«Fui totalmente consciente de que había perdido el control»

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Héctor, un ingeniero burgalés de 35 años, lleva en terapia con Abaj desde junio del año pasado y reconoce que aún no está recuperado. Aquí recuerda cómo fue su viaje a los infiernos de las tragaperras virtuales, también llamadas slots

«Fui totalmente consciente de que había perdido el control» - Foto: Alberto Rodrigo

Es uno de los muchos casinos virtuales que están al alcance de quien tenga un teléfono móvil o un ordenador. En su apartado llamado 'Juegos' (hay otros de apuestas o de promociones) se puede pinchar en una pestaña llamada 'Slots' y delante de los ojos de cualquiera se despliegan hasta 84 pantallas diferentes con aspecto de sugerentes vídeojuegos: algunas remiten a aventuras en el desierto, a peleas entre superhéroes, a hazañas deportivas y hay otras dedicadas a series famosas como La casa de papel y alguna más sorprendente cuyo leit motiv es el dúo musical que tocó techo en los primeros años 2000 Andy y Lucas, es decir, que la temática es muy variada y solo tienen en común que cuando se pasa el ratón sobre cada una de ellas aparece la misma palabra sobre una pastilla de color flúor. Esa palabra es 'Jugar'. 

Frente a un escenario parecido a este, Héctor, un ingeniero informático de 35 años pero con aspecto de tener bastantes menos, casi pierde la cordura. Por suerte, en el peor de los momentos le quedó la fuerza suficiente como para poner un correo electrónico a Abaj en el que contaba que la angustia lo había destrozado psicológicamente y que se sentía desbordado porque era absolutamente consciente de que había perdido el control. «Enseguida me ofrecieron que llamara por teléfono para hablar con David, el psicólogo, luego se lo conté a mi familia y un par de días después empecé a ir a terapia». Ahora, un año y medio después de aquello, dice que aún no está recuperado, que sigue en el proceso. Pero no ha vuelto a jugar, no lleva dinero en el bolsillo -condición indispensable que se exige a toda persona en proceso de superación de la adicción, incluso a quienes solo han jugado online- y el control de sus cuentas lo lleva su madre «de una manera férrea», según dice.

Los slots -que no son otra cosa que la versión digital de las tragaperras de toda la vida aunque con un diseño mucho más sofisticado, atractivo y depurado que, según Héctor, busca asemejarlos a juegos inocuos- siempre fueron las apuestas «más placenteras» para él, que reconoce que le ha gustado jugar desde que recuerda: «Me encantaba». Desde unos pocos euros en una máquina de las de los bares hasta la ruleta online pasando por la Bonoloto o la Euromillones o cualquier sorteo a través de Instagram. «Al principio lo hacía esporádicamente, sin que hubiera nada de patológico, y a veces ganaba y hasta un par de años estuve sin jugar. Pero volví. A veces me inscribía en el Registro de Interdicciones de Acceso al Juego pero luego me salía y lo cierto es que cada vez jugaba con más frecuencia. Los últimos meses antes de llamar a Abaj fueron de una auténtica escalada, llegué a apostar en el trabajo porque tenía una auténtica necesidad de hacerlo, la angustia se fue incrementando y no podía parar de pensar en el juego constantemente, fue un auténtico sinvivir». Por suerte, el descalabro económico, que en otros casos es dramático, en el de Héctor no ha sido preocupante porque, a pesar de todo, se ponía límites y jugaba cantidades pequeñas.

Todo esta dura experiencia le ha hecho un verdadero conocedor de cómo actúan los casinos de internet. Tienen, explica, una forma de registro extraordinariamente rápida: «Solo te piden que envíes una fotocopia de un DNI cuyos datos coincidan con los que tú incluyes en el formulario y ya nos han llegado casos a la asociación de menores que lo han llegado a hacer con el carnet de su padre». Además, relata que los recursos para autoexcluirse de jugar son por poco tiempo, no más de 48 horas; además, afirma que es imposible hacerlo de por vida y aunque no tiene pruebas, sí todas las horas que ha pasado delante de la pantalla apostando le han hecho sospechar que la suerte no es aleatoria, que a tramos de media hora o una de ganancias le seguían otros idénticos de pérdidas, y que en los slots de diferentes casinos el patrón era idéntico. «Tengo la sensación de que lo que ocurría no era aleatorio sino condicionado por los hábitos de juego de cada uno».