La eterna canción del agua

R. PÉREZ BARREDO
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Las cascadas se han convertido en un reclamo turístico de primera magnitud. La comarca de Las Merindades atesora verdaderas joyas, algunas conocidas y otras más secretas, que son caprichos de la naturaleza y que nadie se quiere perder en esta época d

Elena y Eduardo, procedentes de Francia, en la bellísima cascada de La Mea. - Foto: Patricia

No hay nada que cante como una cascada, escribió Pablo Neruda, y esa canción del agua se entona por igual en rincones conocidos y secretos de una tierra bendecida por la naturaleza. Entre hayedos o bajo imponentes farallones abruptos y rocosos; junto a humildes molinos o entreveradas en caseríos que parecen de cuento, las cascadas son la voz del agua, la música cantarina o torrencial que fluye siempre alegre y saltarina, los primeros balbuceos de aquellos que van a dar en la mar, que es la eternidad. Pero son, también, un reclamo turístico de primera magnitud: de un tiempo a esta parte, las cascadas parecen ejercer un hechizo especial, al punto de que hay quienes se desplazan muchísimos kilómetros en busca de saltos de agua o armoniosas y bellas corrientes bien para enriquecerse el alma, bien para obtener fotos que luego lucir en sus redes sociales, bien por el puro placer de capturar para siempre un lugar precioso, en ocasiones mágico.

Carmen y Juan han huido del furioso y mundanal ruido de Madrid con un solo objetivo: retratar cascadas del norte de la provincia de Burgos. Ella es aficionada a la fotografía, y la naturaleza es toda una inspiración para sus imágenes. Se muestra deslumbrada frente a la cascada de Orbaneja del Castillo, una de las más conocidas pero no por ello menos bellas de cuantas salpican la geografía norteña. Con su trípode, paciente, coloca la cámara buscando el mejor ángulo, el mejor enfoque para poder retratar tan recoleta ensoñación. «Es una maravilla. Sólo por esto ha marecido la pena el viaje», admite la fotógrafa, que antes de recalar en este privilegiado recodo del cañón del Ebro ha disfrutado del canto del agua en Valdelateja y en Tubilla.  

Emplazamientos ambos que también atesoran una enorme belleza en sus desniveles del agua. En Tubilla existe desde hace años hasta un mirador, toda vez que resulta complejo contemplar la caída desde abajo debido a la tupida vegetación de su ribera; en Valdelateja es un sendero que nace del centro del pueblo el que lleva hasta la cascada, que se exhibe estos días espectacular, donde un Rudrón impetuoso dibuja imágenes preciosas, como si jugara al escondite con las piedras del lecho de su cauce. No muy lejos, en el precioso pueblo de Sedano, tararea también el agua su canción eterna. Lo hace en casi todos sus rincones, como junto a la casona familiar de don Miguel Delibes: ese murmullo, casi un susurro, se dirían íntimas palabras de amor que el escritor sigue dedicando a la mujer de rojo desde algún lugar de la posteridad. El Sedanillo, o Moradillo, seduce en la cascada llamada de Lagos de Sedano, que rompe casi desde el arco de un puente y junto al viejo molino. Todo un lujo para los sentidos el discurrir de sus cristales espumosos.

Si las Hoces del Alto Ebro y el Rudrón son un capricho de la naturaleza, como si hubiesen sido modeladas por un dios de lo más imaginativo e ingenioso, cualquier zona de Las Merindades es una oda a la belleza que tiene en el agua uno de sus principales atractivos. Cerca de Quintanilla Valdebodres, en la Merindad de Sotoscueva, que acoge esa maravilla que es Ojo Guareña, existe una de las cascadas más sugerentes y singulares. Conocida como La Mea y enclavada en un paraje de relieve calizo que remite al origen de la tierra, entre sauces, chopos, sabinas y enebros. Hasta allí, con su caravana y procedentes de Francia, se han acercado Elena y Eduardo, que no dejan de fotografiar con sus teléfonos el imponente paraje, la caída -como lluvia fina- del agua sobre un promontorio rocoso que, como un animal antediluviando que se hallara dormitando, se antoja un espejo refulgente porque su húmeda piel recibe la luz del sol, emitiendo brillos y destellos que acompasan el rumor del golpeteo del agua.

Asegura Elena, que se muestra fascinada con esta comarca burgalesa, que tantas bellezas no están lo suficientemente promocionadas. Ellos han sabido de Las Merindades por casualidad, y se muestran extrañados de que tantos tesoros (han visitado Frías y Tobera, que también tiene cascadas maravillosas, y su siguiente destino va a ser Orbaneja del Castillo) no se conozcan lo suficiente. «Estamos muy sorprendidos. Estamos disfrutando de unos paisajes maravillosos, increíbles. No nos esperábamos algo así», señalan. También en Sotoscueva y saliendo desde Quisicedo, se oculta otra de las joyas del agua: la cascada llamada La Salceda, que es poema luminoso, cantarín, absolutamente increíble, que deja sin palabras a quienes la visitan. Es el arroyo SanMiguel el que traza su ensoñado camino precipitándose en escalones naturales con una armonía que deslumbra.

No muy lejos de Quitanilla Valdebodres, pero ya en el Valle de Valdebezana, cerca de Soncillo, hay una aldea que se llama Villabáscones de Bezana. Nada, de camino hacia allí, hace intuir el sorprendente y fascinante tesoro que es el arroyo de la Gándara y el lugar por el que discurre: se trata de un hayedo impresionante, como sacado de un sueño. La hojarasca todavía alfombra el sendero y las riberas de este cauce, y aunque es una cascada doble, estos días sólo se desparrama cantarina por una de ellas. No le resta belleza al lugar, ni mucho menos: es un lugar encantado, del que es muy díficil salir indemne, tanta es su belleza.

No son estas las únicas cascadas que el norte de Las Merindades atesora: en el Valle de Mena, en Irús, hay otra maravillosa. También en Tartalés de los Montes, en el Valle de Valdivielso, hay una espectacular. Igual que en Humada, en los Páramos, se ubica la Yaguamea, que suele necesitar de nieve y muchas lluvias para lucir en todo su esplendor. En el Valle de Tobalina, amén de las citadas de esa joya que es el pueblo de Tobera, está la cascada de Pedrosa, convertida desde hace tiempo en uno de los lugares de Las Merindades más visitados en cualquier época del año.