La década prodigiosa de Sor Verónica

R.P.B.
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Iesu Communio, la congregación fundada y liderada por la carismática religiosa burgalesa, cumple 10 años duplicando el número de hermanas, expandiéndose a Valencia, recibiendo a miles de jóvenes al año y siendo bendecida y protegida por el Vaticano

Sor Verónica abraza a una de sus hermanas en un acto en la Catedral en 2011. - Foto: Alberto Rodrigo

Parece que el tiempo no pasa por ella. Cada vez que hace una aparición pública, sigue irradiando luz: posee el mismo destello en la mirada clara y exhibe intacta la belleza magnética que emanaba la joven que un día llamó a la puerta de un convento de Lerma para alejarse del mundo y encontrarse a sí misma ovillada a Dios. Cuando la burgalesa María José Berzosa se convirtió en Sor Verónica no podía imaginar, ni siquiera soñar, con lo que vendría tiempo después. Tan sólo sentía una llama que abrasaba su interior, una llaga de amor viva que únicamente podía cauterizar a través de la espiritualidad. Carismática, su capacidad de liderazgo se impuso pronto en el seno de la comunidad clarisa. Lo hizo, además, en un momento crucial: en plena crisis de vocaciones, cuando los conventos iban deshabitándose y cerrándose a machamartillo por toda la geografía española. Año tras año, las clarisas de Lerma crecían. Poco a poco, gota a gota, pero crecían. Algo insólito: era el único convento del país, y aun de Europa, en el que sucedía tan sorprendente fenómeno. Ya en los albores de este siglo, se quedó pequeño. Así fue como, ya con Sor Verónica convertida en líder espiritual de la comunidad, las clarisas abrieron una ‘sucursal’ de Lerma. Lo hicieron en La Aguilera, corazón de la Ribera del Duero, en el que había sido casa de franciscanos: el monasterio de San Pedro Regalado.  

Dos conventos regentados por una misma persona fue un hecho que llamó la atención entre quienes asistían con perplejidad a este prodigio vocacional y quienes observaban con recelo la opacidad del mismo, siempre rodeado de un halo de misterio y de una superprotección que venía directamente del Vaticano. No tardaron en desatarse los rumores. Se habló de una escisión en el seno de la Iglesia; apareció la palabra secta; los comentarios sobre el aluvión de vocaciones de jóvenes procedentes de familias vinculadas a grupos neoconservadores y adineradas, la mayor parte de ellas universitarias, y el carácter impenetrable y nada dado a mostrarse al exterior de la comunidad, hizo el resto. ¿Qué estaba pasando a caballo entre Lerma y La Aguilera? ¿Quién era esa Sor Verónica que había revolucionado a la juventud católica educada en el juanpablismo, convirtiéndose en un imán, en un icono casi místico ante el que inevitablemente caía rendida?

El revuelo fue fenomenal cuando se supo que, en efecto, Sor Verónica tenía un plan. O, mejor dicho, una misión. Que quizás era también un sueño. Este año se cumple una década de aquello. La década prodigiosa de Sor Verónica. Diez años desde que el papa Benedicto XVI diera su aprobación a la creación de una nueva congregación, el Instituto Religioso Iesu Communio. Una comunidad contemplativa pero no de clausura formada por hermanas "llamadas a ser por entero de Jesucristo, a estar con Él y permanecer en vela para orar sin interrupción por los hijos que nos han sido confiados", según sus propias palabras. Una congregación cuyo atavío no ha dejado de llamar la atención: hábito vaquero y velo celeste. Todo azul. Como el cielo.

La congregación al completo con motivo de la puesta de largo de la orden en Godella (Valencia) en 2017. La congregación al completo con motivo de la puesta de largo de la orden en Godella (Valencia) en 2017. - Foto: DB

Han sucedido muchas cosas en estos primeros diez años de existencia de Iesu Communio. Sólo una cuestión permanece inalterable: no quieren publicidad de ningún tipo. No quieren hablar con los medios de comunicación tradicionales (sí lo hace con cierta frecuencia con los religiosos). Sin embargo, ese cuidado mutismo ha conseguido ser una eficaz herramienta de comunicación: nadie ha dejado de hablar de Iesu Communio. Pero el enigma que encarna Sor Verónica permanece intacto, inexpugnable. Como si fuera intocable. Esa fortaleza emana de su carácter indómito y libérrimo, de una espiritualidad profunda, rayana en la exaltación y en cierto mesianismo, y en el amparo de la Santa Sede. Tan es así que el otrora todopoderoso cardenal Rouco Varela quiso ‘llevarse’ el milagro a Madrid, a Colmenar, dando todas las facilidades del mundo para ello. No pudo. Sor Verónica volaba en solitario, ajena a toda jerarquía que no fuera la del Santo Padre, quien desde un principio bendijo el fenómeno surgido en Lerma e injertado en La Aguilera. Con poder e independencia. 

