Amancio, el artesano secreto

R. PÉREZ BARREDO / Hacinas
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A sus 94 años, este vecino de Hacinas sigue creando con sus manos verdaderas joyas en madera. Es un virtuoso diseñando y labrando piezas de todo tipo en su pequeño taller. «No me considero un artesano, soy un trabajador», asegura Amancio Gallego

Amancio, en su pequeño taller, con algunas de las piezas que ha tallado con primor. - Foto: Alberto Rodrigo

Las manos de Amancio encierran toda su biografía: son unas manos como labradas, sufridas, fuertes, tersas, duras, con surcos marcados y un tono que el tiempo ha acerado para darlas brillo. Pero las manos de Amancio, además, atesoran secretos porque dominan un arte atávico: el de dotar de formas a la madera. A sus 94 años, Amancio sigue dando rienda suelta a una pasión en la que se inició de mozo y que aprendió por su cuenta, con observación, intuición y un don innato. Es un artesano autodidacta que talla la madera con mimo y talento en su pequeño taller de Hacinas, por el que entra la luz de junio como en un cuadro de Vermeer, perfilando su figura enjuta, que se vuelca sobre una pieza de pino a la que está dibujando arabescos con una humilde navaja. Él es uno de esos pequeños secretos que aún atesoran los pueblos cada vez más deshabitados de Castilla: la gente se va, se ha ido, se extingue, pero entre quienes resisten hay personas que, como él, conservan un modo de vida y un oficio que va poco a poco desapareciendo pero que dignifican en silencio, sin darse ninguna importancia.

Si la mano es la herramienta del alma, escribió el poeta Miguel Hernández, la de Amancio Gallego es rica en imaginación, sabia y pura. Es un alma inquieta y creadora, generadora de belleza. Y ha sido de todo este hombre que se mueve por su abigarrado taller con la precisión de quien se siente en su íntimo territorio: pastor, ganadero, agricultor, albañil, herrador, carpintero, electricista, campanero, hortelano... Es mucho más que un manitas, Amancio. «Tiene un don innato para crear.Ha sido capaz de construir una casa aprovechando espacios, de diseñar escaleras, de hacer puertas, de elaborar artesanía sin que nadie le enseñara a hacerlo», explica con admiración su hijo Alberto, que muestra con orgullo piezas y utensilios salidos del ingenio de su padre: baúles, espejos, paragüeros, arcones, enseres de cocina, atriles, cofres, cunas, joyeros, armarios...

Nada se le resiste. Ni la madera que trabaja con vocación de artista: da igual si es pino, roble, enebro, haya, cerezo, nogal... Se afana en cada pieza con obstinación y paciencia. Tiene una disciplina férrea, y aunque lamenta no tener la mejor vista, ni el mejor pulso ya o que la artrosis le mina la moral, no hay día que no pase un rato largo en el taller. «Le mantiene activo, y a todos nos da la impresión de que cada vez trabaja mejor», señala su hijo Alberto. Lo confirma él pero diciéndolo de otra manera: «Ahora termino las cosas antes». Ha adquirido tal virtuosismo que las piezas salen de sus manos como palomas de la chistera de un mago. «Es increíble porque hace figuras geométricas con una precisión impresionante y lo labra con una pequeña navaja.Y es un hombre muy duro. Ha sido muy trabajador siempre».

Solía acudir Amancio a las subastas de pinos que se hacían en Pinilla de los Barruecos, y alguna vez a La Gallega, para, tras pasar por el aserradero, obtener tablones con los que hacía puertas, ventanas, muebles y piezas como las que labra ahora con gusto, desde utensilios de cocina o de labranza hasta instrumentos como castañuelas o carracas. «Empecé desde muy joven. Me gustaba. No sé. Lo primero que hice fue puertas como ésta», dice señalando la cancela del taller.«Aprendí haciendo y haciendo, y tirando lo que no me salía bien. Me gustan las cosas bien hechas, pero ahora... Eso sí, ahora termino antes las cosas. Pero yo no me considero un artesano, soy un trabajador. No he hecho otra cosa que trabajar». 

Su hijo Ignacio, que trabaja en la construcción siguiendo los pasos familiares, es también un talentoso minucioso y perfeccionista artesano que ha tenido la ventaja de formarse de joven. Y su hija Marisol también ha heredado del padre ser manitas. Es un hombre de pocas palabras, que prefiere expresarse con las manos. Admite que tiene una relación más estrecha con la madera de pino que con cualquier otra, pero que da igual la que caiga en sus manos porque todo es un desafío para él, a todo le pone corazón, cariño, tiempo, paciencia, determinación... «Me gusta mucho hacerlo, pero cada vez me cuesta más», subraya pero se contradice al instante, cuando activa con el pie la rústica piedra de afilar sobre la que desliza esa navaja que hace maravillas.

«Tengo piezas como para hacer un museo», musita, pero es pudoroso Amancio, y celoso de esta pasión, por más que la comparta con su familia y con sus vecinos: no hay familia de Hacinas que no tenga alguna pieza labrada por él que regala con gusto. «Vender no vendo nada. No he querido, sólo regalar». Le admiran mucho en su pueblo, como demuestran Avelia y Matías, que se asoman al taller para saludarle con cariño. «Es un artista, hace maravillas», dice ella. «Creo que todos los del pueblo tenemos algo hecho por él». Muestra con orgullo una vieja carraca que le hizo a su hijo Alberto cuando éste era un chaval. Suena como tiene que sonar una carraca en Viernes Santo, durante el Víacrucis. 

También ufano enseña un espectacular atril labrado, que considera una de sus joyas.Está hecho de una sola pieza de roble. «He hecho varios, para una de mis nietas dos, que es la que más me hace la rosca», dice exhibiendo una sonrisa entre pícara y traviesa. «Lo que más le gusta a mi padre es su familia, sus hijos, sus nietas y sus bisnietas. Esa es su verdadera pasión», apunta Alberto. Amancio lo confirma en silencio mientras la mirada se le enciende con un destello de felicidad. Apoyado en el quicio de la puerta que diseñó y creó con sus manos hace muchas décadas, este artesano secreto afirma no pedirle nada a la vida salvo «que me deje como estoy». Se queda bajo el dintel Amancio, recibiendo la luz de junio en el rostro; puertas adentro, en el taller, le esperan las últimas piezas que está tallando. Al cabo entra, como si le hubieran llamado; se sienta, toma la navaja, dibuja, sueña, vive.