«Nunca nos damos un capricho»

ANGÉLICA GONZÁLEZ
-

María, su marido y su hijo viven con los 950 euros al mes del Ingreso Mínimo Vital. Solo de alquiler pagan 450 y ya les ha advertido el casero que se lo va a subir

María, frente a la sede de Cáritas, en la calle San Francisco. - Foto: Valdivielso

No sabe lo que es tomar un café en un bar, ir a la peluquería o salir al cine o a cenar con su marido. Nunca lo hace. Para María y su familia no hay nada, absolutamente nada, que se salga de lo más básico: «Nunca nos damos un capricho, solo para el niño. Este curso, por ejemplo, necesitaba unas zapatillas y le he comprado dos pares». Los 950 euros que cobran del Ingreso Mínimo Vital, después de recibirlo tras muchos meses de gestiones, están destinados escrupulosamente para los pagos más vitales. Solo el alquiler se lleva 450 «y esto, de momento, porque ya nos han dicho que nos lo van a subir». Los 500 restantes son para comer, para pagar el agua, la luz y el gas y para cargar con diez euros los móviles de la pareja.

Los dos se quedaron hace un tiempo en el paro de unos trabajos precarios y viven al día. «Yo todo lo compro de marca blanca y me organizo bastante bien: compro un pollo y un día pongo los muslos con patatas; otro, hago un caldo con el esqueleto,  y otro, frío las pechugas. Antes las compraba aparte, pero ahora no lo puedo hacer porque están muy caras. Y el pescado, siempre congelado. Y si no me llega el dinero para algo, como el otro día para una botella de leche, se lo pido a mi suegra», cuenta María, que se acaba de enfrentar al temible inicio de curso.

Temible porque ha tenido que pagar 250 euros por los libros y el material escolar de su hijo. «Como para mí es imposible me los ha dejado Cáritas y ahora empezaré a devolvérselos pagando 50 euros al mes». Mientras tanto, la pareja está en búsqueda activa de empleo. Él, ahora mismo, está haciendo un curso y confía en que con esa formación le pueda salir un trabajo: «Él suele ser más optimista que yo, a veces me parece que nunca van a cambiar las cosas. El año pasado ya le contamos al niño cuál era nuestra situación y creo que él la entiende perfectamente aunque cuando llegan los Reyes Magos pues él, claro, pide regalos».

No sabe lo que es estrenar una falda o ir a la peluquería a que le cuiden su larga melena. «A mí siempre me dan la ropa, no me importa usar las cosas de segunda mano y aunque normalmente llevo bien esta situación hay veces que me pongo triste y le doy muchas vueltas a la cabeza», afirma esta mujer de 38 años, que escapó de una relación de abusos antes de conocer al que hoy es su marido y padre de su hijo.