El Curpillos

MARTÍN G. BARBADILLO
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"Si odias las multitudes, el ruido, el polvo, el humo, las colas, las pelusas, el calor sofocante o la lluvia torrencial, no. Si puedes tolerar esas circunstancias, por supuesto que te lo recomiendo. Es un acontecimiento con carácter integrador"

Imagen del parque del Parral a rebosar de burgaleses el día de la festividad del Curpillos. - Foto: Valdivielso

¿Qué es? Es una festividad local, "LA" festividad local. Conmemora la victoria de Alfonso VIII en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212 y el Corpus Christi. Tiene lugar el viernes siguiente al domingo que se festeja el Corpus y es una tradición única en España. Pero esta solo es la versión oficial.

Edad. Se tiene constancia de que se celebró por primera vez en 1331, así que va para 700 años.

¿Como que solo es la versión oficial? En realidad es otra cosa: un macrobotellón descomunal, una especie de fiesta de pueblo a lo bestia, en la que participan personas de toda edad y condición. Pero vamos por partes.

Vayamos pues. La cosa empieza por la mañana en el barrio de Las Huelgas: hay misa, desfile militar, de autoridades varias, danzantes, Gigantillos (por supuesto)... Se pasea el tapiz capturado por Alfonso VIII de la tienda del sultán Muhammad al-Nsir, en la mencionada batalla; es el 'pendón' de las Navas de Tolosa. En realidad es una réplica, el original se puede visitar en el Museo de Telas Medievales del Monasterio de las Huelgas, un sitio espectacular que es como el set de Juego de Tronos. Algunos podrían pensar que la victoria ya está amortizada, incluso que no es políticamente correcto seguir hurgando en la herida. Pero, que yo sepa, no se ha abierto este debate. Esta primera parte, que tiene sus fans, es muy formal.

Está bien. Pero luego llega el despelote. Al lado de Las Huelgas está el Parral, un parque fabuloso, vacío todo el año, que es donde tiene lugar la jarana hipermultitudinaria. Es la primera gran celebración después del eterno invierno burgalés y precede a las fiestas de San Pedro, por lo que se coge con muchas ganas. Las peñas de la ciudad montan sus puestos de comida y bebida para satisfacer a las decenas de miles de participantes y de paso cuadrar sus cuentas.

¿Y qué se puede tomar? No hay concesiones a la modernidad o al vegetarianismo. Básicamente, la carta se centra en los clásicos entre los clásicos; estoy hablando de la santísima trinidad burgalesa: chorizo, morcilla y morro.

¿Y de beber? Ahí encuentras más variedad, pero estas viandas maridan mejor con vino. Como hay tanta gente, en las barras tardan en atender y los pedidos no siempre llegan al cliente a la temperatura más adecuada. Además, has de saber que es la temporada de pelusas de los chopos. Ambos factores unidos resultan en la estampa clásica de acabar degustando un pincho de morro frío con pelusas acompañado de vino caliente. Pero está bien igual.

¿Qué se hace en El Parral? Parece que no me escuchas: comer y beber, como en toda fiesta popular. Vas a una caseta y luego a otra y otra... Comparas, sigues el consejo de alguien que te ha dicho que este año el chorizo de la peña X está de muerte... Eso y encontrarse y saludar a decenas de conocidos. En los últimos años se han añadido actividades para niños (hinchables) y jóvenes (djs que levantan a las masas a pleno sol, canto del Himno a Burgos incluido). Los jóvenes, muchos de ellos al menos, se acercan al Parral con su propia bebida y a algunos se les va de las manos; son muchas horas y mucho de todo. Pero en El Parral, sobre todo, lo que se hace es sentir pánico.

¿Pánico? Así de crudo, pánico. Es un miedo atroz que va cambiando a lo largo de la vida, pero que no desaparece. Es una fiesta que, de alguna manera, es un rito de paso. Cuando tienes 14 o 15 años, puede ser la primera vez que te dejen salir en serio con tus amigos. En ese momento, lo último que quieres es que te vean tus padres. Y cuando eres padre, la cosa no mejora: si tienes niños pequeños temes dejar de verlos y que desaparezcan entre la marabunta; si tus hijos son adolescentes temes verlos y contemplar lo que no quieres.

No será para tanto. El miedo es libre, amigo, y puede nublarte como la meteorología en El Curpillos.

¿Suele hacer mal tiempo? Suele hacer todos los tiempos a la vez. Como la cosa es al final de la primavera y dura desde mediodía hasta el final de la tarde, puedes achicharrarte entre polvo y multitudes y después ser víctima de un diluvio, sin escapatoria ni refugio posibles. Algunos años se han dado escenas parecidas a esas famosas del festival de Glastonbury: gente cogiendo carrerilla y lanzándose sobre el barro. Al mal tiempo, buena cara, que estamos de fiesta.

¿Me recomiendas ir? Si odias las multitudes, el ruido, el polvo, el humo, las colas, las pelusas, el calor sofocante o la lluvia torrencial, no. Si puedes tolerar esas circunstancias, por supuesto que te lo recomiendo. Es un acontecimiento que, curiosamente, tiene un fuerte carácter integrador en el que te puedes encontrar a cualquier persona de esta ciudad, independientemente de su cargo o de su cartera. Eso tiene su punto en estos tiempos. Y, si no te convence el asunto, puedes hacer como muchos: como siempre cae en viernes, bastante gente aprovecha para viajar (y darse el primer chapuzón del año en el Cantábrico).

Iré. Lleva gorra y paraguas.

Si quieres parecer integrado. Saluda al tipo que está asando morro en una peña (sudando la gota gorda) como si lo conocieses de toda la vida.

Nunca, nunca, nunca... Te quejes de un pincho. Huye hacia adelante y sigue probando.

* Este reportaje fue publicado en el suplemento Maneras de vivir el 13 de junio de 2020