Pocos acontecimientos concentran tanta tristeza como un funeral. Si en ‘tiempos de paz’ el consuelo que hallan los familiares y allegados de los difuntos es escaso, en estos momentos de estado de alarma por el coronavirus  los parientes de los fallecidos no encuentran el más mínimo alivio, pues han de llevar el duelo en la más absoluta de las soledades. Esas imágenes de tanatorios atestados de burgaleses que acudían a velar a sus muertos han desaparecido y el asfalto de los aparcamientos de San José y La Paz reluce mañana y tarde por la ausencia de vehículos.

Las restricciones a la presencia de personas en los sepelios son muy claras y los burgaleses no solo las cumplen a rajatabla sino que reducen aún más el séquito que acompaña al féretro hasta el cementerio. Tanto desde la funeraria San José como desde la Paz advierten de que «en muy pocos casos se reúnen las 10 personas que establece el protocolo sanitario, entre seis y ocho en la mayor parte de las ocasiones». A ellas hay que sumar los dos trabajadores de la funeraria  que transportan el cuerpo, a quienes se añaden dos operarios del cementerio cuando se produce una inhumación.

A esa escena presidida por el desamparo que entraña la falta de amigos y parientes que aplaquen el sufrimiento se suma la presencia de los trajes de protección que portan los trabajadores y que convierten al funeral en una suerte de cortometraje de ciencia ficción que sume a los deudos en un pesar aún más hondo. «Nuestro trabajo se hace más complicado, porque tenemos que tomar medidas de protección, pero quienes aquí lo pasan mal de verdad son las familias, que tienen que enterrar a sus parientes casi en secreto, en una obligada intimidad», comentan desde San José.

(Más información, en 40 páginas en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)