"Los márgenes de la historia me atraen con locura"

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Isabel Olazagoitia es una de esas mujeres y esta es (parte de) su historia

A sus 73 años, Isabel Olazagoitia sigue muy activa volcándose como voluntaria con los migrantes de Atalaya. - Foto: Alberto Rodrigo

Es una narradora extraordinaria Isabel Olazagoitia. Maneja los silencios como la mejor locutora de radio, enfatiza las ideas que quiere transmitir abriendo mucho sus ojos azulísimos o cerrándoles hasta hacer de ellos apenas una leve línea, y sus manos van siempre al compás de sus pensamientos, a veces revoloteando, alocadas y tensas, y otras, posándose suavemente en su regazo. Nacida en Vitoria en 1948, esta hija de la Caridad -con una legendaria fama de sargenta que no niega, que le hace reír a carcajadas y que sigue demostrando siempre que las cosas no van como a ella le gustaría- se conmueve hasta las lágrimas cuando recuerda su infancia o a sus abuelas y padres, o a todas y cada una de las personas que pasaron por su vida profesional, que siempre ha transcurrido al lado de los que sufren: criaturas abandonadas o enfermas, personas en el umbral de la pobreza, heroinómanos intentando salir de su adicción o inmigrantes empobrecidos, a los que aún hoy sigue acompañando en calidad de voluntaria. Es una opción que tuvo muy clara desde el principio: "Los márgenes de la historia me atraen con locura, como me atrae con locura hundir mi vida en la pequeña parcela que me han encomendado y no en otra".

Su abuela Irene, a la que no conoció, era una acogedora mujer que abría las puertas de su casa de par en par a los aldeanos que llegaban a la capital alavesa a vender sus productos en el mercado, a quienes les daba un plato de sopa caliente: "Mi padre supo transmitirme ese legado, pero no me digas de dónde le venía esa vocación de servicio, que también tenía mi abuelo, que era panadero y sé que ayudaba a mucha gente, y eso que no eran una pareja de posibles, era una familia que vivía de forma sencilla pero digna". La niña Isabel crece, pues, en un entorno influido por el compromiso hacia los demás. "De mi abuela materna, Paula -que tuve la suerte de tenerla muchos años y que cuando murió se llevó con ella un jirón de mi vida- me impresionaba la capacidad de sufrimiento y de saber callar en los momentos oportunos y hablar cuando tocaba. La suya fue siempre una lección de vida". Junto a ella pasaba los veranos en Manzanos disfrutando de la naturaleza: "Me apasiona, me trasciende... disfrutaba mucho, por ejemplo metiéndome entre los trigales", rememora.

Estas amonas -Isabel no habla euskera aunque tiene un fuerte acento vasco que treinta años en Burgos no han borrado- son las protagonistas de los primeros recuerdos que aparecen en la conversación, en la que se dibuja también una madre muy centrada en que sus hijos fueran "más que ella" por la vía del estudio, y un padre, que le transmitió un "gran sentido lúdico de la vida" y el amor a la pelota y al fútbol: "Cuando me preguntan de qué equipo soy contesto que primero del Alavés y luego ya iremos hablando", ríe: "Aún hoy, en los inviernos duros tengo muy presente la mano caliente de mi padre cuando me llevaba a cambiar cromos a la Plaza de España", afirma, muy conmovida. La patria de Isabel es, como la de tantas personas, su infancia.

Isabel, en su época de enfermera pediátrica, que recuerda con mucho cariño.Isabel, en su época de enfermera pediátrica, que recuerda con mucho cariño.

Gracias, pues, al empeño materno, aunque no fue una gran estudiante (reconoce que hacía pirolas), la religiosa terminó el bachillerato y antes de iniciar sus estudios de Enfermería, profesión en la que siempre pensó, hizo unos años de Magisterio. Las Hijas de la Caridad, la sociedad de vida apostólica a la que pertenece desde bien jovencita, se habían cruzado en su vida y le plantearon diferentes caminos en distintos momentos: a todos les dijo que sí.

Porque aunque no fue el suyo un entorno especialmente religioso y, de hecho, se educó en un colegio privado y laico y en el instituto Ramiro de Maeztu, que estaba donde ahora se levanta el Parlamento vasco, a ella Dios le tocó. ¿Cómo lo hizo? La 'culpable' fue una monja a la que conoció el verano de sus 16 años haciendo prácticas en el hospital antes de dar el paso de estudiar Enfermería: "Ahí percibí la vocación, la de enfermera y la otra, las dos. Era habitual que nos escaqueáramos de lo que no nos gustaba, como dar de comer a una persona que nos parecía 'repugnante'. Y una vez lo hice pero, de repente, veo que una hermana, calladamente, se fue con el plato y le dio la tortilla. Me quedé sobrecogida, tanto que hoy es el día que cuando paso por aquel hospital sigo mirando a la ventana donde ocurrió aquello. Un día me atreví a hablar con ella, a decirle que había hecho algo mal y se lo conté. Ella me contestó con una pregunta: ¿No te estará pidiendo el Señor algo? y le dije, 'yo creo que no me dice nada' y así se quedó la cosa".