Así, Benedicto XVI reconoció a Sor Verónica como Fundadora y la confirmó como Superiora general del nuevo instituto. Sólo un año más tarde, en Roma, ambos se fundieron en un largo, intenso y efusivo abrazo. Todo un símbolo de lo que ya representaba la religiosa burgalesa en la seno de la Iglesia. Fueron varios segundos, recogidos por la televisión vaticana, convertidos en un mensaje claro, transparente: el máximo representante de Dios en la tierra certificaba públicamente, en un gesto alejado de todo protocolo, su apoyo y admiración hacia la mujer que había conseguido lo que parecía imposible en estos tiempos: un florecimiento de vocaciones. Frente al Papa ofreció un discurso vehemente en el que ofreció algunas de las claves de su misión: "A veces, quizás demasiadas, caemos donde no queremos buscando saciar por caminos equivocados, como el hijo pródigo, el clamor de amor, felicidad, salvación, comunión, plenitud que existe en lo más profundo del hombre. Estamos bien hechos, incluso cuando experimentamos la sed abrasadora de una vida en plenitud; una sed que, cuando busca ser saciada en espejismos, aún se hace más ardiente y fomenta más la desesperanza. Esa sed, en definitiva, pone de manifiesto el grito del Espíritu en el corazón del hombre, para que no se conforme con una vida mediocre, para que se sienta espoleado a acoger la vida en plenitud (...) El encuentro con Jesucristo da un vuelco entero a la existencia porque, al quedar nuestra mirada fija en Él, nos libera de la mirada egocéntrica que nos empequeñece y pervierte, porque el hombre sólo camina hacia la plenitud cuando se abre al designio de Dios y al caminar de los hombres, redescubiertos como hermanos a los que Dios ama con ternura".

Primera fundación. Para entonces, otoño de 2011, el convento de La Aguilera se iba quedando pequeño. Sor Verónica miraba al futuro: pensaba en la construcción de una iglesia nueva y de más dependencias para acoger a todas las hermanas. Recibieron generosas donaciones de particulares, que permitieron llevar a cabo esas obras de ampliación. Paralelamente, trataban de vender patrimonio: aún siguen intentando que alguien compre los conventos de Nofuentes y Briviesca. Aunque ha habido quienes se han interesado por ambos, hasta la fecha no se ha concretado ninguna oferta. Siguen a la venta. Eso no ha impedido uno de los grandes logros obtenidos por la congregación del hábito vaquero: la apertura en la localidad valenciana de Godella de un segundo convento con el Espíritu Santo como inspiración y guía. "Ha sido una búsqueda larga y esperanzada, pero también sufriente, porque no veíamos que se pudiera hacer realidad, hasta llegar incluso a pensar que el Señor de momento no quería ese paso", dijo la fundadora en una abarrotada catedral de Valencia, durante la ceremonia de la puesta de largo de la congregación fuera de Burgos, en junio de 2017. El Señor quiso, dijo Sor Verónica. Y se pusieron manos a la obra: "Solo cabe seguirle, ir detrás... para que Él y su designio sean abrazados en la nitidez y claridad con que se nos ofrecen", subrayó.

Diez años después de iniciar su andadura, Iesu Communio contabiliza 206 hermanas entre los conventos de Burgos y Valencia. En comparativa con el año 2010, entonces eran 98 hermanas de votos definitivos (perpetuos) y ahora son 171 hermanas de votos definitivos. El resto están en alguna etapa de los siete años de formación. Como ellas mismas explican, "de cara a nuestra misión de acogida y testimonio (evangelización)" un dato destaca poderosamente: durante el último año alrededor de 20.000 personas, en su mayoría jóvenes, han pasado por alguna de sus dos casas  buscando tener un encuentro con las hermanas "donde compartir la vida y la fe". Su famosa y exquisita repostería se ha convertido en su principal fuente de financiación, si bien no han dejado de recibir donativos generosos.

Sor Verónica cumplirá en agosto 55 años. En las confidencias que volcó en el libro Clara, ayer y hoy, publicado a comienzos de los años 90, la religiosa arandina confesaba que cuando abrazó la vida contemplativa nadie en su entorno creyó que sería por mucho tiempo. "Hubo apuestas de que no iba a durar nada. Pero ellos no sentían la fuerza del huracán que me arrastraba". Posiblemente aquellos mismos incrédulos estén convencidos hoy de lo contrario. Más aún. Tal vez piensen ya que del ‘huracán’ Verónica todavía no se conoce el epicentro.