"Es el papel más complicado que me ha tocado interpretar"

SPC-Agencias
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Nerea Barros da vida a la inspectora Elena Blanco en 'La novia gitana', que se acaba de estrenar en Antena 3

Barros se llevó el Goya a Mejor actriz revelación por ‘La isla mínima’. - Foto: Europa Press

Nerea Barros (Santiago de Compostela, 1981) ha vuelto a la pequeña pantalla por la puerta grande, protagonizando una de las series más esperadas de la temporada: la adaptación del best seller La novia gitana, una obra de Carmen Mola, pseudónimo tras el que, como se hizo público en la entrega del premio Planeta, se escondían tres hombres: Agustín Fernández, Jorge Díaz y Antonio Mercero.

La crítica y la audiencia respaldan el proyecto liderado por Paco Cabezas y con Ignacio Montes, Mónica Estarreado y Darío Grandinetti en el reparto, que acompañan a Barros en el que dice que ha sido el papel «más complicado» de su carrera: la inspectora de la BAC, unidad de élite de la policía, Elena Blanco. Una mujer obsesiva y marcada por una tragedia personal que revivirá durante la investigación del asesinato de una joven gitana a punto de casarse.

«Elena tenía mucha profundidad. El dolor no le impide trabajar. Es al contrario, la distrae de su pérdida, pero ese uso lo acaba convirtiendo en una obsesión. ¿Por qué cuando no trabaja va al karaoke o bebe? Para ahogar el dolor, evacuarlo con agresividad. Lo mismo hace con el sexo, lo utiliza para no sentir, con un ápice de dolor para soltar lastre», explica.

A la parte emocional hay que sumarle la física que, a la hora de interpretar, no se improvisa. Barros pasó tres meses trabajando junto a un especialista para calcar de forma natural los movimientos de un agente especial.

Pese a la sensibilidad y empatía que demuestra la protagonista, la racionalidad que se impone aleja a Elena Blanco de Nerea Barros, como ella misma apunta. La gallega se reconoce profundamente emocional mientras que la inspectora literaria es «todo cabeza».

«No le queda otra. Y casi mejor, porque cuando Elena entra en la emoción todo se desmorona, pero hasta el límite. Agárrate, que puede salir de ahí cualquier cosa. Yo tenía que contenerme muchísimo, no podía mover ni un músculo. Terminaba de grabar y tenía que moverme, bailar y abrazar a todo el mundo porque tenía una necesidad brutal de exteriorizar emociones».

Un vía crucis personal que aumenta en el segundo libro, cuya adaptación ya ha sido confirmada con la segunda temporada de La novia gitana. Barros se considera una «privilegiada» por formar parte de un proyecto «excepcional», que «narra acontecimientos oscuros y dramáticos desde la belleza y la honestidad».

Cómo atrapar a un espectador que ya conoce la historia, «sin perder el foco», ha sido de lo más desafiante. «Lo primero que te viene a la cabeza son los miles de lectores que con su criterio se imaginan a sus propios personajes. Ahí tienes un poco de miedo, pero no puedes trabajar pensando en cumplir con las expectativas de todos. No eres un bote de Nutella», defiende aunque, eso sí, reconoce que conseguir que los fans digan «sí, esa es Elena Blanco» es «lo mejor que te puede pasar como actriz».

Asegura que los seguidores no se sentirán defraudados con la adaptación, aunque habrá sorpresas. «Los lectores van a tener del libro lo que necesitan. Te has leído el libro y va a haber cosas que sepas, pero va a haber otros muchos giros de guion que nunca te esperas. Y eso es lo guay», apostilla.

Otros proyectos

La actriz compagina su participación en obras como La novia gitana con proyectos propios como Memoria, un cortometraje a medio camino entre la ficción y el documental que presenta en la 19ª edición del festival Curtocircuito, que se celebra en Santiago de Compostela.
En la obra que dirige, denuncia la destrucción del cambio climático, con intereses económicos de por medio. Lo hace a través de la desaparición del Mar de Aral (Uzbekistán), el primer gran desastre medioambiental de la historia, y mediante la unión entre un abuelo y su nieta. «Narro el legado de un abuelo a su nieta en base a un mar que ha desaparecido. Un antiguo pescador que sigue añorando que vuelva ese mar y que su nieta lo vea y tiene que estar preparada, y una nieta que ha nacido en un desierto y no sabe lo que es una ola», relata.
Barros quiere agitar conciencias, pero nunca desde el miedo, «sino desde lugares comunes» que a los espectadores les permita «entender» y «empatizar». «Cada espectador debe sacar las conclusiones o los pensamientos según su filtro y su criterio. Eso me encanta, que cada uno vea lo que quiera ver».
Aunque reconoce que fue complicado, también encontró algo bello durante la pandemia de COVID-19, cuando trabajó voluntariamente en una residencia de mayores.
«En esa locura apocalíptica empecé a entrever como la naturaleza buscaba su lugar. De esa experiencia creo que debemos reflexionar sobre lo que ha pasado y cambiar esa idea de que viejo es algo que ya no vale por que una persona mayor es un sabio al que debemos venerar. Asumir el legado de los que han luchado para que estemos aquí cómodos. Eso es algo que nos haría mejorar como sociedad».