Los equipos de imagen queman el botón del buscador, repasan documentos y tratan de anticiparse. Los famosos se muerden las uñas. Pero a veces no se puede. Simplemente aparece de la nada. Algo, lo que sea. La hemeroteca siempre gana.  

Muchas voces afirman que, tras la revolución digital, la viralización de contenidos es imparable. El pasado de las personas más seguidas a nivel político y social está en peligro. Cualquier día los medios de comunicación -o los propios usuarios de redes- muestran un audio comprometido o una imagen espinosa. Le ha pasado al expresidente del Partido Popular Pablo Casado con la fotografía que probaba su asistencia a una misa franquista; al cantante Marc Seguí, cuando se rescataron tuits homófobos y machistas publicados desde su perfil o al propio Jorge Javier Vázquez, cuando unas imágenes en una discoteca enredaron su reputación. 

Muchos gritan con antorchas en las manos: ¡Es culpa de la hemeroteca! Yo huyo de culpas cristianas y voy al grano: hay que tener cuidado con lo que sale por la boca y pasa por la cabeza. Cómo lo verbalizamos y dónde queda registrado. 

Si algo ha conseguido lo digital es la democratización y universalización de la información. Cualquiera puede comunicar y cualquiera puede consumir. Sin pasar por alto la necesaria preservación del derecho a la intimidad de todo ciudadano o la denuncia de peligros como las fake news, recuerden que la información es poder, en especial aquella que sale a la luz en el momento oportuno. Si tras su análisis y confirmación -a manos de un periodismo objetivo y riguroso- es necesario que sea de dominio público por su relevancia de cara a la ciudadanía, se debe dar una publicación y cobertura acorde. Hasta hace poco (aunque no se ha extinguido del todo todavía) los datos eran privilegio de unos pocos, que manejaban y editaban a su antojo. Ahora, que se publique esa foto de un político o ese audio de un rapero es no solo justicia, sino democracia y libertad de prensa.