Las blusas invaden las calles de la bien trazada

S.F.L.
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La tradicional bajada de las ocho prendas representativas de las peñas no pudieron llegar finalmente al templete de la plaza Mayor de Briviesca desde la torre del Ayuntamiento por problemas técnicos.

La plaza Mayor de Briviesca estaba a rebosar de gente ansiosa por celebrar un momento tan especial. - Foto: S.F.L.

35 grados marcaban ayer los termómetros a las 12 del mediodía en una ciudad abarrotada de gente con ganas, muchas ganas de diversión. Una sangriada popular en la plaza Santa María de Briviesca salvó a más de uno de no sufrir una deshidratación, aunque los 120 litros de esta bebida se quedaron cortos para la cantidad de público que demandaba un vaso. «¡Qué bien entra!», comentaba Rosa mientras lo ingería casi de un trago. «¡A mi me encanta este ratillo con las charangas!», respondía su amiga Beatriz. 

A falta de un par de sorbos para terminarlo, Jaime miró la hora y más rápido que un cohete puso rumbo a la plaza Mayor. Tras él, los demás peñistas con sus correspondientes bandas musicales que ya se habían encargado de animar el ambiente previo a la bajada de blusas, un momento especialmente deseado por aquellos que sienten y viven las fiestas de una manera especial y que forman parte de alguna de las ocho asociaciones o de otras peñas.

El pequeño cazador se deslizó desde la torre del Ayuntamiento hasta llegar al templete con normalidad, sin embargo, después de varios intentos fallidos, las casacas de Nuestra Señora y San Roque, La Siempre Viva, Autrigones, Desesperaos, Los tímidos, Los Formidables, Aguafiestas y Los Fanfas no pudieron sobrevolar la multitud y llegaron al escenario de la mano de un organizador de los festejos. Eso sí, los presidentes fueron de nuevo los encargados de colocárselas a cada una de las reinas. No hubo suelta de balones gigantes pero los confetis dieron si cabe más colorido y diversión a un lugar en el que apenas cabía un alfiler. Las pistolas de agua que los más previsores utilizaban para refrescarse y mojar al público o los cachis de agua que otros se tiraban por encima no fueron suficientes para sofocar el calor concentrado. «Los bomberos tenían que haber enchufado con las mangueras al público», declaraba entre risas María, que portaba un abanico «que creo que me da más calor todavía», añadió. 

Una vez que la corte real se vistió con su blusa correspondiente llegó el turno de homenajear con el pañuelo especial que atesora el emblema de todas las agrupaciones briviescanas a un vecino implicado en las fiestas patronales y en la ciudad. En esta ocasión le tocó a David Dito, técnico municipal de juventud y encargado de presentar el acto junto a Chencho. En el momento de su nombramiento se encontraba algo distraído y al escuchar su nombre dio crédito y apenas pudo articular una frase. Se asomó al balcón emocionado y se dirigió al público con un «me he quedado sin palabras».  

A continuación no uno, sino una decena de petardos anunciaron que la bien trazada está de fiesta. La gente enloqueció de alegría y las charangas tocaron simultáneamente provocando que niños, jóvenes, adultos y ancianos se dejaran llevar con sus ritmos en un desfile que recorrió las calles más céntricas y en el que también participaron los cabezudos haciendo de las suyas. Una marea de blusas de cuadros, de un solo color o de varios invadieron todos los rincones de la ciudad, y después de que el acto terminara la gente se dirigió a tomar el vermú, que algunas personas alargaron hasta bien entrada la noche. 

El día continuó con la procesión del Rosario, que contó con varias actuaciones musicales, el desfile inaugural de las peñas locales, el toro de fuego y otro pasacalles nocturno.