Piedras Sagradas

J.Á.G.
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Piedras sagradas y cultura del vino se suman en Gumiel de Izán para este viaje al pasado y al presente de una villa que, a pesar de pandemia y despoblaciones, quiere asegurar su futuro. Ven y conócela, insiste el alcalde.

Imagen de la impresionante fachada de la iglesia de Gumiel de Izán. - Foto: Patricia

Romana, goda, mora y cristiana… Los orígenes de Gumiel de Izán se pierden casi en la noche de los tiempos, pero las huellas y el legado de los pueblos que la habitaron a lo largo de la historia sigue muy presentes en una villa, declarada conjunto histórico-artístico en 2003 y que atesora un enorme patrimonio monumental, arquitectónico, enológico y natural. Ven y conócela reza el reclamo turístico, y es también invitación de su alcalde, Jesús Briones, y de la concejal de Cultura, María Jesús Blanco, dos magníficos y orgullosos guías que se prestaron para descubrir esa belleza, oculta en ocasiones bajo tierra, y todo el atractivo de este burgo con título real, bañado por el sinuoso Gromejón y situado en el corazón de la comarca.

Desde la carretera de Burgos, las cresterías de la torre de la iglesia de Santa María se yerguen majestuosas sobre los tejados del apiñado caserío. La puerta de Los Mesones, la única que sigue en pie de las cinco que tuvo la fortificada y medieval Gumiel de Izán -el pasado musulmán ha quedado fijado a fuego en su nombre-, deja paso franco a la calle Real, la artería principal y más dinámica de la villa. En la otra punta de esta rúa, que fue calzada romana y camino regio aún se conserva también un 'cubo' y muramen de la extinta fortificación. Del castillo apenas si hay algunos sillares y un espacio que bien pudiera ser un futuro mirador. En la misma calle San Roque nos topamos ya con la primera de las ocho ermitas que llegó a tener esta villa y de las que solo tres, situadas extramuros de la villa, siguen en pie y tienen culto. Se trata de las de la reverenciada Virgen del Río, el Santo Cristo de Reveche y San Antonio. Solo hay una villa, también cercana, que tiene más, Sotillo.

Un poco más allá, en el lado norte de la Plaza Mayor esa arraigada fe gomellana se expresa en toda su largueza y plenitud en la iglesia de Santa María, una auténtica joya con trazas y empaque de colegiata. La historiada y virtuosa fachada -fue terminada en 1627, aunque los problemas presupuestarios dejaron vacías algunas hornacinas- extasía también por los cambios de tonalidad de la piedra según corren las horas del día. El interior del templo bien merece, como París, una misa además de una detenida visita porque hay mucho que ver y admirar, empezando por el refulgente y catequético retablo mayor, un tesoro del gótico tardío que le hace casi único en la provincia, atribuido a Felipe de Vigarny o a su círculo. Los grupos escultóricos, rematados por un calvario, narran a través de su impresionante imaginería distintas escenas de la vida de Jesús así como de María. Puro catecismo golpe de pincel y gubia . Nadie mejor que Pedro Juanes, solícito párroco de la villa, para una visita guiada. Si no está siempre hay voluntariosos vecinos que se prestan. Eso sí hay que llamar antes a la parroquia o a la oficina municipal de turismo.

A las capillas y altares -destacan los de la Virgen del Rosario, San Pedro y el del Cristo de la Paciencia, entre otros- con imaginería, tallas, tablas, esculturas... ricamente trabajadas y un silente órgano barroco, se suma en la sacristía uno de los museos parroquiales más interesantes de la comarca ribereña, con importantes obras, algunas de las cuales han estado expuestas en las distintas ediciones de las Edades del Hombre. Hay piezas de gran valor artístico, pero la palma se la lleva, sin duda, la pequeña pero singular talla románica de la Virgen de Tremello, salida de los talleres de Silos y que recuerda a la Virgen de Marzo, que se muestra en el claustro de la abadía benedictina. Destaca sobremanera el Cristo de Reveche, que se venera en la ermita de este despoblado gomellano y que es único, no solo por su factura y esa cruz de gajos, sino por sus disposición y gesto, parece que está hablando y casi sonriendo, además es de los que no lleva corona de espinas. Está a buen recaudo en este templo. Por cierto, Erik el belga, en sus tiempos de saqueador de iglesias, campó por estas tierras y sustrajo algunas piezas. La orfebrería de valor está protegida en las cajoneras del robusto mueble de nogal de rica labra. La capilla de la Virgen del Rosario custodia, tras una fuerte reja, además de una pila bautismal procedente de la iglesia de santa Marina de Revilla -un despoblado cercano-, restos románicos -basas, fustes y capiteles de columnas- del desaparecido monasterio de San Pedro, situados extramuros de la villa y del que hoy solo se conservan algunas ruinas junto a derruidas tenadas y su largo y pétreo tapial. Se especuló con que el controvertido y misterioso claustro de Palamós podría haber sido el de este cenobio gomellano, pero parece que no porque resultó ser una réplica. Se conserva, aunque en dos mitades -mutilación obligada por adaptación en su día de la sacristía- el sepulcro de Antonio Meléndez, de Gumiel, obra que se atribuye al mismísimo Gil de Siloe.

