Hacedor de personajes de espuma en pecho

ALMUDENA SANZ
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Román Muñoz lleva 25 años fabricando marionetas para las compañías burgalesas además de escenografía y otro tipo de atrezo

Román Muñoz, entre un muñeco del Cid, uno de los primeros que realizó, y el búho fabricado para el último espectáculo de Teatro Atópico sobre Félix. - Foto: Valdivielso

La gran virtud de una marioneta es que hace creíble cualquier situación por increíble que sea. Como las calles vacías, propias de una película del oeste o de terror, por las que transita Román Muñoz rumbo a su estudio. Él trabaja solo, está libre de contagio y el teletrabajo es incompatible con la creación de marionetas. La vida es otra afuera. Pero todo sigue igual que antes del confinamiento en el Taller Guirigay. Adentrarse en él se presume como una gran ocasión para sumarse a la celebración del Día Mundial del Títere. 

El artesano recibe con uno de sus primeros muñecos, un Cid de frondosa barba negra, ojos saltones y una malla que pararía a la espada más fiera, y el último, un búho fabricado para Amigo Félix, el montaje que Teatro Atópico iba a estrenar el pasado 15 de marzo y forma parte de la retahíla de propuestas canceladas por la pandemia del coronavirus. 

25 años (uno arriba, uno abajo) separan una y otra. Tanto hace que el mundo de las marionetas deslumbró a este hacedor de personajes de corazón de espuma. Andaba estudiando Magisterio cuando los llamaron a unos cuantos colegas para animar un colegio. Montaron una obra en un pis pas con títeres realizados con globos y papel de periódico. La idea gustó y él y una amiga, Olga Tejedor, apostaron por este camino. Crearon su propia compañía, Carámbano, en la que firmaban los guiones, la escenografía y, por supuesto, las marionetas. 

Ojos articulados para que los títeres vean mejor. Ojos articulados para que los títeres vean mejor. - Foto: Valdivielso

Tras un puñado de espectáculos (Matilda, Bartolo ya no está solo, Gelsomino...) y giras que los llevaron por la provincia de pueblo en pueblo y más allá, Muñoz se bajó de los escenarios para, previo paso por la Escuela de Arte, hacer del taller su reino. 

Un paraíso repleto de cachivaches, en un orden desordenado, con cajas, cajitas y cajonas, botes grandes, medianos y pequeños, pieles que algún día cubrieron los hombros de señoras muy aseñoradas, telas que valen lo mismo para un roto que para un descosido, un delantal al que han acribillado las gotas de pintura, igual que a la pared, que da fe de que se ha pintado mucho allí, un calendario que dice que estamos en marzo, un Superlópez que va a su bola en las alturas, una estufa de butano que da calidez a ese espacio amplio lleno de herramientas. 

Todas al servicio del títere. Lo primero es tener claro lo que quiere el cliente. El diseño suele ser del propio Muñoz. A partir del boceto, talla. La mayoría son de gomaespuma. Lo primero que hay que modelar es la boca. He ahí la clave. Luego se completa el resto del armazón, se recubre y se pinta, Pero no hay una receta única ni un tiempo exacto. Cada una marca lo suyo en función del papel que tenga en el espectáculo y la disponibilidad del manipulador para darla vida en el contexto del montaje. Otro punto esencial.  

De las más complicadas que recuerda es Olaf, el muñeco de hielo que hizo para Frozen, de Ademus, grupo de teatro de Salas de los Infantes. Pero también pueden ser sencillas. Aunque la mayoría de sus criaturas vuelan del nido una vez convertidas en realidad, saca de una caja de cartón como si fuera una chistera... ¡Tachán! ¡Una bailaora flamenca! Cuerpo de palo de fregona, vestido de cola de un mantel con lunares y peineta. Y más fácil todavía. "Basta el propio cuerpo de una persona y una nariz para convertirse en una", anota quien ha alumbrado muchas y muy diversas, desde accionadas con zancos a un trompetista de jazz de más de tres metros o personajes de guante.

Mantienen el tipo. Compañías de títeres como tal quedan contadas en Burgos. El Papamoscas conserva el legado del mítico Karraskedo, la Compañía de Títeres Errantes paseó a un rumboso Errabundo Pelele (Roberto Alonso, que también es de los pocos que fabrica estos guiñoles, vive ahora a caballo entre la capital y Las Merindades) y Alauda mantiene encendida la llama en su Teatro de la Realidad en el pueblo de Salazar. Y para de contar.  

Observa Muñoz que, sin embargo, sí es un mundo vivo porque sí es habitual que las compañías las incluyan en sus espectáculos pero en un papel secundario, no en el principal. "La marioneta tiene un punto muy potente. Transmite otras sensaciones de las que puede trasladar un actor. Una escena, con el sonido y la luz adecuada, puede estremecer, como conseguía Bambalúa en la obra sobre Francisco de Enzinas, con una articulada de madera de cuerpo entero. Siempre aporta algo nuevo, siempre sorprende", destaca y admite que sí echa de menos producciones propiamente de títeres acudiendo a su memoria el teatro de sombras de Fantasía en Negro.

Pronto se sacude esta nostalgia, es poco bienvenida en esta fábrica de sueños, etiqueta que le gusta ponerse al Taller Guirigay.