El aroma de toda una vida

A.C. / Medina de Pomar
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Pastas Santa Casilda lleva 70 años endulzando la vida de los medineses. A las puertas de la Navidad, los polvorones son su producto estrella, aunque los elaboran durante todo el año

Vanesa Miguel y Pedro Sedano, la tercera generación de Pastas Santa Casilda, en el obrador de la calle Mayor, 44, donde también abren la tienda al público cada día. - Foto: A.C.

Quizás sea aventurado decir que todos. Pero si no todos, si que se puede afirmar que una inmensa mayoría de los medineses ha paladeado alguna vez el aroma que se escapa del obrador de Pastas Santa Casilda y ha rememorado un momento de su infancia al paso por el número 44 de la calle Mayor. Parece que haya estado allí toda la vida. Para muchas generaciones así es,  porque este dulce negocio familiar ocupa el mismo local desde 1967. En sus orígenes se denominaba Pastas El Alcázar y en 1959 se inauguró el local que ocupó en los bajos de la Casa del Arco de la Cadena, aunque hay quien sitúa los orígenes del negocio años atrás. De allí pasó a un nuevo local en la calle Fundador Villota para acabar en su actual sede, donde también adoptó el nuevo nombre comercial en honor al Santuario de Santa Casilda, la patrona de Briviesca.

La explicación radica en los orígenes del fundador de esta saga de galleteros, Pedro Movilla del Campo, un emprendedor briviescano fallecido en 1972, que también fundó en Medina la ya desaparecida fábrica de licores Pecamo, el acrónimo de su nombre y apellidos. El amor por María Eva Gasteasoro López, de Moneo, le trajo a la ciudad de los Condestables y juntos comenzaron a hornear sus primeras elaboraciones. En aquellos primeros años Mari Luz Alonso Gasteasoro, sobrina de Eva y que fue como la hija que nunca tuvo, ya era una más en el obrador, donde llegaron a trabajar hasta trece personas. Ya en los setenta, después de casarse con Fernando Sedano Hierro, el matrimonio tomó las riendas. Hoy sus recetas siguen siendo el secreto mejor guardado de la tercera generación, su hijo Pedro Sedano Alonso, que lleva 22 años al frente del negocio, aunque siempre tuvo a sus padres a su lado. Asu madre hasta que falleció con solo 66 años en 2009 y a su padre, hasta que decidió jubilarse con 80 años.

Pedro lo aprendió todo de ellos y, especialmente, la cultura del esfuerzo, porque «nunca lo hacía todo bien». «Aprendí a base de palos», resume. Siempre había algo que mejorar y siempre había que trabajar, tanto que Pedro recuerda a su madre, Mari Luz, detrás del mostrador hasta el último momento antes de dar a luz a cada uno de sus tres hijos y nada más recuperarse apenas unos días después del parto. Los tres, Marta, Eva y Pedro pasaron su infancia correteando por el obrador y nunca se libraban de echar una mano en verano.

El contenido de cada caja de pastas Santa Casilda lleva décadas siendo el mismo.El contenido de cada caja de pastas Santa Casilda lleva décadas siendo el mismo.

Ese sacrificio sigue siendo una de las claves que mantiene viva esta empresa familiar. En los meses estivales los pedidos se multiplican exponencialmente y muchos días el obrador no se detiene desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche. Además, tanto Pedro como su mujer trabajan ininterrumpidamente de lunes a domingo durante julio y agosto. «El jefe no nos da ningún día libre, ni moscosos, ni nada», dice en broma este trabajador nato que desde 2008 tiene a su lado a Vanesa Miguel. Otra de las explicaciones de que Pastas Santa Casilda haya superado ni se sabe ya cuantas crisis, incluso la pandemia, es que «la gente nos conoce y aprecia nuestros productos», dicen. Vanesa añade que les gusta mucho lo que hacen.

Algunos turistas llegan desde el Alcázar guiados por ese aroma que no saben muy bien de donde parte hasta que llegan a su dirección. Otros regresan después de veinte años y les recuerdan que deseaban volver a degustar aquellas pastas que se llevaron cuando sus hijos estaban pasando unos días de campamento. Y los hay que llevan décadas entrando en la tienda. Cuando el verano llega a su fin los encargos de cajas y cajas de pastas se multiplican porque muchos visitantes se las quieren llevar, quieren seguir recordando este dulce manjar y ese aroma que les devuelve a Medina. En ocasiones, les piden que se las envíen. Pedro y Vanesa incluso pensaron en la venta on line, pero no les convence, porque tras realizar algunas pruebas comprobaron que  muchas de las pastas llegaban machacadas.

En el mostrador se cuentan 25 referencias, seis creadas por Pedro y Vanesa. La estrella es la caja de pastas surtida, pero la zamorana, de manteca y azúcar es otra de las estrellas. Las pastas de almendras y piñones están entre sus novedades, pero estas últimas van a dejar de producirlas hasta que baje el precio de los piñones. Las materias primas se están disparando. Una caja de margarina ha subid o de 35 a 70 euros solo desde principios de verano. Pero aguantan los precios y apenas los suben unos céntimos.

Incendio en 2009. Uno de los sustos más gordos lo tuvieron el 26 de agosto de 2009, cuando el obrador ardió en llamas. El hierro fundido de las máquinas hizo posible que todas sobrevivieran al fuego. Ahí continúan la amasadora, la cortadora que una vez estuvo a punto de costarle un disgusto a Pedro, la laminadora, el molino... Un cortocircuito prendió el aceite que había quedado preparado en la freidora para hacer las rosquillas aquella madrugada. Pedro dejó el obrador pocos minutos antes de las diez de la noche y su mujer que estaba en el piso superior cuidando de su suegro se dio cuenta del fuego apenas unos minutos después. Los bomberos justo entraban en la ciudad procedentes de otro siniestro y llegaron de inmediato. Un profesional que estaba en un negocio cercano también puso su grano de arena, pero Pastas Santa Casilda tuvo que cerrar más de un mes y se perdió toda la producción del final del verano, esa que se llevan quienes quieren seguir recordando todo el año las pastas de toda la vida.