Una habitación propia

ALMUDENA SANZ
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María Jesús Jabato, Mercedes Rodrigo y Casilda González Forné abren la puerta de sus despachos y desvelan sus rutinas y manías cuando se embarcan en un nuevo proyecto

Mercedes Rodrigo, María Jesús Jabato y Casilda González Forné. - Foto: Valdivielso y Alberto Rodrigo

Una habitación propia, de Virginia Woolf, es uno de los títulos más recurrentes cuando se habla de escritoras. El libro deshilacha las reflexiones de la autora británica para un par de conferencias que impartió en los años veinte. «Cuando me pedisteis que hablara de las mujeres y la novela, me senté a orillas de un río y me puse a pensar qué significarían esas palabras (...). Nunca podría llegar a una conclusión (...). Cuanto podía ofreceros era una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas», escribe en los primeros compases para pasar a desarrollar en ese trabajo los pensamientos que la llevan a esa idea. Esa habitación propia va mucho más allá de las cuatro paredes. ¿Pero y si la pregunta se queda ahí? ¿En ese cuarto donde escriben las autoras burgalesas en la actualidad? ¿Tienen una estancia propia? 

Al hilo de la celebración este lunes del Día de las Escritoras, tres creadoras locales abren las puertas de sus habitaciones propias, de ese lugar donde nacen sus trabajos. Desvelan sus manías, sus rutinas y el ambiente que las empuja en su actividad creativa. 

Se prestan a la fiesta María Jesús Jabato, Mercedes Rodrigo y Casilda G. Forné. 

María Jesús Jabato. María Jesús Jabato. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

El orden se hace omnipresente en María Jesús Jabato (Burgos, 1959). Ni un bolígrafo saca los pies del tiesto en el despacho de la poeta, la única que cuenta con los tres premios nacionales más importantes de poesía para niños (Ciudad de Orihuela, El Príncipe Preguntón y Luna de Aire), articulista y académica de la Institución Fernán González. 

El amanecer se aúpa como la puerta de entrada a esa alcoba en el caso de Mercedes Rodrigo (Burgos, 1973), Premio Novela Negra Ciudad de Getafe con su ópera prima, Un asunto rural. Tras este éxito, con su café en vaso de cristal, intenta vislumbrar qué camino tomar en su próximo proyecto. 

Y bien claro lo tiene la más joven de la terna, Casilda G. Forné (Burgos, 1986). Su sofá ya conoce algunos secretos de sus futuros libros. 

Mercedes Rodrigo.Mercedes Rodrigo. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

María Jesús Jabato: «Soy muy ordenada con mis cosas, lo necesito para tener ordenada mi mente»

Ni un papel, ni un bolígrafo ni una silla ocupan un lugar indebido en el despacho de María Jesús Jabato. «Soy muy ordenada con mis cosas, lo necesito para tener ordenada mi mente», explica al tiempo que recuerda que desde su «más tierna infancia» tuvo su habitación propia. Ahora en el centro capitalino, con puertas abiertas al resto de la casa y una ventana por la que entra una cálida luz de otoño. Aquí pasa todas las tardes, salvo los fines de semana, que se los dedica a su familia. Después de comer, lee la prensa y se sienta a escribir. Exprime el tiempo. Apenas se levanta para quitar el lavavajillas o prepararse un café. 

Muchas veces, «no siempre», matiza, se pone música clásica como sonido ambiente. Ese día suenan las Variaciones de Goldberg en las manos del pianista Lang Lang. 

Casilda González Forné.Casilda González Forné. - Foto: Alberto Rodrigo

Y en la mesa, a mano, solo dispone lo que va a utilizar en ese momento. Cada vez que inicia un proyecto, comienza una libreta en la que apunta y guarda todo lo que utiliza. Su caligrafía llena esas hojas de una manera pulcra, sin borrones, sin garabatos en los márgenes, y con recortes u otros elementos utilizados como documentación pegados. Otra vez el orden. 

Una vez terminado el trabajo correspondiente, guarda esos cuadernos en perfecto estado de revista en cajas que coloca en las estanterías que visten las cuatro paredes del techo al suelo. «Tengo cuadernos de notas por todas las partes. No sé trabajar de otra forma». 

Habitan también esa mesa un libro de Galdós, uno de sus autores de cabecera y que citaba en un reciente artículo; y un montoncito con un viejo ejemplar del periódico El Castellano, última adquisición, junto al volumen La prensa en Burgos en la Guerra Civil, coordinado por José María Chomón y Clara Sanz. También están sus lecturas actuales: Quasi una fantasía, de Andrés Trapiello, y Los relatos del padre Brown, de Chesterton. 

El capítulo más prosaico lo escribe un bote rebosante de bolígrafos y lapiceros. Todos pintan, aunque, paradójicamente, ella siempre escribe con pluma. Por la tarde, con una regalo de su hijo.

La pulcritud de la mesa se desmelena un tanto en la biblioteca, donde se alinean 5.000 volúmenes. «A los libros que van entrando los busco acomodo. Por eso los tengo en horizontal y vertical. Se nota que no caben». Detrás de ella, cerca, los que más usa y los que más disfruta. Asoman ahí diccionarios y volúmenes de Filología, una extensa exposición de poesía, la colección completa de Salón de los pasos perdidos, de Trapiello, mucho Lorca, mucho Umbral... Lejos, pero a la vista, una larga lista de libros sobre Burgos y Santander, su otra patria, junto a los firmados por ella, auténticas reliquias de la familia, historia, cocina... Para volverse loco, dentro de un orden. 

