Ávidos de consumo

María Jesús Álava
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Gastar en exceso es para muchas personas sinónimo de Navidad, una costumbre que si acaba siendo una rutina, puede ser una ruina

Ávidos de consumo - Foto: Imagen de upklyak en Freepik

Estamos en unas fechas donde el consumismo se dispara y, para muchas personas, Navidad es sinónimo de compras compulsivas.

¿Por qué es tan peligroso?

El consumismo es lo contrario del autocontrol y favorece conductas impulsivas y adictivas, que están en la base y el origen de muchas insatisfacciones.

Además, cuando es excesivo provoca descalabros económicos y genera tensiones en la familia. Hay personas que viven solo para consumir. Se quedan sin vida propia, trabajan todas las horas para vivir en una trampa permanente; cuanto más ganan, más quieren comprar. Se pasan el día corriendo para no llegar nunca a la meta.

¿Afecta a la convivencia?

Sí, el consumismo está en la base del fracaso de muchas convivencias y de muchas familias y puede llevar a que se incrementen las disputas, las discusiones y las mentiras. 

Casi sin darnos cuenta, compramos cosas que no necesitamos y nos hipotecamos en lo más importante: nuestro tiempo y nuestra libertad. 

¿Las nuevas generaciones cada vez son más consumistas?

Es evidente que hoy existe un consumismo muy irracional que no distingue poder adquisitivo y está arraigado en todas las clases sociales. Esto hace que sea difícil conseguir que los niños no sean consumistas en nuestra sociedad; por ello, deberemos estar atentos desde que son pequeños.

¿Qué errores cometemos con los hijos?

El error surge ya desde pequeños, cuando creemos que no pasa nada porque les demos todo lo que nos piden. Poco a poco, aprenden que insistiendo, terminan consiguiendo lo que quieren. 

Una vez que han aprendido a pedir, y a obtener su recompensa, esta ya no les produce especial deleite y entran en una espiral, de la que no saben salir. Cada vez piden cosas más complicadas y más peligrosas. Al final, quieren que no se les pongan normas y que los adultos, simplemente, se limiten a proporcionarles lo que ellos reclaman.

¿Cómo podemos combatirlo en nuestros hijos?

Tenemos que controlar el exceso de estímulos que tienen e inculcarles un estilo nuevo de vida, que nos permita a todos volver a disfrutar de las cosas sencillas. 

Se podrá combatir esta deriva si el niño ve que sus padres no son compradores compulsivos, que dan valor a las cosas y a su conservación. También si ven que son respetuosos con el medio ambiente, que no se llenan de objetos superfluos, que valoran las comidas caseras más que las compradas o que procuran estar juntos, charlar juntos, reír juntos, idear juegos propios, ir con ellos a lugares poco habituales… y que se entretienen y disfrutan investigando con ellos todas las posibilidades que estos sitios encierran. 

Muy importante es que les enseñan lo que tiene más valor, lo que no se puede comprar: el afecto, la compañía, compartir las cosas, el poder de la mente, la capacidad de pensar, razonar, analizar, comprender, aprende... Los juegos de palabras, las adivinanzas, los ejercicios de rapidez mental, los pequeños experimentos químicos que se pueden hacer en casa. 

¿Más opciones? Todas las posibilidades que encierra el lenguaje, la gran aventura de leer, escribir, inventar historias… 

En definitiva, las miles de formas de pasárnoslo bien aprendiendo a aprender, a descubrir y  ¡a pensar!. Y todo ello sin comprar nada, pero teniendo lo más importante: nuestra dedicación, nuestro afecto, nuestro tiempo, nuestra paciencia y, siempre, nuestra ilusión. 

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