El último Condestable

ESTHER PARDIÑAS
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El 7 de junio de 1713 la capilla de los Condestables para a ser de patrimonio real

La majestuosa capilla de los Condestables, con el sepulcro y los escudos de armas. - Foto: Alberto Rodrigo

El título de condestable de Castilla se convirtió en hereditario cuando el rey Enrique IV se lo concede en 1473 a Pedro Fernández de Velasco. Desde entonces la casa de Velasco ostentaría este nombramiento con orgullo, y supondría que permanecerían como mano derecha de los reyes a lo largo de la historia. Sin embargo, para tratar de todo lo que conllevó la pérdida de este título, que nunca más se volvió a recuperar, y de quién fue el que lo llevó por última vez, nos tenemos que remontar a la vida del condestable José Fernández de Velasco, casado en primeras nupcias con Ángela Benavides Ponce de León, que sería la madre de Bernardino de Velasco y Tovar, de quién luego nos ocuparemos.

El condestable José Fernández de Velasco, VIII duque de Frías, fue decidido defensor de Felipe V desde el comienzo de la guerra de sucesión que enfrentó a los Borbones con los Habsburgo. Nombrado capitán de las galeras de Sicilia y de las de Nápoles por Carlos II, se convirtió en mayordomo mayor de Felipe V. Residente en su palacio de Burgos durante el verano de 1706, el cabildo de la catedral le solicita en 23 de julio que preste, como en otras ocasiones, la bandera de las Navas de Tolosa para la procesión que va a celebrarse el día de Santiago. El condestable accede a ello pero pedía premura en la celebración de la procesión porque debía marchar a unirse con el Ejército Real al Campo Real de Jadraque. 

Esta querencia por mostrar las banderas conseguidas en las batallas en diversas procesiones volvería a producirse el 20 de mayo de 1707. El cabildo vuelve a solicitar al condestable, que esta vez se halla ausente y cerca de Felipe V, que por su mediación consiga del rey las banderas ganadas en la batalla de Almansa, donde el archiduque Carlos había perdido estrepitosamente dejando el paso franco al ejército borbónico hacia Valencia. En esta ocasión el condestable responde al cabildo que no ha podido conseguirlo, y que aunque a su mediación se ha sumado la de la princesa de los Ursinos, Felipe de Anjou ha decidido no entregar banderas, para evitar favorecer a ninguna iglesia en particular por encima de las otras. 

Después de la muerte de este condestable, José Fernández de Velasco, acaecida en 1713, hubiera sido de suponer que su hijo, Bernardino Fernández de Velasco IX duque de Frías, que había nacido hacia el 1685,  y que heredó el título de Condestable de su padre, hubiera seguido sus pasos y permanecido leal a Felipe V. Pero no fue así, el condestable Bernardino había abrazado hacía tiempo la causa del archiduque Carlos de Austria, defendiendo la rama dinástica de los Habsburgo contra Felipe de Anjou, lo que provocó que el rey Borbón le despojara de su título de condestable y le fueran confiscados todos sus bienes y estados. 

El 5 de junio de 1713 el intendente de las rentas reales se presenta con una orden para tomar posesión de los estados y patronatos que Bernardino Fernández de Velasco tiene en la capilla de la Purificación de la catedral. El intendente, Antonio de Hoces y Córdoba, caballero de la Orden de Calatrava, toma posesión del patronato de la capilla de la Purificación o de los Condestables el 7 de junio de 1713, en una solemne ceremonia que incluía entre los actos de posesión, la entrega de llaves, la reunión de los capellanes de la capilla en la sacristía, la apertura y cierre de puertas de la capilla, la salida de todos los capellanes del lugar y su posterior entrada ya bajo el patronato real.

A partir de este momento y bajo la atenta mirada del cabildo que no podía hacer otras cosa que aceptar el nuevo orden de la situación, los capellanes van a depender del intendente real y de los administradores que se nombran por éste para atender las vastas posesiones del condestable de Castilla.