Mercedes Rodrigo: «Siempre tomo las notas a mano; yo pienso mejor con el boli»

No una habitación, ¡una casa propia! tiene Mercedes Rodrigo para entregarse a la literatura. Un lugar de altura, con unas vistas imponentes y luz a derrochar. El pasado mes de enero se mudó a un nuevo hogar y ha dejado el anterior, en el que había vivido desde niña, para escribir novelas. «Me da vergüenza tener tanto espacio, me parece de ricos, pero contar con un sitio así hace que me ponga la obligación de venir», dice la «disciplinada» autora de Un asunto rural. 

Ahora sabe que nadie aparecerá por la puerta del salón ni tendrá que recoger todos sus trastos antes de la cena. Una realidad diaria cuando su habitación era compartida. 

Profesora de Lengua y Literatura, a diario dedica poco tiempo a su actividad creativa. La reserva los sábados y domingos por la mañana. Madrugadora y cafetera, se levanta hacia las cinco y media de la madrugada, se prepara su café solo sin azúcar en vaso de cristal y sale a la terraza. «Me gusta sentir la noche, la tranquilidad y ver amanecer. Me carga de energía. Es como una especie de ritual, una manera de entrar en un espacio que es mío, que no comparto con nadie». 

Escribe sobre una mesa de comedor, con un cristal que deja ver los dibujos de su hijo, en una silla ergonómica que contrasta con las otras. Sus cuadernos, a mano. En uno, que siempre lleva con ella, apunta todas las ideas que surgen. En otro, más grande, por un lado va describiendo a sus personajes y por el otro, registra lecturas sugerentes. «Siempre tomo las notas a mano, yo pienso mejor con el boli». 

En el misterioso estuche cerrado en una esquina guarda los cascos que le regalaron para ayudarla a abstraerse. A veces, pincha música. Su lista siempre empieza con El Cascanueces, de Chaikovski. 

Los libros a su alrededor cambian. Ahora tiene a la vista Escribir y reescribir, de Gloria Fernández Rozas, ¿Qué me quieres, amor?, de Manuel Rivas, y Luz de febrero, de Elizabeth Strout, que piensa que le puede ayudar a encauzar su próximo proyecto, aún un enigma incluso para ella. Otros son sus lecturas actuales, como Bobby March vivirá para siempre, de Alan Parks; No puedes ser así, de Luis García Montero; o Irlanda corre luna, de su amigo Raúl Elena Calvo. 

Las paredes, casi en cueros. Casi porque una se viste de libros de arriba a abajo, ordenados por géneros. Y un cartel de La Barraca de Lorca, que ahora no tiene a la vista, le recuerda que un día quiso ser actriz. 

Casilda G. Forné: «Me basta poner los libros en la estantería para sentirme en lugar seguro»

Casilda G. Forné encontró su habitación propia tras dejar a su pareja. Una infidelidad se cruzó en su camino. «Y en esa catarsis, te das cuenta de que en realidad no necesitas a nadie, es un momento Virginia Woolf total, de independencia; el dinero es tuyo, tu tiempo es totalmente tuyo, y sales más, lees más, escribes más, vives más. ¡Qué razón tenía esta señora!», exclama la joven escritora, que acaba de publicar su cuarta novela, Some kind of monster. 

Puso el punto y final de sus páginas en su nuevo lugar en el mundo, en el centro de la ciudad, al que se mudó en mayo. «Al principio fue raro, pero tengo la manía de poner los libros primero y una vez que están en la estantería ya es lugar seguro. Me siento muy a gusto y me cuesta menos». Quizás en esa seguridad también tiene mucho que ver un viejo sable de su padre, comandante del Ejército de Tierra, con el que empezó a fantasear cuando era solo una niña. O la espada de Aragorn, o el dardo de Frodo, o el hacha vikinga, o..., que cuelgan de su pared. Todas, aclara, sin filo. 

Esos volúmenes, de géneros muy diversos con predominio de la fantasía, terror, novela negra e histórica, y esas armas acompañan su proceso creativo. Escribe en el sofá del pequeño salón, con el portátil sobre las piernas. Alrededor suyo, pequeñas libretas y papeles con las fichas y los dibujos realizados por ella misma de los personaje y de las escenas, mapas que la ayudan a ubicarse en la localización de cada historia (en el último caso, Burgos). «Distribuyo todos los papeles por el suelo. Es muy caótico». 

Enciende una vela aromática y se prepara un té. «Soy muy nerviosa y si tengo algo en la mano me relajo más». Hace ya algún tiempo que se quitó de las gominolas. Al que sigue estrujando mientras corrige es a su unicornio antiestrés. «Parece una tontería, pero ayuda». 

No aparecen libros de consulta a mano. González Forné prefiere el tú a tú. Le gusta llamar a las puertas del Anatómico Forense o de un gabinete de psicología. «Si no llego a entender alguna situación a la que se enfrentan los personajes, pregunto, para mí no es lo mismo el punto de vista académico que el real», comparte y reconoce que alguna vez ha ido tan lanzada que le han parado los pies. Siempre con una sonrisa. 

Sus horarios varían. Su trabajo en el comercio marca el paso a diario. Saca un rato al mediodía y por la tarde-noche, si no ha quedado. «Suelo ponerme la alarma para que no se me vaya de las manos». Los fines de semana, no todos, escribe junto a un grupo de colegas. «Nos vigilamos por videollamada, para no perdernos en mirar el móvil. Hacemos 20 minutos de escritura, paramos, comentamos y volvemos otros 20 minutos. Esto es un puntazo», enfatiza esta joven autora que vive, que no escribe, rodeada de fantasía.