«Nos sentimos olvidados y solo nos recuerdan cuando interesa»

R. PÉREZ BARREDO / Peñaranda
-

Las heroicas farmacias rurales, que son mucho más que un dispensario de medicamentos en el despoblado mundo rural, reclaman más apoyo de la administración para poder seguir prestando servicio tan necesario

El trato en las farmacias rurales siempre es cercano. - Foto: Patricia

La sangría de la despoblación va dejando cadáveres en el camino, y viceversa. Porque hay pescadillas que se muerden la cola: si un municipio pierde muchos habitantes, los servicios que antes tenía desaparecen; y si alguno de estos cierra, eso acarrea pérdida de población. Un servicio fundamental en la España que lucha por no vaciarse son las farmacias, las farmacias rurales. Son establecimientos poco menos que heroicos: están muy lejos de hacer números que justifiquen su supervivencia, pero muchas se mantienen contra viento y marea desarrollando una labor impagable que apenas es reconocida, menos aún por las administraciones. No sólo dispensan fármacos a la población cada vez más envejecida de nuestros pueblos: acompañan, vigilan, velan por quienes se encuentran más desvalidos, aquellos que viven solos, aquellos a los que la edad va dejando inermes, aquellos que necesitan de una atención que nadie les da.

María José Jimeno y Carmen Plaza atienen la farmacia de Peñaranda de Duero. Si bien el suyo es un caso excepcional en el sentido de que la comarca en la que se encuentran no ha sufrido tanto como otras los estragos de la despoblación, son conscientes de las dificultades que entraña mantener un negocio así en el ámbito rural. «Una farmacia rural es vital. Aquí somos privilegiados porque más o menos se mantiene la población, aunque es cierto que fallecen más de los que nacen. En Peñaranda hay todos los servicios: hay colegio, guardería, tiendas, consulta todos los días, dos residencias de ancianos.

Quizás nuestro caso sea excepcional. Pero sí entiendo que una farmacia en un municipio con menos de quinientos habitantes da un servicio muy importante y muy bueno pero es muy difícil la supervivencia. Es una farmacia en la que hay que hacer números», explica María José Jimeno.

Defiende esta farmacéutica que en un pueblo una farmacia es algo esencial. «El trato es muy cercano a todos los niveles. Conocemos al 90 por ciento de los clientes o pacientes que vienen, a ellos o a sus familias. Sabemos mucho de ellos y el trato es muy cercano. Y hay algo muy importante en las farmacias rurales, que es el trato con los centros de salud. En nuestro caso, es muy bueno. Hay una gran fluidez, una comunicación diaria buenísima. Y eso es muy importante. Fundamental», subraya. Cree Jimeno que su labor trasciende. En los meses duros de la pandemia, estuvieron muy pendientes de todos los vecinos. «Fuimos un punto de referencia. Hasta la Guardia Civil se puso en contacto con nosotros para decirnos que avisáramos si echábamos de menos a alguien. Ese trato directo es bonito y bueno. Y no es fácil ganarse la confianza de la gente. Nos la ganamos día a día y la gente confía en nosotros».

Asume Jimeno que la viabilidad de una farmacia rural «no es fácil. Y hay una cosa que yo creo que las autoridades sanitarias deberían reconocer y valorar, que es la atención farmacéutica. Es gratuita en las farmacia, y personalmente creo que no debería ser así. Desde la administración se debería reconocer y debería estar remunerado. Eso ayudaría muchísimo a que las farmacias rurales fueran viables.

Nosotras llevamos meses preguntando a la gente si se ha vacunado. Y enviamos datos. Lo hacemos porque queremos, pero es un trabajo importante. Cree María José Jimeno que la administración -o las administraciones- deberían apoyar más a las farmacias que resisten en los núcleos rurales. «Se habla de la España vaciada. Si se vacía, en parte es porque no tienen servicios. Debería valorarse nuestra labor. Nos sentimos olvidados, y sólo nos recuerdan cuando interesa».

Viabilidad comprometida. El presidente del Colegio de Farmacéuticos de Burgos, Miguel López de Abechuco, explica que 82 de las 200 farmacias que operan en la provincia se encuentran en el ámbito rural. Reconoce que en los últimos años se han cerrado varias en municipios muy pequeños «por falta de viabilidad», trasladándose a otras provincias o comunidades, como es el caso de Cantabria. «En municipios muy pequeños, en los que la población va a menos, la viabilidad no es que sea comprometida (farmacias que llamamos VEC, de Viabilidad Económica Comprometida), es que es muy difícil. Hay un índice corrector que permite ampliar ligeramente el margen de estas farmacias, se las ayuda de dos maneras: una, desde el punto de vista moral, que quizás es el más importante porque se reconoce su labor y no quieren que desaparezca porque fija población, da trabajo y ofrece un servicio fantástico para los mayores, que son mayoritarios; y desde el punto de vista económico, si bien no es suficiente. Es más moral que económica. No es suficiente para mantenerse. Ayuda a los gastos, pero no para mantener un negocio abierto», dice.

«La labor del farmacéutico también es social. La farmacia, por su cercanía y disponibilidad (no hay que pedir cita para entrar) es muy importante. En el mundo rural, donde van desapareciendo todos los servicios poco a poco porque no son rentables, nuestra presencia es muy importante. El farmacéutico permanece, y eso da confianza a la población». 

Sostiene López de Abechuco que la administración podría remunerar estudios que se hacen en las farmacias para ayudar a la Atención Primaria, «que está saturada y no llega a todos los sitios como llegaba antes por falta de facultativos. Eso es complicado de establecer pero en ello estamos. También colaboramos en materia de violencia de género a nivel rural y en general por esa confianza. Tenemos los mecanismos para ayudar a los mujeres», apostilla. «Pretendemos que las farmacias sean solventes porque eso es bueno para todos, redunda en el buen servicio.Apostamos por la viabilidad de las farmacias, claro. Y hay otras cosa importante: el seguimiento farmacoterapéutico de los pacientes que hacemos. Con las personas más mayores, aquellas polimedicadas que a veces se confunden, hacemos sistemas personalizados de medicación. Estudiamos el tratamiento del paciente y le ponemos de una forma cómoda el tratamiento para que no se confunda. Eso lo hacemos en las farmacias y eso tiene un coste de material, de tiempo, de responsabilidad que, como otras actividades, podrían remunerarse para ayudar a la sostenibilidad de las farmacias. Quizás las administraciones podrían hacerse cargo de ello», concluye.