Por la señoriales escaleras se regresa a la Plaza Mayor, un recinto de gran belleza con espacios asoportalados y otros edificios importantes como el ayuntamiento o la casa de Gonzalo de Aza, arcipreste y tío de santo Domingo de Guzmán, donde residió y estudió desde los seis hasta los 14 años. El santo calerogano, fundador de la orden de Predicadores, además tiene su propio camino. En la plaza, en la calle Real y el resto de las rúas es evidente el esfuerzo realizado para conservar esa arquitectura popular castellana. Se puede admirar magníficos ejemplos de casas asoportaladas de adobe y entramados de madera y también otras muchas edificadas en piedra y que lucen bellos blasones.

Callejear por Gumiel de Izán depara, sin duda, muchas sorpresas en superficie, a ras de calle, como sus fuentes y pilones recuperados -están en los barrios de La Tina, la Mina y San Juan- pero también no pocas bajo el pavimento de la villa. Al igual que Aranda, hay decenas de bodegas subterráneas, muchas de ellas interconectadas, que los vecinos utilizaban para guardar grano y, sobre todo, vino.

Entre esas 340 cavas particulares 'censadas' hay una que se lleva la palma y es visitable. Se trata de la bodega Renalterra, una auténtica joya de la que está orgulloso Manuel González, patriarca de una saga de emprendedores e industriosos gomellanos. Su hija Lourdes la explica de maravilla a los grupos -ahora con cita y limitados por la pandemia- y dirige la cata comentada después de la visita, pero en su ausencia -"está en las viñas", cuenta- este venerable y dinámico nonagenario viticultor, bregado en mil vendimias y cosechas, hace de guía. Se la conoce al dedillo porque además la ha ampliado y remodelado con sus propias manos. No se desprende de su sombrero mientras sube y baja como un chaval empinadas escaleras entre las cavas donde duermen en toneles las añadas y se prepara el lagar y los tanques para la uva de este año. Ahora, Manuel González se dedica a cuidar sus plantas y ese florido 'jardín vertical' que embellece la fachada y balcones de su casa y da un color especial a la plaza.

Puestos a continuar con ese cada día más boyante turismo enológico, que se está promocionando y mucho a través de la mancomunidad Ruta del Vino Ribera del Duero y de la propia Denominación de Origen, nada mejor que visitar la bodega de Portia, una obra de arte de la arquitectura moderna que lleva la firma del arquitecto británico Norman Foster. Esa icónica 'estrella' asentada en ese cerro pegado a la villa -está a algo más de medio kilómetro- es peregrinación obligada para los amantes de la cultura y también de la arquitectura del vino. Ocurre lo mismo en bodegas Nabal, donde también se muestra esa pasión y respeto por los caldos ribereños, los procesos de elaboración y además hay oportunidad de degustar su caldos en catas dirigidas. En las bodegas Abadía de san Quirce y Riberalta han decidido, por la normativa sanitaria relacionada con la covid, suspender las visitas, pero se reiniciarán cuando pase la pandemia. Otra media docena de bodegas, entre ellas la de la cooperativa que comercializa el sello Morozán, operan en territorio gomellano, elaborando y comercializando soberbios tintos, rosados y ahora también blancos bajo el marchamo ribereño.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el 28 de noviembre de 2020.