"ME DEJÉ LLEVAR". Ese momento fundacional de la vocación lo tiene siempre muy presente porque a partir de entonces su vida se precipitó. "Me dejé llevar y me mandaron a Rabé de las Calzadas a estudiar quinto de Bachillerato y preparar la Reválida. Me monté en el tren, luego un autobús hasta Tardajos y de ahí a Rabé andando con la maleta. Cuando me recibe la superiora me dice que de quinto nada, que lo que tengo que hacer es Magisterio. Y a ello me pongo allí mismo. Las asignaturas me gustaban pero no me veía delante de 40 niños. Al Señor le dije que sería así si Él lo quería pero también le pedí que quería ser enfermera y que me ayudara a encontrar el camino".

El Señor lo hizo. Porque Isabel Olazagoitia, andando el tiempo, se hizo enfermera por otra decisión de las Hijas de la Caridad. Luego tomó los hábitos y más adelante empezó a trabajar en el hospital provincial de Valladolid. Se especializó en pediatría -"los niños me apasionaban y eso que era muy duro trabajar con los que tenían enfermedades graves y ver cómo algunos fallecían o con los que eran abandonados por sus familias"- y con un grupo de compañeras compartió un piso en el barrio de la Pilarica, en cuya vida comunitaria se implicó de tal manera -llegó a ser presidenta de la asociación de vecinos- que aún no ha roto el lazo emocional con aquellas gentes.

En ese espacio vivió (y protagonizó) los primeros años de la democracia, del movimiento vecinal, de los estragos que causaban las drogas y el paro en aquel entorno tan vulnerable que ni tenía las calles asfaltadas, y allí se encontró con otro grande al que muchas personas aún recuerdan, el jesuita burgalés Ventura Alonso, el cura que nunca se arrodillaba ante el altar sino que presentaba sus respetos con una ligera inclinación de cabeza. Con esos mimbres tejió y afianzó Isabel su espíritu ya indómito y su opción de vida junto a los más desfavorecidos. "Pilarica es para mí el lugar del despertar a la llamada a seguir los pasos a Jesús de Nazaret y de Vicente de Paúl con los pies descalzos. También de compartir muchas vivencias con gente muy diferente a mí, sindicalistas, comunistas... que ponían todo de su parte y más para mejorar la vida de aquellas personas".

Pero no todo fue un camino de rosas. Llegaron las dudas, justo en esa edad, a veces frontera de muchas cosas, que son los treinta y tantos. Y la hija de la Caridad que desde los 16 solo tenía a Jesús de Nazaret en el horizonte... se enamoró de un hombre con el que tenía una buena amistad. Cuenta este episodio tan humanísimo con mucha naturalidad y poniendo por delante que salió de aquel cataclismo emocional gracias a verbalizarlo: "Lo que siempre me ha salvado ante las dudas ha sido hablar". Así que confió su zozobra a una amiga, también monja, y aquellas conversaciones le llevaron por el camino que ella creyó correcto: "Yo soy una mujer muy apasionada, así que imagínate qué hubiera pasado si me lanzo. Él, que estaba casado, se ha muerto sin saber lo que sentí. Jesús pudo más".

Una nueva llamada de su comunidad le trae en 1991 a Burgos a formar parte del grupo fundador de Proyecto Hombre. El recibimiento fue a cargo de un vecindario de Gamonal extremadamente mezquino, egoísta y hostil tanto con las personas que iban allí a desintoxicarse de la heroína como con sus trabajadores. La ira de aquella turba se cebó especialmente en Isabel, probablemente por su condición de mujer y de religiosa, y sufrió amenazas e insultos que ahora recuerda a carcajada limpia: "Llegamos a temer por nuestra integridad física porque venían a por nosotros, me llamaban 'la raposa doña sor' y tuve que dormir tres noches fuera de casa".

Pero hacía falta mucho más que la batahola que formaron aquellos bravucones para doblar el brazo a esta monja coraje, que se pasó los siguientes años ayudando a pasar el síndrome de abstinencia a decenas de jóvenes, a escucharles, a entender sus razones, a ayudarles: "Era durísimo. Recuerdo a una chica que me pedía que la atara porque aunque no podía más de dolores y lo que le pedía el cuerpo era marcharse de allí a pincharse, estaba convencida de que tenía que salir de esa adicción. Si yo pude con todo aquello fue porque venía muy formada y con muchas vivencias de Pilarica".

Su siguiente y -de momento- última etapa está siendo desde hace unos cuantos años en el proyecto intercongregacional de Atalaya de apoyo a la población migrante. A sus 73 años, Olazagoitia piensa que igual ha llegado el momento de empezar a plantearse el tomar el voluntariado que realiza allí de una manera un poco más laxa, pero a su interlocutora se le plantea una duda razonable sobre el asunto cuando le mira a los ojos. Se le iluminan como los focos de un coche cuando da un dato de la memoria del año pasado: "¡Que hemos regularizado a 63 personas en 2021, parece un milagro!".

Isabel ha peleado allí, de nuevo, como una jabata, protestando airadamente ante la Subdelegación del Gobierno cuando la Policía Nacional se personaba precisamente a la hora del bocadillo de las clases de español para pedir la documentación a chavales que no la tenían, y haciendo de enlace con los empresarios burgaleses para encontrarles un trabajo y, de esa manera, una vida digna. "La red empresarial de esta ciudad es un regalazo, lo puedes decir así, qué importante es la responsabilidad social corporativa de las empresas. Esa red es generosa, es comprometida pero... ¡Qué sueldos más bajos hay, con estos sueldos no se va a poder salir nunca de la pobreza, ponlo bien claro!". Ahí queda. Isabel Olazagoitia, hija de la Caridad. Trueno y ternura. Genio y figura.