María, prostituta: «Yo digo cuándo, yo digo cómo, yo digo cuánto»

Angélica González / Burgos
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Hay mujeres que se dedican al sexo por dinero pero que están empoderadas, no dependen de ningún hombre y controlan todos los detalles que tienen que ver con la transacción que implica su 'oficio'

Suelen ser las más mayores o aquellas que desde bien jóvenes tienen las ideas más claras. Se dedican a una actividad que les produce «asco» el 99% de las veces, tal y como se recoge en algunos estudios, pero han logrado empoderarse de tal manera que han conseguido hacer una coraza y evitar que lo sórdido de su día a día les haga daño. Como dicen las Adoratrices, «son protagonistas de su propia vida y toman sus propias decisiones en función de sus proyectos vitales». María es un ejemplo. Tiene un aspecto juvenil con su larga melena negra pero ya no cumple los cuarenta. En Bulgaria, su lugar de origen, tiene cinco criaturas al cuidado de la abuela, a las que puntualmente envía dinero, ropa y regalos.

Afirma no acordarse ya cuál fue la razón que la empujó a prostituirse en España -probablemente no la quiere contar- y sale del apuro diciendo que ella se ha dedicado a esto «toda la vida», es decir, que no conoce otra actividad. Es alta y muy resuelta en sus contestaciones. «Prácticamente todos los tíos me dan repelús, ni muerta dejo que me besen en la boca aunque yo les digo que sí y se lo prometo antes de empezar. No me importa mentirles, siempre hago lo que me da la gana: yo digo cuándo, yo digo cómo, yo digo cuánto», explica, tajante, sobre su modus operandi.

Tiene mucho callo. Pero es libre. Ha ejercido en el pasado en algún club pero ahora dispone de un piso donde recibe a sus clientes a cualquier hora -ayer, sábado, por ejemplo, uno llamó a las cuatro de la madrugada- siempre y cuando a ella le cuadre con los recados que tiene que hacer. Su dinero es para ella, no hay ningún chulo detrás. Es muy seria. Se ríe poco y es más directa que el AVE. María distingue muy bien su vida ‘profesional’ de su ámbito personal. Dice que tiene un novio andaluz desde hace años, cuya familia posee muchas tierras; vamos, que tiene posibles, pero que ni esto le va a hacer cambiar las tierras burgalesas en las que lleva tanto tiempo y que prácticamente le han hecho perder su acento eslavo.

Cuando llega el momento de la ‘cita’, María decide qué ropa ponerse, se pinta el ojo, se sube al tacón que la hace más impresionante todavía y comienza la farsa. «La verdad es que estoy deseando que terminen, a todas mis amigas les pasa lo mismo, así que les hacemos cuatro cucamonas para que todo sea lo más rápido posible y antes les exigimos mucha limpieza porque hay muchos que parece que no han visto una ducha en su vida. Cuando se marchan, no tardo ni un segundo en olvidarme de su aspecto».

A pesar de esta actitud, reconoce que a lo largo de los años ha conseguido hacer algunas amistades. Son hombres a los que ya no considera clientes y con los que puede pasar un rato con menos escrúpulos. María ha elegido elaborar así su biografía. No sabe cuándo terminará, probablemente sea cuando el ciclo biológico así lo imponga. Mientras tanto, en su terreno mandan sus leyes. No es una vida perfecta. Pero es su vida.