La Cartuja honra al prior que más veló por su protección

R. PÉREZ BARREDO
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En el centenario de su declaración como Monumento Nacional (hoy, Bien de Interés Cultural) se ha recolocado la placa labrada en bronce que Maese Calvo realizó en honor al padre Edmundo Gurdon

La placa en memoria de Gurdon fue realizada por Maese Calvo. - Foto: Valdivielso

Era inglés, pero se hizo burgalés por amor. Se llamaba Edmundo Gurdon, y fue, en los albores del siglo XX, prior de la Cartuja de Miraflores, donde dejó una huella tan honda que aún sigue presente. Tanto, que aprovechando que se cumplen cien años de la declaración del monasterio como Monumento Nacional (lo que hoy se conoce como Bien de Interés Cultural), los cartujos han rescatado una joya que desde hace unos días puede contemplarse en el cenobio: se trata de una placa en bronce repujado que labró con mimo el gran artista Maese Calvo a instancias de la ciudad y que fue costeada por suscripción popular para reconocer a Gurdon dos cosas: su espíritu caritativo, que demostró con creces durante años realizando una maravillosa labor con los más menesterosos de la ciudad, y su compromiso con la protección y conservación de la abadía gótica, que había sufrido antes de su llegada al priorato no poco desmanes para con su rico patrimonio artístico.

En 1932, con motivo de las  bodas de oro de Gurdon (que nació con el nombre de Arthur Gurdon Hanbury) en la Cartuja de Miraflores, la ciudad quiso mostrar al venerable cartujo su agradecimiento. No en vano, llevaba décadas realizando una labor limosnera como nunca antes nadie: entregaba a la ciudad, para que lo repartiera entre los más necesitados, importantes cantidades de dinero. «Siempre los monjes de la Cartuja favorecieron a los pobres de Burgos, pero el priorato del padre Gurdon se caracterizó por una esplendidez y un desprendimiento extraordinarios», recogió un cronista de la época al fallecimiento del cartujo, acaecido en 1940 en la Cartuja de Pavia. En aquella década de los años 30 hubo una gran crisis obrera que dejó a muchos burgaleses en la indigencia, y con ellos se volcó «la bolsa de la comunidad».

El día que se le hizo entrega de la placa, en enero de 1933, Gurdon, en un perfecto español, se retrató como un hombre humilde y de alma grande y pura: «Al querer honrarme por un acto de reconocimiento, sois vosotros mismos los que quedáis honrados, ya que la gratitud por un beneficio recibido es uno de los más nobles sentimientos del humano corazón. Es la gratitud una virtud que no es tan común como debiera serlo en el mundo en que vivimos». El prior, en su breve intervención, dio gracias a Dios por proporcionar a la Cartuja «medios de socorrer a sus hermanos los habitantes de Burgos en la hora de su aflicción. Nosotros nos consideramos felices de poder beneficiarles de esta suerte», subrayó.

Por su parte, en nombre de la ciudad, el alcalde interino, señor Ruera, dejó claro con sus palabras el sentir de los burgaleses al entregarle como presente la placa confeccionada por Saturnino Calvo: «No veáis en él su valor material, sino el espiritual, porque este es menor ya que con él va impregnado el afecto y el cariño hacia vuestra paternidad y la comunidad que tan dignamente presidís, por los constantes actos de altruismo, caridad y amor a Burgos. Burgos, agradecida, no olvidará estos actos de altruismo que constantemente habéis realizado». La leyenda inscrita en la placa realizada por Maese Calvo, que puede volver a verse tras años guardada por las obras de rehabilitación del cenobio, dice así: Al reverento padre Edmundo Gurdon, prior de Santa María de Miraflores y varón de ardiente caridad.

Burgos agradecida. Un burgalés más. Aunque el acto de entrega del presente labrado por Calvo se realizó en 1933, fue el día 1 de noviembre de 1932 cuando recibió el cálido homenaje de la ciudad. Se fletaron hasta autobuses para honrar al prior por sus cincuenta años en Miraflores. Días antes, el cartujo había tenido el detalle de nacionalizarse español. «Al cumplir este medio siglo en una Cartuja que por siglos enteros cuenta también sus días, el venerable ha arriado, por amor a España y por amor a Burgos, el pabellón inglés en el botalón de su alma, izando en su lugar el pabellón de las glorias españolas. Cincuenta años de vida de cartujo, dedicados tan sólo a cotemplar a Dios en la sublimidad del pensamiento, en los sentimientos del corazón, en las manifestaciones de la naturaleza, para proclamarle Señor de todo lo creado en su Grandeza, en su Justicia, en su Sabiduría...», escribió con tal motivo Valeriano Flórez.