Un espectáculo de edificio

ALMUDENA SANZ
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Las visitas guiadas al Teatro Principal brindan la oportunidad de husmear entre bambalinas, sentirse como una estrella en uno de sus camerinos o admirar las panorámicas desde la azotea. Las invitaciones están agotadas y barajan programar más fechas

Los visitantes valoran poder subir al escenario o adentrarse en uno de los camerinos. - Foto: Luis López Araico

Lleva tanto tiempo levantado al final del Espolón, con sus sobrias hechuras y su aparente solemnidad, que a veces se olvida el movimiento que bulle cuando se cruza alguna de sus puertas. El Teatro Principal es un vecino por redescubrir. Tras una primera época de esplendor desde 1858, la decadencia le tocó con su varita hasta que en los años cincuenta del siglo XX apenas le quedaba un hilo de vida. Seguía en pie, pero su actividad enmudeció completamente. Tras muchos años discutiendo qué uso darle, se decidió recuperarlo como centro cultural, bajo la dirección del arquitecto José María Pérez Peridis. Y el 7 de julio de 1997 se celebró su reapertura, con farolillos, alfombra roja y presencia real. Cristina de Borbón cortó esa cinta y de ese tijeretazo da fe una placa en el vestíbulo. En este espacio arrancan las visitas guiadas que festejan el 25 aniversario de esta reinauguración, que brindan la oportunidad de husmear entre cajas, sentirse una estrella en uno de los camerinos, conocer detalles curiosos de sus estancias abiertas al público o atisbar imponentes panorámicas desde una azotea habitualmente cerrada. 

El actual destino en la Catedral de la lámpara original que pendía del techo del patio de butacas, la presencia impertérrita de cuatro grandes dramaturgos como son Calderón de la Barca, Tirso de Molina, José Echegaray y José Zorrilla desde esas mismas alturas o el deseo del concejal de Cultura de la época, José Sagredo, de trasladar una planta arriba el palco de autoridades para conectarlo con el Salón Rojo son algunos de los secretos que quedan al descubierto durante estos itinerarios por las entrañas del inmueble isabelino. Los conduce Fátima Domingo, salvo este jueves, el día del aniversario propiamente dicho, que cederá el testigo al jefe de sala, José Alonso, Pepillo, con más de veinte años en ese cargo. Las invitaciones para el resto de visitas programadas (hoy, mañana, el 14 y 15 de julio) están agotadas, pero la concejala de Cultura, Rosario Pérez Pardo, baraja programar más fechas dado el éxito. 

Todas estas curiosidades las descubre el visitante que accede a espacios habitualmente vetados al público. Como si de un artista se tratara, se pierde por la caja negra del escenario y se mira en el espejo enmarcado por bombillitas en el tocador de uno de los camerinos. Unas posiciones desde las que se acerca a los entresijos del mundo de las artes escénicas, como la existencia de un telón cortafuegos, para evitar que las llamas se extiendan en un hipotético incendio, o la concha acústica que se despliega en algunos conciertos. También ha lugar para el cotilleo y el chascarrillo, como el capricho de un gran cantante que mantuvo al personal de aquí para allá en busca de un aparente racimo de uvas. 

Pero no solo de teatro vive el Principal. A través de un laberinto de puertas y pasillos, se alcanza el Salón Rojo, la dependencia estrella del Salón de Recreo, un club que reunía a la flor y nata de la sociedad capitalina. Unas fotografías antiguas -con las que la guía juega en toda la visita- facilitan esta travesía. Ayudará a visualizar la sala de exposiciones como biblioteca o imaginar cómo era el edificio antes de añadirle en 1885 la Sala Polisón (su nombre se debe al armazón con el que las mujeres realzaban su parte trasera). 

La guinda, al final y arriba del pastel. La salida a la azotea que rodea toda la techumbre se antoja como uno de los grandes atractivos. Un espectáculo en el que sí están permitidos los móviles. Sacarlo es casi una obligación.