El relevo más esperado

H.J.
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Con dos años de retraso por culpa de la covid, la china de los gigantones incorpora este año a un nuevo ayudante. Es Pedro Bujedo, de 20 años, e hijo del porteador 'titular', al que dará un respiro

El relevo más esperado - Foto: Alberto Rodrigo

Lleva el gusanillo en la sangre desde que era niño. Como le ocurrió a su padre viendo a su abuelo. Como corresponde a una tradición familiar de esas que te inculcan nada más adquirir el uso de la razón. Aunque fuera a muy corta distancia, Pedro Bujedo había visto siempre a los gigantones desde fuera y este año por fin los vivirá en su plenitud interior.

A sus 20 años, este estudiante de Terapia Ocupacional tomará por primera vez el relevo de su padre Rubén durante estas fiestas. Lo hará como ayudante, porque el progenitor seguirá siendo el porteador 'titular' de la china. Se turnarán los paseos, «a ratos o a días», pero será sin duda un cambio importante para su manera de vivir los Sampedros.

«Es un motivo de orgullo; siempre me había molado ver a mi padre llevarlo y ahora me toca a mí», relata este joven futbolista del Inter Vista Alegre, a quien le habría gustado estrenarse hace un par de años. Entre la pandemia y una inoportuna lesión de rodilla se lo impidieron, pero de esta edición ya no pasa. Como tantas otras cosas, el coronavirus ha obligado a aplazar un debut que ahora vive con ilusión y expectación.

Su padre también lo está «deseando». A Rubén se le iluminan los ojos y se mesa las barbas con orgullo de padre cuando relata que su hijo mediano le va a suceder en el honor de llevar a la china. Es muy frecuente que las figuras de gigantones y gigantillos pasen de padres a hijos (los gestionan entre un puñado de familias) y en esta ocasión el relevo generacional también está asegurado.

Fue el padre de Rubén, vecino del barrio de las Calzadas, el que inició la tradición en los Bujedo hace un montón de años. El abuelo Martín, que ahora tiene 75 años, comenzó a llevar estos entrañables muñecos cuando se lo sugirió Víctor, un compañero suyo de trabajo en la factoría de Grabisa. «No sé por qué pero coincidía mucha gente de la zona de la calle Briviesca, por ejemplo los carboneros». Ellos también vivían por allí y se sumaron a la tradición.

«Yo la gozo con los gigantones; de pequeño ya iba con mi padre y me pasé muchos años viviendo junto a él los Sampedros. Calculo que desde los 7 años hasta los 15 o 16. Luego me eché novia, me casé muy joven y al empezar a tener familia aprovechaba para cogerme vacaciones y salíamos fuera de Burgos esa semana», relata Rubén. 

Hace algo más de un lustro, sin embargo, volvieron a cambiar las tornas. El abuelo Martín ya tenía ciertas limitaciones físicas para portear estas enormes figuras que pesan entre 65 y 85 kilos y se produjo el primer relevo. «Es una cuestión más de mañas que de fuerzas, pero hay que tener una mínima condición física», explican. 

El interior de los gigantones está reforzado por una estructura de madera que a su vez los porteadores ajustan a la frente, los riñones, la cadera y los brazos. Puede parecer que los vaivenes se controlan con facilidad, pero ojo con las rachas de viento, que pueden ser traicioneras. Ahí tienen que estar los veteranos ejerciendo como maestros para enseñar a los noveles los pequeños secretos del buen porteador.

compañerismo familiar. Su participación en las fiestas comenzó en realidad el día de la proclamación de las reinas y siguió en el Curpillos, con la procesión matutina previa a los desfases del Parral, pero será a lo largo de los días festivos cuando tengan más oportunidades de lucirse. «Los pasacalles para mí son los eventos que más me gustan», cuenta Rubén.

Los que llevan los gigantones y gigantillos perciben un dinero por su tarea, «pero lo importante no es cobrar, ni mucho menos, sino el buen ambiente que se genera, el compañerismo; las familias que nos conocemos de toda la vida», aseguran con orgullo. 

Durante las fiestas los miembros de la Asociación Cultural Gigantillos y Gigantones se reúnen una noche para cenar, pero fuera de los Sampedros también quedan, normalmente en el mes de enero, para un evento de confraternización en el que se suman las parejas de los porteadores, sus hijos e hijas. Las mujeres, por cierto, no están en absoluto vetadas, pero por una cuestión de fuerza física hasta ahora no ha aparecido ninguna que quiera llevar estos emblemas de Burgos. «Estaríamos encantados», subraya Rubén.

Pedro sabe que le tocará contenerse un poco en las noches de juerga para estar fresco a la mañana siguiente y que la responsabilidad de los gigantones le obliga, por ejemplo, a madrugar infinitamente más que sus amigos en días señalados como el del Curpillos. Pero asegura con absoluta seriedad que le compensa: «Me hace más ilusión esto que salir por la noche».  Valórenlo como se merece cuando vean ustedes bailar a la china.