San Lesmes

MARTÍN G. BARBADILLO
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"El patrón de la ciudad es San Lesmes. Además, lo es en exclusiva, porque solo se le recuerda aquí. Y hablamos hoy de él porque precisamente se le honra el último domingo de enero"

Los roscos de pan son exclusivos de esta celebración y hace años se repartían gratuitamente, pero ahora son de pago. - Foto: Luis López Araico

¿Quién es? Fue un monje benedictino francés que acabó sus días en Burgos, alcanzó la santidad y es el patrón de la ciudad.

Edad. En la inscripción que figura en su sepulcro, que está en la iglesia que lleva su nombre, se puede leer: "1035? - 30 de enero de 1097", así que vivió, supuestamente, 62 años hace casi un milenio.

¿El patrón dices? Yo pensaba que eran San Pedro y San Pablo. Error amigo, uno muy común por otra parte. El patrón de la ciudad es San Lesmes. Además, lo es en exclusiva, porque solo se le recuerda aquí. Y hablamos hoy de él porque precisamente se le honra el último domingo de enero.

¿Y a qué debe ese honor? Digamos que, para el poco tiempo que estuvo, dejó buen recuerdo en la ciudad. Nació en Loudun, Francia; tener un patrón francés siempre es más chic. Al parecer, era de familia de posibles y en su juventud se enroló en el ejército. Al morir sus padres, repartió su herencia entre los necesitados y se fue a Roma en peregrinación dejándolo todo.

Un tipo con las cosas claras. Después se relajó y tuvo una vida tranquila de monje, pero su fama de buen tipo corrió y la reina Constanza de Castilla (también francesa) le pidió que viniese a Burgos. Aquí, a instancias de la monarca y su esposo, Alfonso VI, fundó en 1091 el monasterio de San Juan, reconocido por su labor asistencial a los peregrinos del Camino de Santiago y supongo que a todos los que estuviesen por allí.

Debía de ser bueno para que haya llegado hasta hoy su memoria. Y polifacético, según cuenta la web del Ayuntamiento: "Desempeñó un importante papel en el saneamiento urbano gracias a sus conocimientos de ingeniería, llegando a asesorar al concejo municipal sobre la desecación de zonas pantanosas e insalubres". ¿Cómo te quedas?

Impresionante, menudo currículum. Pero vayamos a la fiesta. ¿En qué consiste? No tengas demasiadas expectativas y no te decepcionarás mucho; es una máxima que sirve para esta fiesta en particular y para la vida en general. El caso es que es un poco (bastante) light como celebración. Tiene varios hándicaps en contra: en primer lugar, sucede en pleno invierno burgalés, lo que no acompaña en absoluto. A estas alturas del año, solo lugares como Río de Janeiro pueden afrontar con garantías climatológicas una buena parranda; por eso celebran el carnaval.

Está claro, no es el mejor punto de partida. Además, palidece al lado de las fiestas de junio en la ciudad, que anuncian el verano, duran una semana, hay variedad de eventos, invitan a salir... Esto es otra cosa.

¿Y qué es? Pues todo muy oficial, demasiado formal y rígido para mi gusto. La cosa empieza en el Ayuntamiento: la corporación municipal, y sus colegas franceses de la ciudad de origen del santo, salen de la Plaza Mayor y desfilan hasta la iglesia de San Lesmes. Les acompañan guardas de gala con cascos de plumas, dulzaineros, peñistas vestidos con el atuendo tradicional y, por supuesto, los Gigantillos, que abandonan su letargo invernal para tomar el aire. Si no lo has visto nunca, te puede parecer curioso, pero esta marcha digamos que no tiene el flow de los desfiles del Sambódromo carioca.

Más castellano, sí. Después, una vez en la mencionada iglesia, hay una misa en la que el alcalde, en representación de la ciudad, ofrece un cirio y panecillos al santo. Todo muy contenido. Posteriormente, hay algo más de jarana.

¿En qué consiste? Todo sucede en la Plaza de San Juan, que es por donde se movió el homenajeado en vida. Los grupos folclóricos (y los Gigantillos) se marcan unos cantes y bailes, y la multitud se va agolpando ante los puestos que sirven viandas. Aquí, como en el Parral, no hay concesión alguna a la modernidad gastronómica.

¿Todo clásico? Este día la santísima trinidad la componen los roscos de pan, el chorizo y la morcilla, preferiblemente con un vaso de vino. Los roscos de pan son exclusivos de esta celebración y creo recordar que hace años se repartían gratuitamente, formándose verdaderos tumultos que ríete tú de las raves ilegales. Ahora, en aras del mantenimiento del orden público, son de pago.

¿Y eso es todo? Pues, básicamente, sí. Bien es cierto que en los últimos años se ha tratado de potenciar la fiesta: las pastelerías elaboran roscos dulces mucho más sofisticados que el tradicional, los bares participan en un concurso de tapas y hay actos en los días previos y posteriores, pero, como te dije al principio, no te imagines un ambiente festivo en las calles, como en San Pedro, porque no lo vas a encontrar. El domingo siguiente, en el propio monasterio de San Juan, se entrega el Báculo de Oro, que es como el Oscar burgalés a toda una carrera, a personas o entidades de trayectoria destacada. Pero no deja de ser otro acto oficial. Aunque hay algo característico de esta fiesta que sí es verdaderamente curioso.

Sorpréndeme. Es el día del año en el que los que poseen una capa castellana salen a la calle con ella puesta.

¿Cómo es? Es una prenda masculina, larga, por lo general negra y abierta por delante.

¡Como la de Batman! Eso lo has dicho tú. Algunas son antiquísimas y pasan de padres a hijos. No es que las lleve todo el mundo, pero te cruzas con un buen puñado de ellos, que las visten orgullosos.

¿Tú crees que a mí me quedaría bien? Llevar una capa es, supongo, como el rock&roll: una cuestión de actitud, y no veo que la tengas.

Si quieres parecer integrado. Paséate con unos roscos atados por una cuerda colgando de tu dedo índice.

Nunca, nunca, nunca... Te quejes de que la morcilla está fría. Pide más vino y en paz.