Anestesia abre sus puertas

GADEA G. UBIERNA
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Es el servicio más grande del HUBU y lidia con un déficit prolongado de especialistas que es hoy el principal problema del hospital, porque cada vez hay más áreas en las que tienen un papel esencial

Sala de Radiología Intervencionista del HUBU, un área en pleno desarrollo con necesidad creciente de anestesistas. - Foto: Valdivielso

Los anestesistas afirman tener asumido que los pacientes pregunten al salir del quirófano por el nombre de la persona que empuñó el bisturí, pero no por la de quien dejó sus funciones vitales en suspenso durante el tiempo necesario para que esa cirugía fuera posible y luego lo reanimó. «Nadie pregunta por el anestesista», corrobora, resignado, el jefe de Anestesiología en el HUBU, Juan Manuel de Vicente, atribuyendo esta conducta al desconocimiento acerca de su cometido. «Y no solo entre la población general, sino también entre sanitarios. Hay gente que no sabe lo que hacemos hasta que no viene por aquí», dice el anestesista, responsable de un área erróneamente identificada solo con los quirófanos. Y eso, apunta educadamente, es seguir en el siglo XIX.

Lo primero que hay que saber sobre la Anestesiología del siglo XXI en Burgos es que en el HUBU conforma un macroservicio, con una plantilla de 41 especialistas, 29 enfermeros, 19 auxiliares y dos celadores. Ningún otro cuenta en la provincia con tantos médicos, al menos sobre el papel, porque la realidad es otra cosa: es el que más interinidad soporta, con 18 plazas sin titular, y es también el que mayor déficit de profesionales arrastra. Entre bajas y vacantes ahora trabaja con 9 anestesistas menos de los que debería y eso, que puede parecer una cuestión menor sobre una plantilla amplia, es hoy el principal problema del hospital.

«Prolongamos jornadas y hemos optimizado los recursos, pero ya estamos al borde de no poder optimizarlos más», dice De Vicente, agradeciendo el trabajo del personal y explicando que en mayo esperan contratar a tres residentes que terminan la especialización y hay otros tres facultativos a los que se les termina la baja. «Pero hay que pasar la travesía de estos dos meses y estamos muy al límite», insiste, añadiendo que también confían en atraer a alguien con la actual Oferta Pública de Empleo.

Si esta previsión no se cumpliera, habría que reordenar la actividad de todo el complejo, porque sin anestesistas no funciona nada: se volvería a parir con dolor (y con más riesgos vitales para la madre y el bebé), las colonoscopias y otras pruebas diagnósticas frecuentes estarían limitadas a quienes pudieran aguantarlas sin sedación, la radiología intervencionista seguiría siendo un proyecto para Burgos y otro tanto puede decirse de las intervenciones de Hemodinámica y Eletrofisiología (las dos de Cardiología), así como de la Unidad del Dolor. La asistencia sanitaria en la capital retrocedería directamente a los años ochenta.

«La sociedad ha evolucionado desde entonces y también lo ha hecho la Medicina y la calidad con la que quieres hacer las cosas. Y eso es lo que ha incrementado nuestra actividad», explica De Vicente en un recorrido por algunos de los muchos lugares del HUBU en los que hay anestesistas trabajando a cualquier hora.
La primera parada es en la sala de Radiología Intervencionista. Tras la puerta está el jefe de Radiodiagnóstico, Jesús Aldea, con su equipo preparado para operar un tumor renal maligno. «Lo tratamos por microondas, lo quemamos», dice Aldea, explicando que esta técnica dura alrededor de 45 minutos, mientras que la cirugía tradicional se prolongaría durante más de tres horas. Y lo que de esta forma conlleva una estancia de día y medio en el hospital, la convencional sería de unas dos semanas. «Pero sin anestesista no hacemos nada», subraya Aldea. A continuación, la misma técnica se repitió con otro tumor renal y uno hepático, pero también se emplea para algún cáncer de hueso «y mucho de tiroides, donde somos referencia nacional», o en los aneurismas, que este servicio aborda introduciendo un catéter por la ingle y llevándolo al punto concreto, en lugar de abrir el cráneo. «Esto es una revolución; hacen maravillas», dice De Vicente, con visible entusiasmo.

