Fuentes Blancas

MARTÍN G. BARBADILLO
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"Antes de cambiar los toboganes de Fuentes Blancas había uno, recto, de cemento, que imagino ahora estaría prohibido por todas las convenciones internacionales que velan por los derechos de la infancia. Era una lanzadera de hipervelocidad"

"El tobogán recto, de cemento, era una verdadera lanzadera de hipervelocidad. Había que buscarse unos cartones para no dejarse la piel a jirones". - Foto: Patricia

¿Qué es? El parque grande de verdad de la ciudad.

Edad. Aparece citado documentalmente con ese nombre a finales del siglo XIX, y se empezó a repoblar, arbóreamente, a partir de los años 30 del siglo XX.

Un parque dices. Uno inmenso. Está situado entre la margen izquierda del Arlanzón y la Cartuja de Miraflores, más o menos, y suma 140 hectáreas, una barbaridad.

No está mal. Pero no te vayas a imaginar los jardines de Versalles. El concepto es más... campo. Comparando por ejemplo con Madrid, La Quinta o La Isla serían El Retiro, y Fuentes Blancas, la Casa de Campo. Es un territorio fronterizo entre la ciudad y la naturaleza, tirando más a esta última. Pero no es campo del todo. Si vas a dar un paseo al monte saludas a todo humano con el que te cruzas. En Fuentes Blancas el protocolo no lo exige, afortunadamente; sería un no parar.

¿Qué se puede hacer allí? Con las pistas que te he dado, y si tuvieses un mínimo de imaginación, no harías esa pregunta. Fuentes Blancas está ligado a la memoria emotiva, sentimental y diaria de miles de burgaleses por lo que hacen o han hecho allí, confesable o inconfesable. Tiene espacios abiertos, las riberas del río (playa fluvial incluida), campas, el cámping, zonas de juegos, algún bar y restaurante, montes...

¿Por dónde empezamos? Por lo básico: Fuentes Blancas es el andódromo por excelencia de la ciudad. Cada día, cientos de convencidos de las ventajas de caminar se acercan hasta allí, se pierden por sus caminillos y vericuetos, llegan hasta su destino, si tal cosa existe, y se dan la vuelta. No importa la hora ni la temperatura, no fallan jamás; es la Meca del andador. Y no me extraña, es muy agradable. Puedes remontar el río y regresar entre coníferas pegado al muro de piedra de La Cartuja, por ejemplo.

¡Qué obsesión con andar! Bueno, cada uno tiene sus filias. Prefiero no saber las tuyas. Hay otras posibilidades: puedes acercarte al lugar simplemente para estar en un entorno natural y saborearlo. En la parte alta hay pinos, que dan paso a quejigos y, ya en la orilla, chopos. Cuenta también con un buen puñado de especies florales, algunas singulares. Si vas en septiembre, podrás ver las robameriendas moradas entre la hierba. En el río, a veces, se pueden divisar ¡cormoranes!; así está el mundo. Si te gustan los pájaros te puedes acercar al humedal, al final del parque. Es una especie de laguna artificial creada hace algunos años para que parasen las aves en su migración. El problema es que está demasiado cerca de varias estruendosas carreteras y yo, cuando lo he visitado, no he visto casi ninguno, pero el paseo merece la pena.

Continúa, por favor. Pues te parecerá una tontería, pero una de las mejores cosas de Fuentes Blancas es que se puede pisar la hierba.

¿Cómo? Sí, en este país la hierba de los parques de las ciudades es sagrada; si cruzas por uno, lo pisas o te pones a jugar en él con el niño, te miran como a un delincuente. Solo está permitido si eres un perro con ganas de hacer tus necesidades. Fuentes Blancas, como es casi campo, es la excepción y eso, de alguna manera, nos europeíza. De hecho, en sus amplias campas se juega al fútbol, se corre y yo, incluso, he visto disputar partidos de crícket a miembros de la comunidad pakistaní.

Me estoy poniendo ya las deportivas. Pero cuando se disfruta de verdad de este lugar es en la niñez. En este mundo acosado por las pantallas se puede uno acercar en bici con los niños a Fuentes Blancas, con un balón en la mochila, y echar la tarde. Hay además zonas de juego, sobre todo los toboganes gigantes. Están colocados sobre las laderas del pinar y cuando te puedes tirar por ellos solo por primera vez, te sientes mayor.

Los probaré. Los cambiaron hace unos años. Antes había otro, recto, de cemento, que imagino ahora estaría prohibido por todas las convenciones internacionales que velan por los derechos de la infancia. Era una verdadera lanzadera de hipervelocidad, parecida a los trampolines de saltos de esquí. Había que buscarse unos cartones para no dejarse la piel a jirones y destrozaron miles de pantalones de niños burgaleses. Era realmente bueno.

¿Y otras cosas que hacer si no eres un chaval? En fin, cuenta con merenderos y zonas de pícnic donde se celebran comidas y cumpleaños. Antes era muy habitual pasar el día, en fin de semana, con las sillas de cámping, tortilla y demás. Ahora se estila menos; nos hemos vuelto más exquisitos, parece. Por su extensión y discreción acoge también botellones adolescentes y ha sido, o es, el recinto de algunas fiestas.

Parece un sitio propicio. Cada año se celebra el Día de las Peñas, el cierre de las fiestas patronales, una especie de fiesta del Parral, pinchos y demás, pero ya de resaca. Hace un tiempo se celebraron también un par de ediciones masivas de un festival de música electrónica, pero no tuvo continuidad por las protestas vecinales respecto al ruido. Pero ruido es lo que tienen los festivales. Yo no soy fan del techno pero es una pena que se dejase escapar una cita así, y más en esta provincia festivalera. Ganó el silencio.

El sitio da para todo. Sí, y está cerca, lo suficiente como para escaparse un rato a perderse entre sus filas de pinos, rectas en todas las direcciones; cruzar sobre piedras el Arlanzón camino del humedal o tumbarse en la hierba tranquilamente a ver pasar nubes y vaciar la cabeza, o llenarla, de lo que quieras.

¡Cómo te pones! Pruébalo.

Si quieres parecer integrado. Simplemente vete a Fuentes Blancas.

Nunca, nunca, nunca... Circules por el medio de los caminos. Los devotos del arte de caminar te arrollarán sin piedad.