia la escena a muchas pacientes, antes de brujulear en su memoria en busca de los inicios de esta iniciativa. 

De esos comienzos fue testigo Cleofé. Debutaron con Los conejos, de Carlos Arniches y Celso Lucio, bajo la dirección de Pilar Martínez, familiar de paciente y voluntaria. El relevo lo cogió Carola Martínez en 2009 y desde hace un par de semanas, Violeta Ollauri. 

Preparan Anda mi madre, de Juan José Alonso Millán, y Tras la tempestad no viene la calma, de Avelino Rica Herrero, de Huerta de Rey, paisano de Esther. Dos comedias, ya lo cantan claro, no quieren más dramas en su vida. 

Cuando se cierra la puerta de la sala de ensayos el papel con el historial médico desaparece y el único que allí vale es el del personaje que cada una va a interpretar. Esa hora y media de ejercicios, coreografías o improvisaciones aparece como un oasis en sus vidas. Todo se olvida. En eso sí que coinciden todas. Veteranas y noveles. 

Dori pedalea en el pelotón de cabeza. Arrancó en 2009 mientras seguía tratamiento por cáncer de colon. «Te viene bien para tener la mente en otras cosas, ese rato te olvidas de que estás hecha polvo», recuerda esta mujer que ya ha superado la enfermedad, aunque sigue como voluntaria, y reconoce que le cuesta memorizar los papeles. Su truco es copiarlo muchas veces. «Así se me va quedando». 

Ningún problema asegura tener Valentina, una rumana de armas tomar, muy irónica y con mucha guasa, que encarna a un chico un poco borracho en esta obra. Aunque es paciente oncológica desde hace siete años, nunca había pensado en el teatro hasta que la muerte de una amiga la llevó a la psicóloga. Se sumió en una depresión de la que ha salido gracias a la escena. «Me ha servido de mucho. Puedes conversar, reír, aprender... Cuando estás en casa entre cuatro paredes te acuerdas sin querer de lo tuyo. Aquí, lo primero es que te olvidas de todo», reitera. Otra vez la palabra mágica: olvido.