Cardiología es el segundo punto del itinerario, dado que las salas de Electrofisiología y Hemodinámica (para tratar arritmias o infartos, entre otras cosas) también son áreas en expansión y con necesidad creciente de anestesistas. «Calidad sería que pudieran disponer de uno diario, tanto Cardiología como Radiodiagnóstico, pero eso solo lo podemos garantizar si conseguimos llegar a 41 anestesistas reales», apunta De Vicente, admitiendo que ese encaje de bolillos que tiene que hacer a diario con los recursos humanos también impacta en Medicina Nuclear y Oncología Radioterápica. «Un paciente con un dolor que se sube por las paredes no se puede doblar para meterse en el escáner o en el PET-TAC; necesita una epidural para poder estar quieto y que se le pueda radiar», explica, reconociendo que «de esto tenemos media sesión todas las semanas; no podemos hacer más».

La epidural conduce a los paritorios, donde el jefe de Anestesia subraya que lo de «parirás con dolor es algo que se quedó en el Génesis; ahora son excepción las mujeres a las que no se les administra esta anestesia». Según datos oficiales, de los 1.444 partos atendidos en el HUBU en 2021, en 1.045 era posible emplear este tipo de anestesia y se puso en 1.043 (el 99,8%). «Pero más allá de la analgesia en el parto, cuando va algo mal, cuando hay una hemorragia o una rotura uterina, ¿quién controla a la madre? Nosotros», dice, matizando que «el ginecólogo o el obstetra bastante tienen con suturar el útero, que provoca un shock que remonta el anestesista». 

Quienes acaban de dar a luz, así como todas las personas que han necesitado una sedación por causas que luego requieren de menos de dos horas de vigilancia, pasan a la Unidad de Recuperación Post Anestésica; es decir, a la URPA. Con 17 camas, cada una con su respirador, es el área de reanimación más grande de todo el hospital, con camas separadas por cortinas. En la primera ola de la pandemia, la URPA acaparó muchos titulares porque trató a buena parte de los 55 críticos de covid que tuvo que atender a la vez el HUBU. Su responsable, la anestesista Cristina Arlanzón, recuerda que «esto fue un infierno; con las puertas cerradas, los bichos en el aire y el personal trabajando con los equipos de protección individual todo el turno». A lo que De Vicente añade que «tenemos que quitarnos el sombrero por el trabajo que se hizo; sobre todo, la enfermería».

Entonces, los servicios de Anestesiología y de Medicina Intensiva (la UCI) decidieron trabajar como uno; algo inusual en dos especialidades que suelen rivalizar porque el límite entre los cometidos de unos y otros es difuso. En el HUBU, de hecho, Anestesiología reclamó durante años algo que ha logrado con la pandemia: asumir la mayor parte de los pacientes postquirúrgicos en la Unidad de Cuidados Intensivos de Anestesia, la REA, que atiende a enfermos que requieren más de 24 horas de vigilancia con soporte vital.

«Son pacientes con mucha complejidad, con una monitorización muy específica y distinta a la de la URPA, pero contamos con un equipo muy profesional y con muchas ganas», señala Arlanzón. Así, a la UCI ahora ya solo se trasladan los postoperatorios de neurocirugía, los politraumatizados y a los que dan positivo en coronavirus.

Pasando por alto las consultas de preanestesia y las de la Unidad del Dolor, cuya actividad es similar a la de cualquier otra, el recorrido acaba, obviamente, en los quirófanos. Anestesiología cerró el 2021 con 15.459 intervenciones, de las cuales 2.552 urgentes. En el momento de este reportaje se trabajaba en quince a la vez: dos de Oftalmología, uno de Otorrino, uno de Cirugía Pediátrica, uno de Urología, uno de Cirugía Vascular, uno de Ginecología, tres de Cirugía General, dos de Cirugía Plástica, dos de Traumatología y uno de Neurocirugía. «En cada uno hay un anestesista porque nuestra máxima es la seguridad y las cosas se complican en segundos. Nada empieza si no se ha comprobado: que funcione el respirador, que tengamos adrenalina, la sangre cruzada... Estamos para mirarlo todo; por eso la anestesia se separó de la cirugía en el siglo XIX, porque los cirujanos no pueden estar operando y mirando a la vez un monitor. Para mantener vivo al paciente está el anestesista, tanto cuando las cosas van bien como cuando pasa algo. Y por eso hay quien dice que somos los ángeles guardianes de los quirófanos», concluye el especialista.