El día que Franco inauguró la 'Atómica'

A.C.
-

Este martes se cumplen 50 años del estreno oficial de la central nuclear de Santa María de Garoña, un hito industrial y energético en una España donde la demanda de electricidad crecía exponencialmente

El general Franco recibe explicaciones del director general de Electra de Viesgo, Manuel Gutiérrez Cortines, en la sala de control de la central nuclear poco antes de simular el arranque de la central. - Foto: FEDE.

El general Franco apenas estuvo una hora en la central nuclear el 21 de septiembre de 1971 para pronunciar tan solo una de sus célebres frases:«Queda inaugurada la central nuclear de Santa María de Garoña» y, por supuesto, destapar una placa que aún permanece en la pared entre la sala de control del reactor y el edificio de turbinas. Aquel día, como recuerdan quienes lo vivieron en primera persona, la planta se engalanó con banderas por doquier, alfombras rojas allá por donde pisaba el jefe del Estado e incluso palmeras. Todo fue simbólico en aquella jornada que DB publicaba en su portada llamando a Garoña ‘atómica’, el nombre popular que utilizaron durante décadas muchos vecinos del entorno, pero que nunca los profesionales que allí trabajaron. En aquel momento, Nuclenor contaba con algo más de 70 trabajadores y en 2012, cuando detuvo su reactor rozaba los 350, a los que se sumaban más de 400 empleados de empresas subcontratadas.

Los únicos que hablaron públicamente aquel día inaugural fueron el Conde de Cadagua, presidente Iberduero (ahora Iberdrola), que poseía la planta al 50% con Electra de Viesgo (Endesa), y el ministro de Industria, José María López de Letona. No obstante, el séquito de autoridades y militares que acompañó a Franco fue inmenso, incluido el arzobispo y el alcalde del Valle de Tobalina, Benito España.

En aquellos discursos poco se dijo de la tecnología de Garoña, que Franco vio en paneles explicativos a la vez que escuchaba el resumen que le hacía el director general de Electra de Viesgo, Manuel Gutiérrez Cortines. El mensaje principal del ministro de Industria hablaba de la necesidad de electricidad: «Como nos demandan las ineludibles exigencias de nuestro desarrollo económico y social, ponemos al servicio de los intereses patrios una nueva central productora de energía, una nueva fuente de riqueza...».

En aquel momento, se esperaba de Garoña una producción anual de 3.000 millones de kilovatios hora con 7.000 horas de funcionamiento, pero tras décadas de mejora y optimización de todos los procesos alcanzó los casi 3.750 millones anuales, al funcionar casi los 365 días del año durante 24 horas, a diferencia de sus comienzos cuando las paradas del reactor eran constantes. Así pues, se apagó en su momento de mayor eficiencia.

López de Letona presumía de que la central del Valle de Tobalina, un hito industrial y energético en la España del momento, era incluso «superior por su potencia y características a la mayoría de las que en años anteriores entraron en funcionamiento y similar a las más modernos de los Estados Unidos de América». Cuando Garoña detuvo su reactor en 2012, en Estados Unidos aún seguían funcionando ocho centrales de su tecnología, una en Suiza y otra en Suecia.

Iberduero y Electra de Viesgo crearon Nuclenor en 1957 y comenzaron con los estudios previos de Garoña y, algo muy importante, empezaron a tratar de convencer de que la energía nuclear era necesaria para responder a las necesidades energéticas españolas. Y es que esta empresa siempre estuvo en el ojo del huracán, en sus inicios por ser pionera, y en su final, por ser la más antigua en marcha. 

Aún hoy, la dependencia energética del exterior se sitúa en el 73-74 por ciento, de las más altas de los países de la Unión Europea. Productos derivados del petróleo y electricidad, sobre todo, de generación nuclear, es lo que más compra España en el exterior, a la vez que planifica el cierre de los reactores propios, por lo que aquellos discursos hubieran podido volver a pronunciarse hoy. Cuando en 1963, el Gobierno autorizó la construcción de la planta, solo 12 nucleares funcionaban en el mundo. Cuando estaba en obras, en 1969 ya eran un total de 250. Hoy son más de 400.

En 1947 España consumió 6.000 millones de kilovatios; en 1958, 16.000 millones; en 1967, 40.000 millones. Era evidente el crecimiento exponencial de la demanda que el pasado año rozó los 250.000 millones. Aquellos industriales «vieron la necesidad de atender un mercado y se lanzaron al riesgo de la empresa nuclear», según señalaba la revista de Iberduero, Don Voltio, en 1972.  Invirtieron 7.500 millones de pesetas en Garoña, 45 millones de euros. Gutiérrez Cortines decía que «en el campo nuclear no se ha entrado por capricho, sino por deber y no se va avanzar sin esfuerzo». Este lema, decía la misma revista, constituyó «una carta magna de obligaciones» y aún hoy quien fuera su jefe de Relaciones Exteriores hasta 2016, Elías Fernández, insiste en que «el lema de Nuclenor siempre fue la mejora continua, hacer las cosas cada día mejor».