Una mascota con frac

ROBERTO PERAL
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'Muerte con pingüino' ofrece un retrato ingenioso y satírico de la sociedad postsoviética envuelto en una trama criminal con toques de humor absurdo

Una mascota con frac

Poco a poco, e irremisiblemente, nos vamos convirtiendo en un país de animales. En Madrid, capital del reino, había a finales de 2020 más mascotas que niños de diez años, y en los hogares de todo el territorio nacional resulta más probable toparse con un perro o un gato que con un adolescente. Los expertos lo explican apelando al desplome de la natalidad, al envejecimiento de la población, al miedo a la soledad e incluso a esa sensibilidad de nuevo cuño que mueve a algunos ciudadanos a tratar a los animales de compañía con una consideración que están lejos de mostrar a sus congéneres. Sea como fuere, de un tiempo a esta parte ciudades como Burgos se dotan de ordenanzas reguladoras y de zonas de esparcimiento para canes, no se antoja muy prudente atravesar el parque del barrio si uno acaba de estrenar zapatos e incluso algunos vecinos entusiastas optan por adoptar a su cargo mascotas ciertamente exóticas, como hurones, cerdos vietnamitas o algunas especies de ofidios endémicas de otras latitudes.

No llegan, claro, al extremo de Viktor, el escritor frustrado que protagoniza Muerte con pingüino (1996), del ucraniano Andrei Kurkov, una novela negra tierna y aterradora, surrealista y gélidamente divertida, que se aleja de esa literatura rusa de librotes pesados como yunques que intentan desentrañar los enigmas del alma eslava, y nos brinda a cambio un retrato ágil, ingenioso y satírico de la sociedad postsoviética envuelto en una originalísima trama criminal con toques de humor absurdo.

El cuarentón Viktor, abandonado por su pareja y que intenta en vano hacerse un sitio en la literatura ucraniana con sus relatos, convive en un pequeño apartamento con un pingüino emperador, Misha, al que ha rescatado del zoo de Kiev después de que este se quedara sin recursos económicos para alimentar a los animales que albergaba (circunstancia que Tarkov toma prestada de la cruda realidad que siguió al colapso de la URSS). Escritor y pingüino construyen dos soledades complementarias: silenciosos, taciturnos, inclinados a la depresión, se observan en silencio mientras uno teclea en la máquina de escribir y el otro engulle pescado congelado, chapotea en una bañera de agua helada o deja pasar las horas inmóvil en una esquina del salón.

La suerte de ambos parece cambiar cuando un periódico local le hace a Viktor un encargo bien singular: escribir necrológicas anticipadas de personalidades de la economía y la política de Kiev, que se publicarán convenientemente tras su fallecimiento. El asunto, claro, acaba por resultar de lo más turbio: pronto el escritor se dará cuenta de que está elaborando una lista negra de personas que van siendo liquidadas una tras otra poco después de que él haya redactado sus obituarios.

Kurkov, que había sido traductor de la KGB antes de adquirir nombradía literaria, se vale del pingüino Misha, sumido en la melancolía tras haber sido desarraigado de su hábitat natural, como metáfora de un país corrompido donde los clanes mafiosos se han infiltrado en las estructuras de poder tras la llegada atropellada del capitalismo y en el que el pueblo guarda silencio ante la violencia rampante del ambiente y la venalidad cómplice de los medios de comunicación. Desde luego, las noticias que nos han ido llegando de Ucrania desde finales del siglo XX hasta ahora, con candidatos presidenciales envenenados o muertos en accidentes más que sospechosos, periodistas apaleados, elecciones amañadas y opositores encarcelados, no hacen sino confirmar el diagnóstico que se vierte en Muerte con pingüino.

En la Kiev que dibuja Kurkov, sometida a continuos cortes eléctricos, los servicios sanitarios no pueden facilitar tratamientos a los enfermos de cáncer, los científicos pasan hambre y uno ha de aflojar la cartera si pretende que una ambulancia lo traslade a un hospital, en tanto los gánsteres se permiten el lujo de contratar pingüinos para aportar un toque de distinción a funerales y velatorios. Tras descubrir que Misha está siendo utilizado como un siniestro peón en tales ceremonias, Viktor resuelve investigar el rosario de crímenes en el que se ha visto envuelto. Descubrirá que su curiosidad puede acarrearle consecuencias funestas: alguien se ha encargado de escribir su artículo necrológico con la debida antelación.

Otros personajes habitan esta novela jocosa y demoledora: un dudoso policía que se muestra extrañamente solícito, un pingüinólogo en la ruina, un mafioso que entabla amistad con Viktor antes de desaparecer y dejar a su hija pequeña a su cuidado y una niñera joven y atractiva. Entre todos, pingüino incluido, formarán una familia nada tradicional pero funcional a su modo en un ecosistema hostil y amoral.

A pesar del tremebundo cuadro social que construye, la novela de Kurkov no es ni mucho menos sombría, y encuentra finalmente su dimensión compasiva en la determinación de su protagonista por devolver a la Antártida a un pingüino enfermo del corazón y al que ha cobrado un cariño inusitado. Lo que no haríamos, al fin y al cabo, por nuestras mascotas.