¡Cuánto ajetreo en la vida peñista!

L.N.
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Las dianas en La Ribera se prolongan más de 3 horas, incluyen 4 almuerzos y otros tantos pasodobles. Miguel Ibeas, al saxo, asegura que es una de las actividades "más bonitas"

¡Cuánto ajetreo en la vida peñista! - Foto: L.N.

¿Quién dijo que salir de fiesta se tenga que hacer exclusivamente por la noche? Se equivocan. En Aranda de Duero encontrarán las razones. Basta un ejemplo: la peña de La Ribera. Después de un domingo repleto de actos que para más de uno acabó bien pasadas las 4 de la madrugada (o más), ayer lunes muchos estaban en pie a las 9, listos para encadenar otra jornada maratoniana.

Que se lo digan a Miguel Ibeas, al que todos conocen como Anacleto. Con puntualidad suiza y su saxofón al cuello, fue uno de los encargados de dar ambiente en las dianas y pasacalles que partieron de la Plaza del Trigo cuando no había ni un alma en las calles (a excepción de algunos hosteleros montando sus terrazas) y, tras recorrer diversos puntos, regresaron hasta su bodega más de tres horas después. Eso sí, con cuatro almuerzos incluidos. Contundentes como pocos. En la primera parada, en la avenida Castilla, para recoger a Mónica, la reina de La Ribera, abrieron el apetito con unos churros con chocolate, empanadas, tortillas y pastas, que maridaron con pacharán y vino en el porrón. Como bien apuntaron Titi y el Bien Hecho, dos peñistas con mucha solera, "hay quien se castiga mucho con el gimnasio. Nosotros preferimos hacerlo con el porrón".

Así las cosas, entre bocado y bocado, la charanga no dejó de tocar los clásicos de todas las fiestas patronales en honor a la Virgen de las Viñas. Momento que Razola, otro de los veteranos de La Ribera, aprovechó para bailar con la reina, fiel a su tradición. Después, músicos y acompañamiento emprendieron rumbo hacia Barrio Nuevo con el objetivo de recoger a la reina infantil... y degustar un nuevo almuerzo (que algunos prefieren llamar desayuno).

Por el camino, recibían saludos desde los balcones. Mientras unos decían que "no todo son los toros", otros iban recobrando la energía. Saben que el día que pillen la cama más de cuatro horas le "daremos un abrazo y no la soltaremos". Entre tanto, Ibeas y el resto de los músicos seguían a lo suyo. A sus 39 años, cuenta que de niño empezó con la dulzaina, después optó por el clarinete en el conservatorio y, más tarde, en la banda municipal. Lo dejó una temporada. Pero en Burgos conoció "al Cheti" (trompetista) y le animó a sumarse a La Ribera. "El saxo es parecido al clarinete y no me costó nada", asegura Ibeas.

Ahora que suma unos cuantos años dando dianas, defiende que el madrugón merece la pena. "Es un plan muy bueno. Me gusta la verbena, pero está claro que por el día también te lo puedes pasar muy bien", comenta, mientras subraya que Aranda "cuenta con una buena cantera de músicos de viento metal, muy buenos profesionales gracias a las charangas y las peñas". Ahora, este viticultor sólo espera que la vendimia le dé tregua y no comience hasta la próxima semana para disfrutar de unas fiestas redondas.

El remate. Tras unas ricas sopas de ajo en la calle Moratín, a cargo de una de las damas, los peñistas rozaban el centenar. Fueron ganando adeptos por el camino por el buen ambiente que se respiraba. Bailaron unos cuantos pasodobles. De repente, alguien se dio cuenta de que eran las 12 del mediodía "y sin vender una escoba". Pero otro replicó: "A los toros no llegamos tarde". Sea como fuere, enfilaron hacia la Plaza del Trigo. Allí les esperaba su último almuerzo: orejas y manitas. ¿Quién dijo miedo?