En 1714 recibían los capellanes de la capilla 406 reales, que les entregaba Félix Sánchez de Valencia, administrador de los estados de Castilla y del patronato real de la capilla de los Condestables. Todos los emolumentos que debían percibir los capellanes de su patrón, el condestable, pasan a ser concedidos por la corona. Desde el dinero necesario para el aceite de la lámpara del Santísimo, hasta una licencia, según un decreto real de 17 de septiembre de 1714, para que los propios capellanes puedan proveer las capellanías vacantes. Pues los capellanes habían solicitado que se proveyera el acolitazgo que había dejado vacante Francisco Díez Clarín, que se había casado y no podía seguir sirviendo el acolitazgo. En 18 de septiembre de 1718 Felipe V escribe al cabildo de la catedral avisando de la llegada del ministro de los trinitarios, para que se le entreguen los caudales del arca de redención de cautivos, porque hasta esta obra pía, de la que ya hemos hablado en otra ocasión, quedó bajo el patronato regio. A pesar de que a los capellanes la corona les proveyó mejor o peor de todo de lo que solían disponer, sí hubo conflictos por el pago de unas misas de memoria y otros aniversarios, en honor de los condestables enterrados en la capilla, que se habían celebrado como de costumbre, y que el intendente real se negó a pagar porque no las había encargado.

No fue hasta la paz de Viena, el 30 de abril de 1725, cuando Felipe de Anjou y Carlos de Habsburgo ponen fin a su conflicto dinástico. En septiembre de 1711 el archiduque Carlos se había retirado a Viena con muchos de los que le apoyaban, que abandonaron la corte de Madrid forzada o voluntariamente para exiliarse en Viena, los Países Bajos o Italia. La paz de Viena trajo consigo una amplia amnistía para los partidarios de ambos bandos, tanto Felipe V como Carlos VI se comprometían a que los exiliados españoles pudieran volver a sus lugares de origen, gozar de libertad y que les serían restituidos todos los bienes, derechos y privilegios, serían reconocidos sus títulos y dignidades, y se revocarían todas las sentencias de confiscación llevadas a cabo. La historiadora Virginia León Sanz expone, que en este periodo, aprovechando las disposiciones del tratado de paz, el condestable Bernardino Fernández de Velasco presentaba en Viena, el 22 de abril de 1726, una solicitud para que se le devolviera su título de condestable con todos los empleos que llevaba aparejados. No lo consiguió, el título de condestable desapareció y nunca más fue otorgado. 

Sin embargo por los documentos del archivo de la capilla de los Condestables sabemos que el 13 de diciembre de 1725, meses antes de que reclamara su título, Bernardino Fernández de Velasco fue reintegrado en el patronato de la capilla, y ya había nombrado para los asuntos de la capilla y administraciones de su casa a Francisco Benito de Herrán, que otorgó, en nombre del duque de Frías una capellanía a Juan Bautista Montoya. Este mismo secretario preparó la llegada del duque el 22 de agosto de 1726, que volvía de Viena camino de Madrid, y que recaló durante unos días en su palacio de Burgos, de forma que el día 25 fue recibido con toda solemnidad por el arzobispo de Burgos, Lucas Conejero de Molina. 

Los  denominados visitadores de personajes del cabildo, que no eran ni más ni menos que los canónigos elegidos para recibir y visitar a los ilustres que pasaban o llegaban a Burgos, presentaron un informe sobre la llegada del IX duque de Frías, que se leyó en el cabildo celebrado el 26 de agosto, y en el continúan denominando como condestable de Castilla a Bernardino Fernández de Velasco. No obstante la visita en su palacio no resultó como ellos esperaban y sufrieron algunos problemas de protocolo, como el hecho de que se permitiera ir en el mismo coche que a ellos al portero de la iglesia, cuando debería haber ido en otro carricoche diferente, y que Bernardino Fernández de Velasco se negó a salir de su habitación para recibir a los visitadores de personajes y además no iba convenientemente vestido, pues no llevaba ni sombrero ni espadín, y para colmo no trató a sus visitantes de Ilustrísima, como se debía a la corporación capitular.

El 26 de abril de 1727, Miguel Marcelo Zorrilla, tesorero de la Santa Cruzada, comunica al cabildo de la catedral de Burgos la muerte de Bernardino Fernández de Velasco, y toma posesión en nombre de la casa de Frías de la capilla de la Purificación o de los Condestables. Bernardino,  el condestable que perdió su título y que había muerto sin sucesión, heredó el ducado de Frías su primo lejano Agustín Fernández de Velasco, decidido partidario de los borbones y que ya era gentilhombre de la Cámara Real de Felipe V, aunque ya no sería nunca intitulado como condestable y sí como X duque de Frías.